Mija es una niña que vive con su abuelo y con Okja en las montañas de Gangwon. Ella cree que su abuelo ha logrado pagar la libertad de Okja, ya que la criatura es parte de un proyecto, llevado a cabo en Nueva York, por las malvadas gemelas Mirando, que han mutado más animales para luego usarlos como comida. Pero el abuelo no consiguió el objetivo, a cambio, le compró un cerdo de oro a Mija para que recordase siempre los buenos momentos con Okja. En ese momento Mija se da cuenta de que el doctor y su equipo han llegado a su casa, no solo para hacerse fotos con Okja, sino para llevársela; ha sido elegida como el mejor ejemplar; será protagonista de toda una fiesta en Nueva York, sin que el mundo sospeche que a Okja sólo le espera dolor y muerte. Mija se embarca en una aventura para rescatar a su compañera desde hace diez años y por el camino se va a encontrar con un grupo –un poco desastroso- de activistas por los derechos de los animales del Frente de Liberación Animal que se dedica a rescatar animales sin hacer daño a seres humanos. Pero los planes no salen como estaban pensados y vamos a vivir momentos de tensión, persecuciones locas, situaciones cómicas pero a la vez serias –inolvidable uno de los activistas que por no querer dejar nada suyo en este mundo ni siquiera come-, todo un poco surrealista, al más puro estilo Bong, pero que tiene un final conmovedor y que hace que te replantees como tienen a los animales en las granjas de comida. Probablemente no vamos a dejar de comer carne, porque somos omnívoros y forma parte de nuestra naturaleza como depredadores naturales, pero tenerlos así... Un tema delicado el que toca el director más sátiro de nuestro tiempo y que seguro tiene críticas de un lado y de otro. Yo me quedo con esa Okja metiéndose en la boca a ese bebé para que, al menos él, pueda vivir en libertad, mientras el resto es tratado como ganado barato y vemos como los maltratan hasta llegar a ser comida. Película desgarradora pero necesaria.