Los seres humanos somos seres sociales, necesitamos de nuestros semejantes, necesitamos sentirnos parte de algo, aunque las más de las veces esta necesidad derive de un simple reconocimiento a nivel social, o incluso como una forma de medir nuestras propias capacidades.
A pesar de ello, a pesar de necesitar a los otros, los odiamos, considerándolos como un mal necesario o en su defecto como simples instrumentos útiles para alcanzar ciertos deseos.
Y no sólo los odiamos, sino que deseamos su fracaso y nos recreamos con él.
Y todo ese odio germinado, termina por convertirnos en seres egoístas, ególatras y ciertamente insoportables, incapaces de mirar más allá de nuestros auto complacidos y abultados bandullos de nuevos ricos, levantando fronteras a cada paso y entronizando una vida de reclusión y aislamiento forzado. Y así, sucesivamente, como un mal que se esparce, nos encerramos y transformamos en hostiles y belicosos islotes desiertos, amurallados en mitad de un mar más huérfano que nunca de náufragos que doten de significado a una vida desvirtuada de su esencia más auténtica.
Los mayas se autodestruyeron por su ineptitud a la hora de colaborar en momentos de crisis, desapareciendo, sobre todo, por su incapacidad de apoyarse como pueblo (El que no haya visto Apocalypto que corra a acercarse a su viodeoclub), pronosticando, aun por encima (hay que joderse), el fin del mundo para ese ya famoso año.
Yo siempre me lo había tomado a chufla, pero quizá visto lo visto no estaban tan desencaminados y, simplemente, obtengamos ese final tan merecido como esperado.
Por cierto, la película es muy mala, no cuenta absolutamente NADA, al igual que esta crítica.