Algunos y buenos elementos nos atraen para decantarnos por ella: el buen plantel de actores, el relativo caché del director, la temática en sí y el siempre agradable hecho de que la banda sonora la firme Thomas Newman.
Estamos ante un thriller de espías que recupera el aroma clásico de este cine, ese regusto típico del género en los años 60 y 70, tanto en las sombras como en las medias luces. Un grandísmo acierto de ambientación, sin duda.
La película comienza realmente bien y todo lo ambientado en esa primera parte en Berlin es loable. Consigue engancharte y meterte dentro del film, la historia nos interesa. A ello contribuyen notablemente varias cuestiones: la empatía que se coge al personaje de Jessica Chastain y a su papel en la misión, la frialdad de la interpretación de Jesper Christensen como ex-doctor nazi metido a ginecólogo en un Berlin en construcción (qué mirada! asusta!) y la gélida ambientación como correspondía a la época y al género. No obstante, pasamos de ese primera parte entretenida a una segunda mitad falta de contenido (no así de interpretación y matices, que los hay) para resolverse finalmente sin mucho criterio y de una forma poco imaginativa y bastante "cutre". Un desenlace que desluce y ensombrece totalmente todo la anterior. Acabas yéndote con esa mala sensación. Es una faena digna con estoque horroroso.
El aura de tristeza que envuelve a la historia en todo momento es también un handicap; un querer y no poder para el espectador que trate de acercarse a la cinta, pero que difícilmente lo puede conseguir por esa palpable sensación de tristeza.
El film también aspira a cuestiones más elevadas. Tiene pretensiones éticas y de integridad, tratando de hablarnos de la importancia de la verdad, de la moral, del bien y del mal, del que no todo vale... y en eso no logra calar. No nos llega. En esto suspende y falla.
El plantel de actores realiza un buen trabajo, no se lo vamos a negar, pero el guión de esa segunda parte, de la etapa de madurez del trío protagonista, no daba más de sí y no dejaba margen al lucimiento de los actores, encorsetados y dirigidos a un final pobre y barato. De la primera parte, rescatamos matices de Jessica Chastain y de Jesper Christensen, de las escenas que comparten y las miradas que cruzan. No así lo puesto en pantalla por Sam Worthington; este chico empieza a aparecernos en gran número de cintas y todavía no le acabamos de ver algo mejor que lo expuesto en lo que le dio a conocer en Avatar.
De la banda sonora original no hay noticias, tristemente. Una lástima. No la hemos apreciado y no nos ha dejado nada en el oído.
Desde esta tribuna le regalamos un consejo gratuito: pónganla en cola de visionado y tiren de ella cuando la filmoteca no esté en sus mejores momentos. Eso sí, no se deshagan del todo de la "peli", un hueco lo puede rellenar.