En mi escuela primaria habían años como temporadas en las que los profesores se obsesionaban con un tema y durante todo el año teníamos que hacer manualidades, murales y cosas extrañas como pasatiempo sobre ese tema. Ese tema podía ser el año Internacional del Planeta Tierra (2008) o cosas tan insustanciales como una película, como la película de Cadena de favores o la de Kirikú y la bruja.

Seleccionaban esas películas por su contenido moral o que contenían un mensaje inspirador para los niños para que tomaran el camino correcto. Sin embargo, esos niños eran malas personas después de ver las películas. Si hacían algo solidario era para ayudar a su amigo, pero a los compañeros que odiaban los aislaban socialmente, como a mí. Bendito era el día que nos dejaban ver una película en lugar de obligarnos a estudiar matemáticas. Cuando veía esta película de niño lo que me llamaba la atención era que nunca había visto una película semejante antes, con esa clase de dibujos que de mayor me inspiran que está contada como si estuvieran grabando ilustraciones de un cuento infantil, pero que de pequeño me llevaban a un mundo extraño, oscuro, surrealista y, más que mágico, ajeno a la realidad más pura del concepto que un niño puede tener sobre el mundo en el que vive. No solo por las ilustraciones, sino por la historia que se cuenta en la película, mejor dicho, la manera en que la cuentan. Hay una parte en esta película, que no comento para no reventarla, que contiene un background musical que congenia muy bien con la escena a la que acompaña, ya que es una parte de la película que de por sí te pone la carne de gallina porque te desmonta todo lo que crees saber del mundo en el que vives, ya que cuentan esa parte de la película como si la imaginación de un niño, que todavía no entiende cómo funciona la biología del ser humano, la hubiese representado. Escena que a mí me ponía triste por una razón que no comento, más que nada porque reventaría la escena de la que hablo. Por otro lado, de niño no lo pensé por rencor, pero ahora de mayor veo que en la parte de la película sobre la decisión que toma el personaje de salvar a los que se han reído de él es una buena filosofía, y eso habiendo yo sido un niño despreciado, con la diferencia en que yo no pude salvar a nadie (ni siquiera de su forma de ser). De todas formas, tampoco yo era perfecto moralmente.

Así que de niño yo viví esta película muy intensamente, pero de mayor me ha parecido mucho más simple de lo que la recordaba, a pesar de tener un guion inteligente. De niño le habría puesto una nota mucho más alta.