Kiarostami exporta la desconocida y verde belleza de Irán, agitada por el ténue viento, que dota de un arrullo melancólico los campos de olivos, tan característicos de la agricultura por estas latitudes. A su vez muestra magistralmente la cultura y costumbre de un país, a la sombra de su grandiosa historia: eminentemente rural y sumido en la pobreza a través de un grupo de rodaje que se adentra en un pequeño pueblo, a fin de llevar a cabo una película, lo que los llevará a interactuar con sus habitantes, descubriendo historias cotidianas, aunque por otro lado fascinantes.