Como buen visionario que fue, Kubrick empezó a experimentar con uno de los campos cinematográficos prácticamente inexplorados hasta aquel entonces: los efectos especiales, y a juzgar por el legado cinematográfico actual, Stanley dió con un gran filón.
El film resulta psicodélico, pertubador e intrigante de principio a fin, y produce en nosotros esa sensación de curiosidad insaciable, de saber el porqué de tantas cosas.
Kubrick con este excepcional trabajo argumenta nuestras dudas y temores, pero deja en nuestras manos la facultad para desentramar e hilar pensamientos y sacar nuestras propias conclusiones.
Imágenes y escenas antológicas (el monolito, la elipsis visual del hueso, o la nave girando al compás del danubio azul de Strauss...) impactaron de tal forma en la sociedad de la época, que se ve incluso reflejado en hechos tan insólitos como que la NASA contrató a Kubrick para que asesorase su imagen con nuevas vestimentas para sus astronautas en la época del auge espacial.