Desconcertante. Una película que no trata sobre el bien y el mal absolutos.
A veces, he de confesar, que si no fuera por la retrospectiva que hace de la infancia, el abuelo me caería mejor que los higiniezantes y ponderados padres. Y estoy de acuerdo en todo lo que estos hacen, pero tanta sutileza... yo no aguantaría con uno ni con los otros. Sé lo que es tratar con personas que se rebelan contra el paso del tiempo, contra el bloqueo de una mente perturbada.
El hijo, con la mejor de las intenciones, asfixia la voluntad del padre, que no sabe cuánto va a durar. Y al final ves que no se puede controlar todo. Que la vida no es tan importante como vivirla. Y que los valores nunca son los mismos para cada persona. Que el respeto debería compartirse y que es lo único que no puede negociarse.
Los problemas de familia son insondables, inevitables e insolubles.
Hay que recordar que de adolescentes somos inaguantables, de jóvenes superlativos, de mayores, insufribles...
Siempre nos creemos que somos lo más en cada etapa de nuestra vida.
Y no somos más que otra pieza de este inmenso puzle.