Lo que sé de Lola es la puesta de largo del madrileño Javier Rebollo (por favor, no confundir con el director, homónimo, del engendro titulado Marujas asesinas), una obra plenamente autoral cuyo interesante arranque se revela incapaz de dar más de sí a la escasa media hora de trayecto. La observación minuciosa, reposada y perseverante de la rutina diaria de una solitaria mujer a través de los ojos de su inexpresivo y no menos solitario vecino, sirve de pretexto para dar fe de la sensación de soledad extrema que ambos personajes padecen calladamente. Más allá de esta evidencia, poco más es lo que Rebollo nos aporta en esta pretenciosa y aburrida intentona, incapacidad achacable quizás a la inadaptación del cortometrajista a los metrajes extensos.