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Voto de Servadac:
7
6,8
41.418
Thriller. Intriga
Un escritor (McGregor) acepta a regañadientes el encargo de terminar las memorias del primer ministro británico Lang (Pierce Brosnan), tras la muerte de la persona que lo estaba haciendo. Para ello, se instala en una isla de la costa este de Estados Unidos. Al día siguiente de su llegada, un exministro acusa a Lang de autorizar la captura ilegal de presuntos terroristas y su entrega a la CIA, hechos que constituirían un crimen de ... [+]
12 de abril de 2010
110 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘El escritor’ es, en apariencia, un thriller político. La trama gira en torno a las memorias de un ex primer ministro británico, seductor, engreído y no muy perspicaz (interpretado con solvencia por Pierce Brosnan). Un encantador de serpientes con sonrisa profident y buena planta que enamora a las marujas. Un Tony Blair cualquiera, en fin.
La película utiliza referencias históricas explícitas que permiten situar la acción en el presente. En contraste, la forma de rodar, el cromatismo, los escenarios y paisajes, las figuras humanas, tienden a lo impersonal, al arquetipo abstracto. Existe una dimensión visual que roza el mito en todo lo que vemos: asuntos políticos de hoy cifrados en un limbo intemporal.
Los diálogos son hábiles y refinados, ingeniosos o pueriles. Hay ritmo y pausa en las escenas, e ironía y humor made in Polanski (la asistente rubia sube por las escaleras ondulando el caderamen mientras dice que en la casa se puede trabajar sin distracciones; las réplicas y frases de McGregor: "Unos manifestantes por la paz han intentado asesinarme").
El escritor sin nombre es un espectro o, más bien, el espectro de un espectro cuya alma sigue impresa en cada pliegue de la isla (Mike McAra, predecesor del personaje de McGregor, no aparece nunca en la película pero su no presencia es la constante más intensa de la historia).
Fascinan los espacios interiores y exteriores, los objetos, la composición medida en los encuadres, no tanto la tensión. El escritor fantasma es un artista que trata de encarnarse en el espacio y en el tiempo por medio de su oficio, las palabras. Observa, enmienda, se involucra.
Dos energías antagónicas compiten: un principio que crea (el arte) y un principio que aniquila (el mal). Ambos con un marcado acento mítico o simbólico. El escritor es ingenuo e intuitivo. Como los héroes clásicos del cine y la novela negros, avanza a pecho descubierto. El mal, por contra, es el trabajo de la araña: aguarda silencioso, envuelve sin ser visto, descarga su aguijón.
La película utiliza referencias históricas explícitas que permiten situar la acción en el presente. En contraste, la forma de rodar, el cromatismo, los escenarios y paisajes, las figuras humanas, tienden a lo impersonal, al arquetipo abstracto. Existe una dimensión visual que roza el mito en todo lo que vemos: asuntos políticos de hoy cifrados en un limbo intemporal.
Los diálogos son hábiles y refinados, ingeniosos o pueriles. Hay ritmo y pausa en las escenas, e ironía y humor made in Polanski (la asistente rubia sube por las escaleras ondulando el caderamen mientras dice que en la casa se puede trabajar sin distracciones; las réplicas y frases de McGregor: "Unos manifestantes por la paz han intentado asesinarme").
El escritor sin nombre es un espectro o, más bien, el espectro de un espectro cuya alma sigue impresa en cada pliegue de la isla (Mike McAra, predecesor del personaje de McGregor, no aparece nunca en la película pero su no presencia es la constante más intensa de la historia).
Fascinan los espacios interiores y exteriores, los objetos, la composición medida en los encuadres, no tanto la tensión. El escritor fantasma es un artista que trata de encarnarse en el espacio y en el tiempo por medio de su oficio, las palabras. Observa, enmienda, se involucra.
Dos energías antagónicas compiten: un principio que crea (el arte) y un principio que aniquila (el mal). Ambos con un marcado acento mítico o simbólico. El escritor es ingenuo e intuitivo. Como los héroes clásicos del cine y la novela negros, avanza a pecho descubierto. El mal, por contra, es el trabajo de la araña: aguarda silencioso, envuelve sin ser visto, descarga su aguijón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Polanski compone un díptico sobre la invisibilidad: por un lado, la invisibilidad del creador; por otro, la invisibilidad temible y ominosa del espíritu del mal. El negro (o escritor fantasma) es la figura representativa del primer panel, a caballo entre lo etéreo y la materia. El segundo tiene siglas más politizadas. Ambos paneles coexisten y se enfrentan. Sin embargo, no todo acaba de empastar.
Los mayores aciertos de la obra están en la fotografía, en la puesta en escena y en ciertas ideas de guión (la repetición ritual, el repaso concienzudo de citas y lugares). Pero la intriga engancha sólo a ratos, el desarrollo argumental no es convincente y la resolución final es efectista y algo gruesa.
El planteamiento político es excesivamente tosco: El primer ministro británico es un pelele en manos de la CIA. Británicos falderos, americanos diabólicos; la idea es tópica (no niego que contenga su dosis de verdad). Se percibe el revanchismo en la elección del tema por parte del polaco. La femme fatal es, a conciencia, lo contrario de una femme fatal. Se busca la sorpresa en el diseño de ese personaje, pero la sorpresa no resulta sorprendente. La escena más lograda de la parte política del díptico es la visita al doctor Emmett. La amenaza flota en esa estancia.
El juego de reflejos y paralelismos entre el escritor desaparecido (Mike McAra) y el personaje de McGregor es lo mejor de la película. Los dos son eslabones de una misma cadena infinita e invisible. Dialogan en silencio. No tienen ataduras personales. Sólo poseen la palabra. Y la palabra carece de sustancia material. Percibimos la huella de McAra en cada objeto. Intuimos su sombra en el papel del manuscrito, en cada gris de la paleta de colores, detrás de las cortinas –pero detrás de las cortinas también se intuye la presencia de los vigilantes. El faro domina el horizonte y, a sus pies, entre la espuma, el espectro de Mike.
Como no podía ser de otra manera, Polanski nos entrega el fin del escritor en un fuera de campo: son gajes del oficio de fantasma.
Los mayores aciertos de la obra están en la fotografía, en la puesta en escena y en ciertas ideas de guión (la repetición ritual, el repaso concienzudo de citas y lugares). Pero la intriga engancha sólo a ratos, el desarrollo argumental no es convincente y la resolución final es efectista y algo gruesa.
El planteamiento político es excesivamente tosco: El primer ministro británico es un pelele en manos de la CIA. Británicos falderos, americanos diabólicos; la idea es tópica (no niego que contenga su dosis de verdad). Se percibe el revanchismo en la elección del tema por parte del polaco. La femme fatal es, a conciencia, lo contrario de una femme fatal. Se busca la sorpresa en el diseño de ese personaje, pero la sorpresa no resulta sorprendente. La escena más lograda de la parte política del díptico es la visita al doctor Emmett. La amenaza flota en esa estancia.
El juego de reflejos y paralelismos entre el escritor desaparecido (Mike McAra) y el personaje de McGregor es lo mejor de la película. Los dos son eslabones de una misma cadena infinita e invisible. Dialogan en silencio. No tienen ataduras personales. Sólo poseen la palabra. Y la palabra carece de sustancia material. Percibimos la huella de McAra en cada objeto. Intuimos su sombra en el papel del manuscrito, en cada gris de la paleta de colores, detrás de las cortinas –pero detrás de las cortinas también se intuye la presencia de los vigilantes. El faro domina el horizonte y, a sus pies, entre la espuma, el espectro de Mike.
Como no podía ser de otra manera, Polanski nos entrega el fin del escritor en un fuera de campo: son gajes del oficio de fantasma.