Desde siempre había leído referencias a esta película en los diferentes suplementos culturales de los periódicos: la partida de ajedrez que el caballero juega con la muerte es un lugar común y habitual de los críticos de cine (como Borges lo es para los literarios), y la propia figura de la parca con guadaña parece embelesar a todo cinéfilo que se precie. El caso es que hacía tiempo que quería acercarme a esta cinta, y el empujón definitivo lo supuso el saber que también Woody Allen en "La última noche de Boris Grushenko" homenajea las imágenes del film de Bergman. Conclusión, que me decidí -y lo aconsejo con toda sinceridad- a una sesión doble de estas dos películas. No salí defraudado. La danza de la muerte que se baila en este film sueco encantará a todos los amantes de las imágenes de la Edad Media; los juglares, caballeros, monjes, brujas, artesanos, mendicantes y pícaros os transportarán a una era oscura de superstición, pero también iluminada por una espiritualidad inocente. En esta película encontrarás humor y filosofía, horror y dignidad, belleza y fealdad y todas las contradicciones de una época apasionante.
Como siempre, se aconseja visionarla en versión original, sumergirse en la historia, adentrarse en sus ideas y luego... para refrescarse un poco, aunque no por humorística menos profunda y aunque la Muerte siempre aseste su jaque mate, acudir a Boris Grushenko para reírnos un poco. Qué grande es el cine, cuando es grande.