¿Conoce la expresión "placer culpable"? "Kung Fury" lo es.

Un cortometraje hecho a mayor gloria de los cuarentones aprovechando la moda de la nostalgia ochentera. Un delirio total en donde, a modo de batiburrillo, se dan cita todas la virtudes y defectos del cine de la época: diálogos surrealistas, historia sin sentido, malos de opereta, héroes inmaculados, acción a raudales, interminable lista de secuaces, peleas por turnos, artes marciales, tecnología desbarrante, chulerías inverosímiles, dibujos animados estilo He-man, "chroma" hasta debajo de las piedras, ninjas y, como dice en la sinopsis, dinosaurios, nazis, vikingos y robots. Ea, ¿por qué no? Si en esa década cupo todo eso y más.

Como ya habrá deducido, "Kung Fury" es una coña superlativa. Una gran broma con la que han conectado millones de personas que se han partido el culo durante media hora mientras se olvidaban de la realidad con sus hipotecas, alquileres abusivos, salarios de vergüenza, grandes empresas explotadoras, consultores charlatanes, hembristas, gobiernos controladores, redes sociales y niñatos descerebrados con acceso a Internet.

Algo así como el KitKat con el que tomarse un descanso de su vida.