Tras acabar su legislatura como Gobernador de California en el 2011, Arnold retomó su alicaída carrera cinematográfica. En realidad ya había movido ficha antes, aunque a partir de ese momento buscó papeles protagónicos y no cameos como el de "Los mercenarios" (2010). Stallone, por su parte, andaba resucitando a Rambo e iniciando una saga mercenaria integrada por viejas glorias ochenteras. A su manera, cada uno seguía a su rollo.

Por ello, el mismo año que Arnie nos ofrecía "El último desafío" (2013) y que Sylvestre se juntaba con De Niro para hablar de boxeo, ambos nos vendieron otra película de acción. No obstante, fue un producto especial porque, por primera vez y de manera sostenida, el austríaco formaba tándem con su archirrival de mentirijilla. Una pugna más mercadotécnica que real para alimentar una polaridad encarnada en la boba pregunta ochentera de "¿Y tú de quién eres, de Schwarzenegger o de Stallone?". En el fondo dos comerciantes que vendieron idéntico género dentro del mismo sector. Tontos no eran.

Centrándonos en la historia, orbita alrededor de dos machacas carrozones a los que, por razones que tampoco importan mucho, enchironan en una prisión de altísima seguridad. Como es lógico, ambos deben fugarse, lo que implica organizar un plan de escape. De ahí el más que obvio título.

Para ser honestos, y aunque sus dos talentos distan de estar entre lo más granado del cine, no es una película desastrosa. Tanto Arnie como Sly se portan medianamente bien, a la vez que lanzan algunos chascarrillos de esos que tanto gustan a sus seguidores. Ambos, sea por la edad, por la salud o porque ya se saben dos dinosaurios de otra época, se muestran comedidos y con la soberbia navegando en aguas someras. Amén, claro está, del morbo de ver a dos competidores luchando en comandita contra un enemigo común, que bien que se vendió en su momento.

En general, la cinta no es nada del otro mundo, con roles fuertemente estereotipados y escenas de acción más o menos esperables. Si cabe, se echan en falta diálogos más currados y una historia con más enjundia porque, juntar a dos fieras del negocio para que luego digan cuatro bobadas, es un coste de oportunidad imperdonable. Una ocasión única merecía un guion mucho mejor y no solo confrontar a dos mastodontes arrugados gruñéndose.

El resto es totalmente olvidable. Secundarios que a nadie le importan, música que ni siquiera sabemos si existió, bidimensionalidad de todos los personajes, malos de manual, alguna inverosimilitud y el acto heroico del típico personaje oscuro. Todo muy estándar. Haciendo memoria, recuerdo que la espera y los trailers fueron más interesantes que lo que me encontré, pues parece un derivado de aquel "Encerrado" (1989) que rodó el amigo asilvestrado treinta años atrás.

En resumen, una película tardía, con olor a naftalina, cuyo presupuesto de $50 millones dio una rentable taquilla de $137 millones. Esto, en la primera mitad de los noventa, hubiera sido un petardazo. Pero a las nuevas generaciones ya no les interesa mucho quienes fueron estos dos ni la falsa competición que mantuvieron frente a los medios. La crítica, por su parte, no se anduvo con chiquitas y le zurró de lo lindo. Incluso hay algún Razzie de por medio.