"Cruella" es la chispa que hace arder las cenizas en las que murió Disney en su arriesgada aventura en la readaptación de sus mejores clásicos al live action. No queda claro que el Fénix sea capaz de renacer tras este ejercicio, pero queda claro que ha sabido encontrar el camino hacia la superficie. En el inmenso (y estereotipado) pozo de personajes creados a lo largo de las décadas se esconden decenas de historias mucho más interesantes que la burda y insípida readaptación calcada de los dibujos animados que el público ya ha consumido hasta la saciedad.

Y es en este pozo de donde surge la idea de "Cruella", una descarada, divertida y frívola explicación del origen de la malvada villana. Es un producto que, a fin de cuentas, funciona. Una mezcla de extravagancia pop, un homenaje superficial a la moda de la alta costura en clave disneyana y una historia creíble dentro de los cánones infantiloides de la companyia de Walt.

Es interesante el matiz que suponen los orígenes y los papeles de Jasper y Horace en la construcción del mito de Cruella. Aún así, la transmutación a una persona malvada y pseudopsicópata de la protagonista atraviesa un sinfín de clichés de alguien que quiere inspirarse (un eufemismo un tanto amable para no subrayar la imitación) en una lectura superficial del Joker de Todd Phillips o en la Maléfica de Angelina Jolie.

La banda sonora, concienzudamente hecha por un gabinete de marketing -con buen gusto, es innegable-, permitirá a miles de niños y adolescentes conocer una decena de grandes canciones que, sin mucho criterio, han sido versionadas en el formato de un clip para TikTok. Es más bien una metáfora del resultado estético, sonoro y dialectal de la nueva Cruella. Y no es un factor negativo. Simplemente, los tiempos cambian, que diría Bob, y es burdo criticar sin acritud las nuevas versiones, visiones y adaptaciones del gigante del conservadurismo que ha sido Disney. Eso sí, los atrevimientos como Cruella requieren una crítica con fundamento, no un aplauso vacío y a otra cosa. Que de eso ya se encargan los gabinetes de publicidad.

No nos vamos a engañar, hay un exceso de sobreexagerada interpretación por parte de las Emma (Thompson y Stone), pero es una circunstancia que no supone obstáculo mayor en la diversión, que es el principal objetivo. Al final, que más da. Solo queremos ver a Stone sonreír con facciones psicópatas y angelicales, y que de sus labios salga la frase: "Hello, Anita darling".