Hay aspectos de la película que no me gustan en lo personal, sobretodo esa cámara temblorosa, mucho a ratos y que me da dolores de cabeza. Pero es innegable la habilidad de aprovechar las circunstancias de la guerra iraquí para crear un suspense efectivo o, por lo menos, desasosiego en el espectador. Es inolvidable el plano picado en que Renner se descubre a sí mismo en medio de la bomba trampa, que se revela como una araña enterrada, como si estuviera a punto de apresar al desarmador con sus patas. Bigelow siempre muestra a Renner desarmando bombas desde diversos puntos de vista, la mayoría planos picados y generales, que se corresponden a enemigos encubiertos y desconocidos. Ello refuerza la sensación de que el peligro siempre está latente y que la amenaza emana de todas partes: de bolsas de basura, ventanas distantes, transeúntes curiosos y niños vendiendo dvd. Y esos saludos, de apariencia extrañamente inocente pero totalmente fuera de lugar. Los enemigos nunca se muestran y si se muestran son anónimos y están tan distantes como en la secuencia del duelo de francotiradores en el desierto. Bigelow, en mi opinión, sabe aplicar esa máxima cinematográfica de no mostrar directamente la fuente de la amenaza; no la oculta en la oscuridad de las películas de terror, sino bajo el sol inclemente del Medio Oriente, y eso es lo que hace funcionar a esta película.