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Voto de Telefunken:
10
8,1
24.636
Drama
Elisabeth (Liv Ullmann), una célebre actriz de teatro, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de "Electra". Después de ser sometida a una serie de pruebas, el diagnóstico es bueno. Sin embargo, como sigue sin hablar, debe permanecer en la clínica. Alma (Bibi Andersson), la enfermera encargada de cuidarla, intenta romper su mutismo hablándole sin parar. (FILMAFFINITY)
24 de julio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente no hay cine más problemático que el que aúna narración y discursividad sin delimitar muy bien los bordes en los que termina una y empieza otra; ni cine ensayo ni relato al uso, tierra de nadie que desubica a casi cualquier espectador. En el caso de ‘Persona’, yo creo que esos dos niveles (narración y discursividad) se articulan de la siguiente manera: el primero se circunscribe a los momentos de convivencia entre Alma y Elisabeth, mientras que el segundo a las escenas en que cada una de ellas habla consigo misma o proyecta interiormente su angustia y sus deseos. La interacción entre ambos niveles se presta a la confusión. Sin ir más lejos, no sabemos con claridad a qué realidad se corresponde el instante en que Elisabeth se acerca a la cama de Alma y la acaricia, si a la de la convivencia verídica o a las aspiraciones de la singular enfermera. Ciertos matices parecen indicar que a lo segundo. De hecho el breve interrogatorio al que al día siguiente es sometida Elisabeth (“¿Estuviste en mi habitación?”) da a ésta más elementos de juicio con los que sostener su desgarrante "estudio" psicológico.
Pero igual me estoy adelantando. (Advertencia: spoilers inminentes). No quiero iniciar mis pajas mentales sin dedicar algunas palabras a la apertura y cierre del film, de carácter experimental e influencia aparentemente dadaísta (se pueden encontrar paralelismos reseñables con ‘Ballet Mécanique’), montado sobre un mosaico de símbolos (el cordero, la araña, la cinta) que emerge como preámbulo de jeroglíficos imposibles de resolver por cuenta propia. Sin embargo, la disonancia -visual y sonora- de la introducción ya presagia las tensiones y brusquedades que son seña de identidad de la película. Difícil responder a la pregunta de dónde se halla realmente el niño. Quizás la respuesta no sea tan relevante; al fin y al cabo lo que importa es su desamparo, el gesto que deja entrever la necesidad de amor maternal.
A continuación vemos a Liv Ullmann, y un poco más tarde a Bibi Andersson. Las protagonistas han sido presentadas. Los minutos de metraje restantes no pugnarán por otra cosa que indagar en (1) los abismos personales de una y otra así como en (2) la relación que se genera entre ambas, dos direcciones -a veces paralelas, a veces no tanto- desde las que interpretar los sucesos que acontecen en ‘Persona’. Después de mi tercer visionado y amparado en unas cuantas notas de mi puño y letra, me he permitido ojear las lecturas que se han dado a esta película, muy diversas. No obstante, me ha llamado la atención que apenas se haya reparado en el tormentoso volcán de la cosificación que delinea Bergman. Es ahí donde yo he colocado la lupa, en la relación deshumanizadora entre Alma y Elisabeth, y no tanto en las pulsiones de cada una. Aun así creo que en ese último aspecto relativo a las pulsiones no me he dejado mucho en el tintero: Elisabeth ha vivido una experiencia traumática, la cual, sumada a otros motivos, le lleva a alejarse del mundo, obturando la vía principal de salida y entrada, a saber, la comunicación; Alma, al revés, es la extroversión encarnada, a la vez que concibe su proyecto vital como entrega y sacrificio a una causa (es la unión y no la distancia con respecto al mundo la que para ella genera sentido). La doctora lo sabe, y de ahí la decisión de asignar el encargo a Alma. Craso error.
Pero igual me estoy adelantando. (Advertencia: spoilers inminentes). No quiero iniciar mis pajas mentales sin dedicar algunas palabras a la apertura y cierre del film, de carácter experimental e influencia aparentemente dadaísta (se pueden encontrar paralelismos reseñables con ‘Ballet Mécanique’), montado sobre un mosaico de símbolos (el cordero, la araña, la cinta) que emerge como preámbulo de jeroglíficos imposibles de resolver por cuenta propia. Sin embargo, la disonancia -visual y sonora- de la introducción ya presagia las tensiones y brusquedades que son seña de identidad de la película. Difícil responder a la pregunta de dónde se halla realmente el niño. Quizás la respuesta no sea tan relevante; al fin y al cabo lo que importa es su desamparo, el gesto que deja entrever la necesidad de amor maternal.
A continuación vemos a Liv Ullmann, y un poco más tarde a Bibi Andersson. Las protagonistas han sido presentadas. Los minutos de metraje restantes no pugnarán por otra cosa que indagar en (1) los abismos personales de una y otra así como en (2) la relación que se genera entre ambas, dos direcciones -a veces paralelas, a veces no tanto- desde las que interpretar los sucesos que acontecen en ‘Persona’. Después de mi tercer visionado y amparado en unas cuantas notas de mi puño y letra, me he permitido ojear las lecturas que se han dado a esta película, muy diversas. No obstante, me ha llamado la atención que apenas se haya reparado en el tormentoso volcán de la cosificación que delinea Bergman. Es ahí donde yo he colocado la lupa, en la relación deshumanizadora entre Alma y Elisabeth, y no tanto en las pulsiones de cada una. Aun así creo que en ese último aspecto relativo a las pulsiones no me he dejado mucho en el tintero: Elisabeth ha vivido una experiencia traumática, la cual, sumada a otros motivos, le lleva a alejarse del mundo, obturando la vía principal de salida y entrada, a saber, la comunicación; Alma, al revés, es la extroversión encarnada, a la vez que concibe su proyecto vital como entrega y sacrificio a una causa (es la unión y no la distancia con respecto al mundo la que para ella genera sentido). La doctora lo sabe, y de ahí la decisión de asignar el encargo a Alma. Craso error.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Las dantescas imágenes del noticiario a propósito de Vietnam parecen neutralizar los últimos atisbos de humanidad presentes en Elisabeth (de manera análoga a la progresiva pérdida de sensibilidad que nosotros experimentamos con la habitual reproducción del horror en los telediarios, cada vez más explícita): su retirada del mundo se convertirá en una retirada de los sentimientos humanos básicos; de la falta de comunicación a la falta de empatía. Solo así cobra sentido el paradójico comportamiento que Elisabeth adopta ante la historia que Alma le relata (muy atrevida por cierto la elección de Bergman de contarla con palabras y no con un ameno flashback). Elisabeth, por un lado, escucha atentamente (atención y dedicación dirigida al otro); por otro lado, su escucha está al servicio de una intención deshumanizadora, cosificadora, o, en términos filosóficos, reificadora.
Para mí la palabra es esa, reificación, concepto relevante en las ciencias sociales del último medio siglo y, en especial, en la denominada Escuela de Frankfurt (desde Adorno hasta Honneth pasando por Habermas). Para Adorno la reificación era un olvido, un olvido de que una vez el ser humano estuvo en comunión con la naturaleza y con sus semejantes, sin pretensión de dominar ni a la una ni a los otros. Para Habermas, reificación equivalía al “proceso por el cual formas de conducta observadoras penetran en esferas sociales que, por ello, ven amenazadas sus condiciones constitutivas de comunicación” (parece toda una descripción de Elisabeth). Finalmente, para Honneth, la reificación es un olvido de que todo interlocutor nuestro es un ser humano con el que, de manera primigenia, empatizamos y nos identificamos (vínculo afectivo), más allá de diferencias culturales. Las tres consideraciones describen una distorsión en el comportamiento debido a la cual minusvaloramos al otro, le despreciamos o le tomamos como un objeto al que analizar fríamente. Elisabeth lo hace, al ignorar que Alma le acaba de abrir las puertas de su intimidad y tomar su historia como el movimiento de un hámster sobre una rueda en lugar de como una petición de afecto e identificación. Su predisposición reificada se tornará reificadora cuando Alma lea la carta. En ese sentido, la escena de la copa que se rompe y el cristal que se clava Elisabeth, narrativa o discursivamente, representa la espantosa reciprocidad con que Alma responde. Su pose indolente frente al dolor físico de Elisabeth da alas al tornado reificador que arrebatará a ambas sus atributos más humanos y, con ello, la identidad. La película efectúa un breve corte: acabamos de cruzar la frontera.
A partir de aquí, la confusión de rostros se hará sistemática. Lo mismo sucederá con la ambigüedad de las imágenes: ¿es Alma la que con su inapelable recuento de los “pecados” maternales de Elisabeth desnuda a ésta o es Elisabeth la que se examina a sí misma? ¿Cómo redunda la reflexión de los demonios de Elisabeth en el rumbo de su identidad, y, en según qué caso, en la de Alma? ¿Qué ha sobrevivido y qué ha desaparecido? Y no menos importante: ¿nos ha conmovido y sobrecogido la crudeza de la película o, como Elisabeth en su “estudio de simios”, hemos observado fríamente la tragedia humana?
Para mí la palabra es esa, reificación, concepto relevante en las ciencias sociales del último medio siglo y, en especial, en la denominada Escuela de Frankfurt (desde Adorno hasta Honneth pasando por Habermas). Para Adorno la reificación era un olvido, un olvido de que una vez el ser humano estuvo en comunión con la naturaleza y con sus semejantes, sin pretensión de dominar ni a la una ni a los otros. Para Habermas, reificación equivalía al “proceso por el cual formas de conducta observadoras penetran en esferas sociales que, por ello, ven amenazadas sus condiciones constitutivas de comunicación” (parece toda una descripción de Elisabeth). Finalmente, para Honneth, la reificación es un olvido de que todo interlocutor nuestro es un ser humano con el que, de manera primigenia, empatizamos y nos identificamos (vínculo afectivo), más allá de diferencias culturales. Las tres consideraciones describen una distorsión en el comportamiento debido a la cual minusvaloramos al otro, le despreciamos o le tomamos como un objeto al que analizar fríamente. Elisabeth lo hace, al ignorar que Alma le acaba de abrir las puertas de su intimidad y tomar su historia como el movimiento de un hámster sobre una rueda en lugar de como una petición de afecto e identificación. Su predisposición reificada se tornará reificadora cuando Alma lea la carta. En ese sentido, la escena de la copa que se rompe y el cristal que se clava Elisabeth, narrativa o discursivamente, representa la espantosa reciprocidad con que Alma responde. Su pose indolente frente al dolor físico de Elisabeth da alas al tornado reificador que arrebatará a ambas sus atributos más humanos y, con ello, la identidad. La película efectúa un breve corte: acabamos de cruzar la frontera.
A partir de aquí, la confusión de rostros se hará sistemática. Lo mismo sucederá con la ambigüedad de las imágenes: ¿es Alma la que con su inapelable recuento de los “pecados” maternales de Elisabeth desnuda a ésta o es Elisabeth la que se examina a sí misma? ¿Cómo redunda la reflexión de los demonios de Elisabeth en el rumbo de su identidad, y, en según qué caso, en la de Alma? ¿Qué ha sobrevivido y qué ha desaparecido? Y no menos importante: ¿nos ha conmovido y sobrecogido la crudeza de la película o, como Elisabeth en su “estudio de simios”, hemos observado fríamente la tragedia humana?