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Serie de TV. Documental
Documental en tres partes (de 60 minutos cada una) que combina imágenes de archivo en B&W y color con secuencias experimentales. El título se basa en un poema homónimo de Richard Brautigan escrito en 1967 y trata sobre cómo los ordenadores han fallado a la hora de liberarnos, habiendo por el contrario "distorsionado y simplificado nuestra visión del mundo que nos rodea". Episodios: Love and Power / The Use and Abuse of Vegetational ... [+]
8 de marzo de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la historia de las varias huellas -no todas- que el ‘western world’ ha ido dejando en su paulatina autoafirmación de que la autonomía y agencia humanas no son posibles y, por tanto, de que ya no podemos ni hace falta concebirnos como sujetos políticos.
Suena a denso ensayo de filosofía social, pero en manos de Curtis se vuelve un potente interrogatorio a rostros vivientes, grabaciones recuperadas y documentos que ponen su más callada voz, todo ello armado en un colosal montaje y con una música que va de acierto en acierto.
Son aquellas huellas que no reciben títulos como ‘Pearl Harbor’, ‘IIWW’ o similares, pero que en subsiguientes planos de relevancia histórica han ido sentando las bases para una concepción del individuo y de la sociedad en la que no tenemos nada que hacer como sujetos en sociedad aparte de comportarnos mecánicamente, muertas las grandes aspiraciones que una vez fueron razón para hablar de ‘ideología’. Y sin embargo, Curtis propone un retablo que representa ni más ni menos la definición certera de ‘ideología’, de una nueva ideología contemporánea que no se concibe como tal pero que lo es, precisamente oculta en su vestido de ideas científicas, tecnológicas e incluso ecológicas. Hablamos de esa ideología pujante y generalizada en la que el orden político no es un tema significativo, mientras que los -mal- considerados como representantes del mismo configuran una presencia innecesaria (‘los políticos, que se vayan, no los necesitamos’). Esa ideología que cree que sin política viviríamos más en calma, más ‘en equilibrio’, que no hacen falta ideologías porque se trata solamente de vivir libres y tranquilos (nótese la paradoja).
En ese mundo de ‘política innecesaria’ surge el héroe randiano y el ingeniero de Silicon Valley que sueña con individuos libres ante sus pantallas (en libres mundos paralelos que antaño fueron la web y que hoy se parecen más al bitcoin; apunto: ‘The Californian Ideology’, 1995). En ese mundo acudimos a la naturaleza en busca de quietud, aunque la naturaleza también sean incendios, torbellinos, turbulencias, destrucción y regeneración. En ese mundo surgen comunas en las que se pretende estar libres de ‘la política’ mediante la omisión de los problemas que ésta genera: desigualdad, conflicto, etc., y que precisamente al ser omitidos surgen con más fuerza todavía (lo contrario sería recuperar la asamblea, la capacidad de hablar de ideología, el posicionamiento de convicciones firmes).
Suena a denso ensayo de filosofía social, pero en manos de Curtis se vuelve un potente interrogatorio a rostros vivientes, grabaciones recuperadas y documentos que ponen su más callada voz, todo ello armado en un colosal montaje y con una música que va de acierto en acierto.
Son aquellas huellas que no reciben títulos como ‘Pearl Harbor’, ‘IIWW’ o similares, pero que en subsiguientes planos de relevancia histórica han ido sentando las bases para una concepción del individuo y de la sociedad en la que no tenemos nada que hacer como sujetos en sociedad aparte de comportarnos mecánicamente, muertas las grandes aspiraciones que una vez fueron razón para hablar de ‘ideología’. Y sin embargo, Curtis propone un retablo que representa ni más ni menos la definición certera de ‘ideología’, de una nueva ideología contemporánea que no se concibe como tal pero que lo es, precisamente oculta en su vestido de ideas científicas, tecnológicas e incluso ecológicas. Hablamos de esa ideología pujante y generalizada en la que el orden político no es un tema significativo, mientras que los -mal- considerados como representantes del mismo configuran una presencia innecesaria (‘los políticos, que se vayan, no los necesitamos’). Esa ideología que cree que sin política viviríamos más en calma, más ‘en equilibrio’, que no hacen falta ideologías porque se trata solamente de vivir libres y tranquilos (nótese la paradoja).
En ese mundo de ‘política innecesaria’ surge el héroe randiano y el ingeniero de Silicon Valley que sueña con individuos libres ante sus pantallas (en libres mundos paralelos que antaño fueron la web y que hoy se parecen más al bitcoin; apunto: ‘The Californian Ideology’, 1995). En ese mundo acudimos a la naturaleza en busca de quietud, aunque la naturaleza también sean incendios, torbellinos, turbulencias, destrucción y regeneración. En ese mundo surgen comunas en las que se pretende estar libres de ‘la política’ mediante la omisión de los problemas que ésta genera: desigualdad, conflicto, etc., y que precisamente al ser omitidos surgen con más fuerza todavía (lo contrario sería recuperar la asamblea, la capacidad de hablar de ideología, el posicionamiento de convicciones firmes).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Curtis elabora sus especulaciones sobre materiales históricos, los cuales ofrecen pocas dudas. Más interesante sería estimar la calidad de las especulaciones lanzadas, que por momentos son demasiado ambiciosas. Me convencen cuando se trata de explicar qué concepciones de lo individual y de lo social han contribuido a inhibirnos como sujetos políticos, a volvernos máquinas en tanto sujetos para los que nada es normativa o fácticamente digno de hacerse excepto en el plano mecánico e individual de consumidores miserables.
Pero hay otras especulaciones que me parecen caprichosas, como la del último capítulo, en la que se busca crear vínculos entre el determinismo genético (con sus, dicho sea de paso, coqueteos hacia la eugenesia, por si creemos que ese fantasma ya fue enterrado tiempo atrás) y el comportamiento de ‘Occidente’ con respecto a los terribles sucesos del Congo desde los años sesenta. En otras palabras, como si las estremecedoras masacres, asesinatos y violencia permanente del Congo (al amparo de una de una descolonización maldita en la que los putos belgas siempre han tenido gran responsabilidad) solo pudieran ser contestadas por ‘Occidente’, en lugar de con intervenciones sensatas y responsables, con explicaciones genéticas que justifican toda fechoría y aniquilación bajo un esquema determinista. Ahí yo discrepo. No creo que los Hamilton, Price, etc. tuvieran la menor intención de ofrecer una explicación de mala fe a la violencia que sacudía al mundo en los años sesenta y setenta. Eran solo desfases científicos que han ido demasiado lejos. ¿Acaso se puede decir que el comprador de la Play Station 2 en 2003 era el mismo que premiaba los hallazgos de W. D. Hamilton para de esa forma sentirse aliviado pensando que la guerra del coltán era fruto de que ‘los seres humanos somos así’ y no fruto de un consumo insaciable y cruel en tiendas de Sony o de Nokia? No lo creo. Para empezar porque el comprador de la PS2 -y yo lo he sido- no sabía ni qué era el coltán ni quiénes eran W. D. Hamilton o R. Dawkins.
Pese a todo, el recorrido de Curtis a través de la ciencia occidental y de los sucesos del Congo, aunque no permita conectar ambos es, cada uno por su cuenta, formidable. Subraya, por un lado, la tendencia a construir determinismos biológicos, que habría que sumar a los tecnológicos, un conjunto de autolimitaciones que son lo más opuesto que puede haber a todo intento de procurarnos autonomía. Por otro lado, la revisión de la historia reciente del Congo es un necesario recuerdo de nuestros demonios: la manera en que los belgas secundaron la división racial entre hutus y tutsis, las operaciones de la CIA para cargarse a Lumumba, el apoyo de los belgas a la secesión de Katanga, más todo lo que décadas después traería la lucha por el coltán. Los vídeos de archivo estremecen. Estremecimiento que no hemos asumido porque ni siquiera nos hemos dignado a mirar.
En conjunto, un trabajo excepcional, pues excepcional es que alguien aborde, en un documental, con tanta potencia visual y discursiva, los bordes más peliagudos de la ciencia, la ideología y el pensamiento, con toda la imparcialidad -que nunca es completa ni puede serlo- de un ironista como Curtis, consciente de los desafíos de mayor peso, de los que, mal administrados, están en camino de instalarse como amenaza permanente.
Pero hay otras especulaciones que me parecen caprichosas, como la del último capítulo, en la que se busca crear vínculos entre el determinismo genético (con sus, dicho sea de paso, coqueteos hacia la eugenesia, por si creemos que ese fantasma ya fue enterrado tiempo atrás) y el comportamiento de ‘Occidente’ con respecto a los terribles sucesos del Congo desde los años sesenta. En otras palabras, como si las estremecedoras masacres, asesinatos y violencia permanente del Congo (al amparo de una de una descolonización maldita en la que los putos belgas siempre han tenido gran responsabilidad) solo pudieran ser contestadas por ‘Occidente’, en lugar de con intervenciones sensatas y responsables, con explicaciones genéticas que justifican toda fechoría y aniquilación bajo un esquema determinista. Ahí yo discrepo. No creo que los Hamilton, Price, etc. tuvieran la menor intención de ofrecer una explicación de mala fe a la violencia que sacudía al mundo en los años sesenta y setenta. Eran solo desfases científicos que han ido demasiado lejos. ¿Acaso se puede decir que el comprador de la Play Station 2 en 2003 era el mismo que premiaba los hallazgos de W. D. Hamilton para de esa forma sentirse aliviado pensando que la guerra del coltán era fruto de que ‘los seres humanos somos así’ y no fruto de un consumo insaciable y cruel en tiendas de Sony o de Nokia? No lo creo. Para empezar porque el comprador de la PS2 -y yo lo he sido- no sabía ni qué era el coltán ni quiénes eran W. D. Hamilton o R. Dawkins.
Pese a todo, el recorrido de Curtis a través de la ciencia occidental y de los sucesos del Congo, aunque no permita conectar ambos es, cada uno por su cuenta, formidable. Subraya, por un lado, la tendencia a construir determinismos biológicos, que habría que sumar a los tecnológicos, un conjunto de autolimitaciones que son lo más opuesto que puede haber a todo intento de procurarnos autonomía. Por otro lado, la revisión de la historia reciente del Congo es un necesario recuerdo de nuestros demonios: la manera en que los belgas secundaron la división racial entre hutus y tutsis, las operaciones de la CIA para cargarse a Lumumba, el apoyo de los belgas a la secesión de Katanga, más todo lo que décadas después traería la lucha por el coltán. Los vídeos de archivo estremecen. Estremecimiento que no hemos asumido porque ni siquiera nos hemos dignado a mirar.
En conjunto, un trabajo excepcional, pues excepcional es que alguien aborde, en un documental, con tanta potencia visual y discursiva, los bordes más peliagudos de la ciencia, la ideología y el pensamiento, con toda la imparcialidad -que nunca es completa ni puede serlo- de un ironista como Curtis, consciente de los desafíos de mayor peso, de los que, mal administrados, están en camino de instalarse como amenaza permanente.