"Capitanes intrépidos" es una triple obra maestra. De una parte como cine puro de aventuras; de otra como homenaje al pueblo marinero; y en lo que más destaca, como preciosa y maravillosa plasmación del oficio de vivir. En esto último se equipara a otras joyas como "El río" de Renoir.
A partir de una historia del genial Rudyard Kipling, Fleming ("Lo que el viento se llevó") logró uno de los clásicos indiscutibles en la Historia del Cine, una película hoy día intacta en su desarmante mezcla de vigor y sentimentalismo (un final pelín largo), de vida y sensibilidad rayano lo blando pero tocando de pleno las fibras más escondidas del espectador.
Su atemporal argumento es conocidísimo: un rudo pescador portugués, Manuel (Tracy), rescata de las aguas a un engreído, rico y detestable chico (Bartholomew). Manuel enseñará a éste el duro oficio de vivir, creándose entre ambos una amistad inolvidable. Fleming plasma esto de forma genial e inteligente, apoyado en un soberbio guión que sabe conjugar el tono adecuado en cada momento, olvidándose muy acertadamente la película del personaje del padre del chico (Barrymore) durante tres cuartas partes de la misma, para centrarse de lleno y profundamente en la relación entre el marinero y el chaval.
"Capitanes intrépidos" resulta una obra modélica del cine de aventuras pues sabe engarzar con soltura y suficiencia la épica con lo melodramático o lo intimista; resulta además un documental impagable del mundo de los pescadores en alta mar. Maravillosa película, con una soberbia interpretación de Tracy que lo institucionalizó como uno de los grandes de siempre y gran terna de secundarios, con Melvyn Douglas a la cabeza.