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Voto de kafka:
9
8,1
20.161
13 de enero de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los más memorables films que haya dedicado Hollywood al alcoholismo, quizás el más importante e imperecedero junto al "Días sin huella" (1945) del maestro Billy Wilder.
Retrato de una pareja de alcohólicos que comienzan a beber por "cuestión social" (él es relaciones públicas y ella le acompaña) y que acabarán metiéndose en las más profundas huellas del alcohol: la subversión familiar, la autodegradación y la semilocura en un proceso conducente a un estado de inconsciencia alcohólica aún más peligroso que el propio hecho de beber.
La película, que comienza como una de esas clásicas comedias guatequeras de Edwards va paulatina y sólidamente adentrándose en el drama hasta hacerse un desasosegante y sobresaliente estudio de los dos personajes principales, con un final lleno de escepticismo y tristeza.
Película en sí ya magnífica, es una obra maestra por el recital interpretativo simplemente: un Jack Lemmon genial, demostrando una vez más su colosal ambivalencia interpretativa que le hacen ser el más divertido y mejor actor de comedia junto al más consistentemente actor dramático de su generación; y Remick, formidable y para nada abrumada por el talento de Lemmon y Bickford, un secundario también majestuoso para una película imperecedera, realista, a la que hay que volver una y mil veces.
Retrato de una pareja de alcohólicos que comienzan a beber por "cuestión social" (él es relaciones públicas y ella le acompaña) y que acabarán metiéndose en las más profundas huellas del alcohol: la subversión familiar, la autodegradación y la semilocura en un proceso conducente a un estado de inconsciencia alcohólica aún más peligroso que el propio hecho de beber.
La película, que comienza como una de esas clásicas comedias guatequeras de Edwards va paulatina y sólidamente adentrándose en el drama hasta hacerse un desasosegante y sobresaliente estudio de los dos personajes principales, con un final lleno de escepticismo y tristeza.
Película en sí ya magnífica, es una obra maestra por el recital interpretativo simplemente: un Jack Lemmon genial, demostrando una vez más su colosal ambivalencia interpretativa que le hacen ser el más divertido y mejor actor de comedia junto al más consistentemente actor dramático de su generación; y Remick, formidable y para nada abrumada por el talento de Lemmon y Bickford, un secundario también majestuoso para una película imperecedera, realista, a la que hay que volver una y mil veces.