Oldman se pasa a la dirección soltando un puñetazo en la mandíbula del espectador, al concentrar a un grupo de personajes de círculo familiar, unos de ellos auténticos degenerados, drogadictos y nazis mentales "artificialmente" felices (ellos); otros apenados, con una maleta de tristeza y ojeras permanentes, pero corajudos (ellas). Y así, se ponen a hablar, a faltarse al respeto e insultarse, a la verborrea en unas interpretaciones grandes, al límite.
El resultado: un film duro, áspero y seco, que posee carcasa de gran cine y unas intenciones e ideas de un tipo que está enormemente seguro de sí mismo. Música de Eric Clapton.