La rosa púrpura de El Cairo

Maravillosa película de Woody Allen, un canto sentido y conmovedor que enaltece la magia de este medio que amamos y que tanto nos apasiona. Para mí forma una parte de una trilogía muy espacial sobre «cine-más-allá-de-la-pantalla», junto con «El moderno Sherlock Homes» de Buster Keaton y «La ventana indiscreta» de Hitchcock (que, aunque no lo parezca, yo opino que va de lo mismo). El propio Allen ha dicho en numerosas ocasiones que esta es su obra favorita de todas las que ha hecho, y la verdad es que no me extraña conociendo su pasión incondicional por el cine. Y es que «La rosa púrpura de El Cairo» es un homenaje a todos aquellos que se nos va la vida en la contemplación de una pantalla, es una película hecha por y para cinéfilos. Para todos nosotros.

¿Qué pasaría si, de golpe, nuestra película favorita cambiara su desenlace tras el trigésimo cuarto visionado? ¿Es factible imaginar a Kane ganando las elecciones, a Rick volando junto a Ilsa rumbo a Lisboa, a Scotty Ferguson salvando a Judy en el filo del campanario o al capitán Buttler diciéndole a Scarlett que sí, que lo que ella siente le importa y mucho? ¿Lo aceptaríamos? ¿Nos emocionaríamos ante la inesperada variante que el medio, milagro mediante, nos está ofreciendo? ¿O nos acercaríamos indignados hasta la taquilla pidiendo que nos devolvieran el dinero, reclamando la estafa que supone nos hayan cambiado el final de nuestro film de cabecera? Todas estas cuestiones y muchas más son las que Woody Allen se plantea en esta soberbia y a la vez humildísima película. El director se cuestiona nuestro rol como espectadores y como cinéfilos, siempre tan propensos a caer en la mitomanía, siempre con el anhelo de traspasar los límites de la pantalla y convivir, aunque sólo sea durante un par de horas, en el micro-universo que habitan los protagonistas.

Allen incluso va más allá, haciendo que uno de los personajes atraviese la pantalla y se vea inmerso en lo que nosotros llamamos «el mundo real», y que no es, en el fondo, más que otra ilusión. Creo que buena parte de la película hace hincapié en el hecho de que para nosotros, al igual que para el protagonista, no existe más que lo que conocemos. Tom Baxter, el audaz aventurero que sale en «La rosa púrpura de El Cairo» (la película dentro de la película) sabe lo que es un parque de atracciones porque eso dice en el guion de la película, de la misma manera que asocia a Dios (como motor creador de toda vida) con los guionistas del film. ¿Y si nuestros límites sobre el conocimiento también se circunscribieran a todo aquello que conocemos, y un universo inabarcable escapara a nuestra conciencia y a nuestra restringida capacidad de percepción? ¿Y si nuestra vida, lo que llamamos «el mundo real», no fuera sino también una trama urdida por algún demiurgo invisible? ¿Y si existiera un público objetivo que nos observara desde un patio de butacas? Todas estas preguntas se las hace Woody Allen a través de este film audaz, lúcido y absolutamente entrañable.

Otro de los grandes aciertos del film es la maravillosa ambientación de la película que Cecilia acude a ver una y otra vez. Resulta una recreación perfecta y elaborada con mucho mimo y respeto hacia ese cine de salones tan propio de los años treinta. Tenemos la sensación todo el tiempo de estar viendo una película de Lubitsch, Cukor o La Cava. El guiño del teléfono blanco y la maravillosa secuencia de «Sombrero de copa» refuerzan el sentido de homenaje con el que Allen adorna esta ingeniosa fábula.

Una película irrepetible que, entre otras cosas, nos habla del poder terapéutico del cine, de la magia de un medio que supera su propia elaboración falaz en base a interpretaciones y decorados y que muchas veces cuestiona su mismo principio de fisicidad, no planteándose la pregunta de si la ficción puede convertirse en realidad, sino todo lo contrario: si nuestra realidad no puede ser parte de una ficción suprema, de esa gran y enorme película que es nuestra existencia misma.

Un film que, en resumidas cuentas, termina apostillando algo que los que nos pasamos la vida frente a una pantalla tenemos cada día más claro: que la magia del cine no conoce límites.

Pocas películas del cine, causan tal impacto social, así como lo hace la rosa purpura del Cairo, ésta Interesante comedia, llena de imaginación y sentido del humor entrañablemente con tintes dramáticos y cierta dosis de crítica, con un género híbrido que Woody Allen ha cultivado durante buena parte de su carrera. Principalmente al espectador, una de las obsesiones de esta película sensibiliza desarrolladamente un amor por el cine que sólo un gran conocedor del mismo puede transmitir, Una Creativa obra maestra, con capacidad para narrar la inolvidable secuencia.

La Rosa Púrpura del Cairo es una declaración de amor al cine y a los sueños que este representa.

La historia se centra en el personaje que interpreta una espectacular Mía Farrow. Una mujer cuya existencia llena de miserias la lleva a refugiarse en el cine de su ciudad, buscando en las películas que ve un mundo de lujo y felicidad que ella no conoce en su vida.

A partir de qué uno de los personajes de la pantalla salga de la misma para vivir la vida con esta mujer, todo se convierte en una historia de ensoñación, en la que nos cuesta cómo a la protagonista saber qué es real o que no.

Y es que en esto basa su magia la cinta de Allen, en embarcarnos en un mundo de fantasía donde las ilusiones del cine se mezclan con la realidad en una América en crisis.

Todas los momentos de la película son mágicos, pero me gustaría destacar esos personajes atrapados en la pantalla, esperando algo que no saben que es, algo fuera de su mundo conocido. Un momento que nos recuerda a El Ángel Exterminador de Buñuel.

No es ni de lejos su mejor película, ni siquiera la pondría como obra maestra. Lo roza, pero a mi criterio no. Lo que rompe es el guión y Mía Farrow (que incomprensiblemente no fue nominada al Oscar.) Pero por lo demás es una película convencional de Woody Allen.

Aún así es, como he dicho en mi título, mágica. Sin chistes te ríes al ver la que se monta en el cine, fuera, lo que pasa con sus personajes...es tan original como chistoso.

Lo mejor: Su guión.
lo peor: las prostitutas.

7.7/10

Amena película donde los sueños de una pusilánime cinéfila se hacen realidad. Con lo ficticio (cine) hace olvidar su realidad pero sin embargo es el propio cine el que la busca a ella. Desde otra perspectiva, se nos vislumbra un guiño a aquellos que estamos al otro lado de la pantalla, creando un ambiente simbiótico donde interactuamos entre sí tanto espectadores como personajes de película.

Mi gran duda nace cuando me pregunto si este film fuese tan valorado si la rúbrica de la película perteneciese a Walt Disney. Es un argumento propicio y común entre su factoria, ¿no?. A pesar de todo bella cinta.