El final de la violencia

Wim Wenders pone toda la fe en sí mismo que es capaz de conseguir, para obtener como resultado un fallido thriller en el que un Gran Hermano controla las fechorías de los terrenales y pecadores humanos, permitiéndose incluso impartir justicia divina. Es comprensible su poder para evocar “Carretera perdida”, por su extraño arranque y por la presencia del siempre solvente Bill Pullman, pero que nadie se engañe, no tiene nada que ver con la obra de arte de Lynch y está muchos peldaños por debajo. Un buen reparto desaprovechado con unos personajes insulsos. En general su visionado se llega a hacer pesado por su duración, la parsimonia que desprende y, sobretodo, por unos engranajes mal engrasados que hacen que en ningún momento remonte el vuelo.

Lo mejor, sin duda, es el recurso de ambientar algunas escenas dentro del cuadro “Nighthawks”, de Edward Hopper, un escenario perfecto para una buena película de cine negro, pero que en este caso queda como anecdótico.

Que Wim Wenders no es un director especialmente emotivo lo sabemos desde siempre, pero solía ser brillante, y eso lo compensaba. Pues ya ni eso. 'El final de la violencia' está rodada como si estuviera resolviendo un crucigrama a la vez, un buen crucigrama. No hay pasión, no hay ninguna secuencia interesante y la mencionada violencia está rodada con el ímpetu de uno de esos directores noruegos de los telefilmes de La 1. Como siempre en su cine, se salvan el vestuario y la belleza de algunas actrices, así, en plan machirulo. Y, claro, la selección de canciones. La de Spain es maravillosa.