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Círculo peligroso

Intriga. Cine negro. Thriller Un estadounidense que llega a Londres con la esperanza de descubrir las verdaderas circunstancias de la muerte de su hermano durante una operación de guerra en Francia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2024
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“Circle of Danger” fue una de las películas que Tourneur dirigió cuando Hollywood no estaba ya tan dispuesto a ofrecerle los proyectos que él hubiese preferido, por ello viajó a tierras británicas donde volvió a mostrar todo su talento. La fantástica “La noche del demonio” (Night of the Demon, 1957) fue, bajo mi unto de vista, su film más redondo dentro de su periplo británico, un verdadero clásico dentro de las películas de terror, pero este trabajo anterior del que nos ocupamos hoy y que emparejaba a dos estrellas británicas que habían probado suerte en Hollywood, Ray Milland y Patricia Roc, pienso que también merece y muy mucho la pena, una pequeña una joya bastante olvidada.

Basada en una novela de Philiph MacDonald de título “White Heather”, encargado igualmente de la elaboración de su guion, de la mano de Tourneur un argumento interesante se convierte en un excelente y riguroso relato. De forma sutil y con agudas pinceladas la película va logrando una turbia atmósfera en la que la ambigüedad se extiende por su escueto metraje y la sensación opresiva se va apoderando de una sencilla trama en la que aparentemente hay pocos elementos de interés dramático. Las secuencias se suceden con una enorme coherencia interna, basándose en pequeños gestos, en miradas, con una asombrosa utilización de la iluminación que da la medida del personalísimo sentido de la composición visual característico de Tourneur, consiguiendo así una logradísima atmósfera desasosegadora, una soterrada inquietud y una calculada ambigüedad, ayudado todo ello por una excelente fotografía en blanco y negro caracterizada por sus tonos gélidos, y por una perfecta dirección de actores.

Además de resultar un ejemplo perfecto de la rigurosa personalidad cinematográfica de su artífice, ”Círculo de peligro” resulta finalmente un excelente y sorprendente thriller, uno de los títulos menos conocidos de su director pero con un vigor narrativo y un sentido de la atmósfera que recuerda mucho al Hitchcock de la primera época.
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Juan Marey
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21 de abril de 2024
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Los neblinosos grises que dominan Círculo de peligro (Circle of danger, 1951) son tan equívocos como la misma discreta apariencia de esta producción británica no estrenada en España. Una discreción que parece haberla postergado a la invisibilidad, dentro de la obra de Jacques Tourneur, al estar desprovista de rasgos de estilo llamativos. Con respecto a las tinieblas cinceladas de sus más reputadas obras fantásticas parece su reverso, tal es la claridad que domina sus imágenes. Una luminosidad que parece difuminar los contornos. Las sombras parecen ausentes, aunque más bien están veladas. Realizada entre dos de sus más enérgicas y exultantes obras, El halcón y la flecha (The flame and the arrow, 1950) y La mujer pirata (Anne of the indias, 1951), en las cuáles el color parecía borbotear como las intensas emociones en juego, puede chocar su aparente indolencia narrativa, ya que parece modularse con una enrarecida condición de vaguedad, como quien mira hacia otro lado mientras te está hablando. Trazada sobre el patrón de la trama de intriga, parece jugar a la contra, con una distancia que parece extirpar la tensión dramática, y asentar el extrañamiento. Si atendiéramos a la premisa argumental, diríamos que nos narran la investigación que realiza un norteamericano, Clay (Ray Milland), en tierras inglesas, de Londres a los páramos escoceses, pasando por Gales, intentando esclarecer las circunstancias de la muerte de su hermano en el último año de la segunda guerra mundial. Extrañas fueron porque no acaecieron en el campo de batalla, sino más bien lejos del mismo. Coley busca e interroga a todo compañero que encuentra de su Compañía, como quien interroga a una realidad cuyas piezas no encajan como debieran. Claro que, entremedias, la narración se desvía cuando da primacía a la relación con Elspeth (Patricia Roc), a quien, precisamente, también corteja el capitán al mando de aquel grupo, McArran (Hugh Sinclair).

El guionista es Philip McDonald, quien adapta, en este caso, su propia novela. Otras obras suyas, generalmente vinculadas al género de intriga, fueron adaptadas por otros, caso de la excelente A 23 pasos de Baker street (23 paces to Baker Street, 1956) o La última lista (The list of Adrian Messenger,John Huston, 1963). Estas son obras que transitan los tradicionales mimbres, o las superficies, del género de intriga. Pero si consideramos que la productora es Joan Harrison, quien había colaborado en los guiones de varias obras de Alfred Hitchcock entre 1939 y 1943, podríamos establecer la asociación con la mirada de éste haciendo mención al famoso McGuffin, en este caso el esclarecimiento de la investigación. Y derivar en la consideración de que a un cineasta como al otro les interesaban más los desvíos o las corrientes subterráneas del relato subvirtiendo tanto la noción de realidad como las apariencias del tradicional relato novelesco desde sus entrañas. Les diferencia, eso sí, el empleo del humor. En la obra de Hitchcock, aparte de para distender la narración, y mantener al espectador en la incertidumbre con los cambios de registro, su ironía incidía en la paradoja y el absurdo. En la de Tourneur parece que quiebra el centro de gravedad. Y es que no es una obra de superficies. Son los detalles ajenos, o periféricos, a la presunta narración principal los que realmente definen las sustanciosas corrientes ocultas bajo esos neblinosos grises. Porque de nieblas del conocimientos nos hablan. Niebla que puede estar en nuestra mirada, o quizás provenga de una realidad que no es fácil de discernir. Por uno u otro motivo, o ambos conjugados, no resulta fácil conseguir la justa mirada de conjunto, y se hace necesaria la contemplación de otras perspectivas, sin las cuáles la mirada que se interroga puede quedar atrapada en el indefinido, y ensimismado, blanco de los ojos. De nuevo, en el cine de Tourneur, la imagen revela su condición movediza, huidiza (como la realidad que se representa e indaga), a través de las diversas capas que uno va advirtiendo en sus esquinadas construcciones narrativas y visuales. La realidad no es fácil de aprehender cuando se interpela.

Por eso, la ironía subyacente es que esa distracción del camino de la investigación, la relación con Elspeth, que descentra aparentemente la narración, será la que centre al protagonista, en una transformación íntima en la que será crucial el saber ponerse en la piel de los otros, o tenerlo al menos en consideración. Como Dardo, en El halcón y la flecha, pasa de pensar que no depende de nadie ni nadie depende de él al compromiso solidario, o la capitán Providence en La mujer pirata que evoluciona de no mostrar su sufrimiento ni compasión al sacrificio que implica subordinar el despecho al acto integro (por un hombre que no la ama, e incluso ama a otra mujer). En suma, en ambos hay una toma de conciencia. En Clay, habría que matizar que es una toma de consciencia. Su trayecto de discernimiento tiene una falsa apariencia circular, porque implica más bien reinicio, el aprendizaje de cómo saber conducirse con y en la realidad. Las imágenes iniciales nos lo presentan participando en unas inmersiones para conseguir tugsteno; sus pesquisas son también una variante de una inmersión en profundidades, pero ¿con qué actitud o perspectiva? O, como se irá esclareciendo a lo largo de la narración, ¿Cuál es su motivación? Quizá no sea clara, como profundidades enturbiadas por emociones propias no resueltas.
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cinedesolaris
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