El inocente

Gran sorpresa para los amantes de los buenos dramas judiciales y del cine en general. En “The Lincoln Lawyer” no sólo importa lo que se cuenta, que es una extraordinaria y bien labrada historia tejida por el guión que John Romano (“Crueldad intolerable”, 2003) adapta basándose en la novela de Michael Connelly (escritor al que recurrió Clint Eastwood para su “Deuda de sangre”, 2002), sino cómo se narra y de qué manera se ofrece. Su cámara nerviosa contrasta con algunos encuadres más pausados que consiguen que una simple imagen de un rostro o un vehículo se transmita con el cuádruple de belleza y virtuosismo que en otras muchas producciones de temática similar. A veces da la sensación de que el departamento de fotografía (dirigido por Lukas Ettlin, de “Invasión a la tierra”, 2011) juega experimentando distintas formas para hacer que esta película sea más amena, acertada y sofisticada de lo que es. También gusta cómo todos sus personajes se sienten cercanos, con una personalidad propia y nada impuesta, lo que hace que este apartado gane en credibilidad.

Desde el más prestigioso letrado hasta el más infame macarra están elaborados con rigor, transmitiendo así un retrato muy vivo y realista de cada uno de los roles que aparecen en la cinta.

Así pues, el primerizo director Brad Furman (“The Take”, 2007) dirige con ésta su segunda película, un producto contundente, con estilo, lleno de inteligencia, libre de detalles escabrosos o escenas chirriantes, y con una determinada simpatía que enriquece el argumento a la par que lo acompaña a través de secuencias repletas de tensión, intriga e interés. La trama nos habla de un abogado, Mick Haller (Matthew McConaughey), que para todo tiene un precio pero por un simple motivo: su experiencia (basada en la defensa a delincuentes de poca monta) garantiza casi el completo éxito de su intervención en un caso. Mick es de esos que no tienen escrúpulos dentro de su trabajo. Tiene muchos contactos, se esmera en ofrecer una imagen suya superior a la real, no duda en aliarse con cualquiera, elevar sus honorarios sin miedo a que rechacen su oferta, o imponer las condiciones que él convenga: sabe cómo moverse entre despachos y juzgados, pero también conoce la calle. Por ello es contactado por Louis Roulet (Ryan Phillippe), un joven de millonaria familia acusado de haber golpeado brutalmente a una prostituta. Todo lo que se tiene es una nube de pruebas que cubre por completo a un Roulet que clama incesantemente por su inocencia. Mick, como su abogado, despliega toda su artillería: mientras se desplaza en su flamante Lincoln Town Car de 1986 conducido por su simpático chófer Earl (Laurence Mason) está en contacto con un agente de fianzas (John Leguizamo) y Frank Levin (William H. Macy) un investigador privado -que también es su amigo- de bohemio aspecto que irá despejando las incógnitas que van surgiendo en el caso.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)

Tiene su intríngulis, por supuesto. Y, como bien apreciaría Sines, está Marisa. Marisa Tomei. Una de las actrices que —como a él— más me ponen del panorama cinematográfico actual. McConaughey, además, no lo hace mal. Nada mal. Y Macy, como siempre, estupendo. Lástima que su intervención sea tan breve.

Por lo demás, poco me atrevería a destacar de un thriller judicial visto una, dos, tres y cien mil veces que —manteniendo cierto ritmillo durante todo su metraje— no deja de ser la consabida peli de abogados con sus consabidos clichés, con sus consabidas lagunas, con sus consabidas situaciones previsibles y —sólo faltaría— con su consabida moraleja final.

Aún así, entretiene. Y el puntillo macarra de McConaughey mola. Casi tanto como Marisa.

Vamos, que se deja ver.

Un trabajo inteligente, moderadamente valorado por quienes votamos en esta página, pero en su mayoría rechazado por los críticos profesionales.

No entiendo cual es la causa por la que no les ha gustado. Brad Furman, su director nos ofrece una película entretenida, partiendo de un inteligente guión, que prácticamente se ejecuta solo, por lo bien estructurado y las brillantes actuaciones de sus protagonistas.

Es la tercera vez que la veo, y no la había valorado... algo sorprendente, porque me gustó mucho. Ryan Phillippe, logra construir un acerado y frío personaje, desde su inocencia malsana, hasta concluir en la auténtica cara del depredador.

Matthew McConaughey, encarna a ese abogado de personalidad compleja, capaz de desatar lo más miserable, reconociendo el lado humano y dual que en todos habita.

Al modo de los clásicos, como Ironside, Kojak, Poirot y tantos otros, el enganche principal surge con el protagonista, con el "héroe" o desentramador del asunto, cuya personalidad controvertida se va desarrollando al mismo tiempo que la trama principal. En este caso el personaje interpretado por McConaughey (le queda como anillo al dedo) es un abogado cuyo desparpajo hace palidecer al de sus propios clientes en los bajos fondos.

La trama es intensa y se mantiene el interés durante toda la cinta. Es otro giro de tuerca a la eternamente cinematografiada relación entre abogado y cliente, que aquí cobra una nueva dimensión. El conjunto se salpica con detalles de humor y alguna concesión esporádica al romanticismo.

En resumidas cuentas, buena y entretenidísima.

Al contrario que algunas críticas que he leído recientemente sobre esta película, debo decir que a mí sí que me causó una grata sorpresa al verla en el cine. Tal vez, como suele pasar con casi todas las películas, es sólo cuestión de las expectativas con las que vayas a verla.

Desde el inicio mismo del film se nos presentan unos personajes sumamente interesantes, unos diálogos inteligentes y cuidados y, en general, una atmósfera de buen thriller judicial más que atractiva. Los guionistas tienen muy claro donde están los límites; desechando la idea de un peliculón, se limitan a ofrecernos una trama llena de giros sorprendentes, de entretenimiento a raudales y de gran calidad interpretativa por parte de los actores.

La trama es exquisita. Nos mantiene, desde el principio, con una intriga que no decae en ningún momento, y nos sorprende con unos giros inteligentes y unas valiosas lecciones de Derecho.
Especialmente atractivas recuerdo las escenas del juicio contra el fiscal del distrito.
También nos ofrece un dilema moral de la abogacía, nos da que pensar y nos transmite la interesante idea de que, efectivamente, para un abogado frío y sin demasiados escrúpulos (la mayoría) es mucho más cómodo creer en conciencia que el cliente es culpable, que pensar que es inocente. El remordimiento en caso de cagarla en su defensa, es mucho más llevadero en el primer caso.

Matthew McConaughey está MÁS QUE CORRECTO. Nunca he respaldado, ni mucho menos admirado, la trayectoria cinematográfica y la calidad interpretativa de este actor, pero cuando un actor de calidad cuestionable hace un buen trabajo en una película, hay que reconocerlo.
Y este es el caso. Por desgracia muchos de los que critican esta película siguen encasillando a McConaughey como un actor guapito y estúpido insalvable e incapaz de ofrecernos (de vez en cuando) una buena actuación. Desde aquí, mi reconocimiento por su notable trabajo en este film.
De los demás no hay mucho que decir... Marisa Tomei muy correcta, William H. Macy en su línea (gran actor), y destaco el papel de Josh Lucas, que me ha parecido que borda el presonaje del fiscal del distrito. El único al que aún se me hace imposible defender es a Ryan Phillippe.

En definitiva, un film muy bien construido en todos los sentidos. La verdad esque se agradece hoy en día el ir al cine y, por lo menos, salir satisfecho con una película entretenida.