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Las noches de la luna llena

Drama. Romance Louise, una mujer joven e inquieta, siente la necesidad de tener un espacio propio al margen de su posesivo novio. Para ello, alquila un pequeño apartamento en París. Convencida de que todavía no está preparada para la vida de pareja, Louise se embarca en una serie de relaciones superficiales, sólo para descubrir que uno no sabe lo que tiene hasta que lo ha perdido. Cuarta entrega de la serie "Comedias y proverbios". (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
15 de febrero de 2009
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aprendo del cine de Rohmer, me interesa lo que cuenta; en esta película las conversaciones naturales y honestas reflejan la personalidad y los conflictos interiores de los personajes, y la puesta en escena diáfana nos vincula a la historia. Aparecen temas como la conflictividad de la vida en pareja cuando se conjugan diferentes intereses, la inestabilidad del amor o la libertad individual, y todo de forma muy sutil, sin dogmatismos, exageraciones ni situaciones límite. En definitiva es una película comedida y madura con personajes anclados en la realidad a los que conocemos por medio de sus confidencias y actitudes.
Lulú
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18 de octubre de 2015
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las noches de la luna llena de Éric Rohmer es un drama romántico basado en una joven mujer infelizmente casada con un hombre posesivo, que alquila un apartamento en Paris para tener libertad de acción personal. Dirigida con un ritmo paulatino y con el estilo habitual basado en las relaciones humanas del director, es una obra que cumple notablemente con lo que se espera de ella, mostrando una vez más a unos personajes profundos y complicados que van exponiendo poco a poco su cara al espectador y al resto de personajes, concluyendo un film lúcido en la intención de Rohmer que no es una cinta que pretenda grandes dramas, sino más bien unas situaciones cotidianas llevadas a extremos terrenales.
La fotografía es competente y usa la luz tenue en sus evocadoras imágenes para dar naturalidad al film, logrando una decente labor cuidada en detalles estéticamente eficientes, sobre todo en interiores. La música es escasa y usada en pocas ocasiones, sonando más bien de fiestas con canciones alusivas y por otro lado con sonidos cotidianos para no distraer mucho la atención del espectador. Los planos y movimientos de cámara consuman una labor propia y característica del director mediante el uso de los detalles, generales, seguimiento, plano-contraplanos y primeros planos sobrios que sacan lo mejor de las interpretaciones.
Las actuaciones son naturales e intachables. Como protagonistas Pascala Ogier está correcta en su papel de mujer que evita estar encerrada en su vida conjunta con su novio, Tchéky Karyo está notable en su papel de hombre seco y posesivo y Fabrice Luchini está creíble en su labor de amigo manipulador, siendo buenos los acompañamientos de Virginie Thévenet, Christian Vadim, Laszlo Szabo y Anne-Séverine Liotard. Emplea para estos la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones elegantes y formales sin exagerar, marcando la personalidad del protagonista y su clase social en una buena labor que no brilla pero si cumple al igual que los decorados.
El guion, escrito por el director, sigue la misma línea que el resto de sus films y muestra un triángulo de relaciones humanas con defectos visibles y normales que se acercan mucho a la realidad, ya que una vez más su trama no gira en torno a situaciones sorprendentes, sino en una historia sencilla en la que una mujer con novio posesivo busca su espacio y libertad individual sin dejar de estar con este, finalizando así un entramado personal que deja evidencias de los defectos e inconformismos personales del ser humano. Esto se lleva a cabo con una narrativa con voz en off al principio, siendo el resto profundo y clásico en sus equilibradas conversaciones que son el principal fuerte del film, dejando claro además con ella la forma de ser de cada protagonista en un sugerente e impecable trabajo. Cabe señalar también, el montaje lineal y dividido en capítulos por meses como le gusta hacer al director, marcando así el paso del tiempo.
Concluyendo, la considero una obra esencial en la filmografía del director que acapara con estilo la atención del cinéfilo exigente al exponer un triángulo de relaciones personales muy reales entre una mujer que quiere tener su propia libertad, su marido posesivo, celoso y controlador y el amigo manipulador vestido de cordero, logrando con ello uno de los films más destacables del director. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, montaje, planos, vestuarios y sobre todo narrativa que vuelven a Las noches de la luna llena, en un film que profundiza en unos personajes defectuosos pero tan reales como podemos serlo cualquiera de nosotros.
Elcinederamon
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21 de julio de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra poderosa demostración del maestro en las relaciones sentimentales, Éric Rohmer. A través de una premisa sencilla, de un guión de la casa y de unos actores simplemente geniales, Rohmer desarrolla la frase pop "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". Nadie ha rodado películas tan realistas sobre problemas sentimentales que todo ser se ha planteado, eso es lo que diferencia a Rohmer de otros. La gran influencia de Jonás Trueba está en estas grandes películas. 1984, 2018, da igual el año, los problemas del amor siempre serán las mismas. Rohmer consigue que nos pongamos en el lugar de todos y él pone en su lugar a todos.
gpiqueras
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7 de abril de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las noches de la luna llena (Les nuits de la pleine lune, 1984), de Eric Rohmer, cuarta obra de su serie Comedias y proverbios, y reflejo de su sutil capacidad para elaborar complejas construcciones dramatúrgicas bajo una aparente transparencia formal carente de retóricas de estilo, es otra corrosiva reflexión sobre el teatro de las relaciones afectivas, con actores (conscientes o inconscientes) de la vida ordinaria, con ínfulas de dramaturgos (demiurgos), enfrentados a las contradicciones de sus planteamientos y diseños de modo de vida y relaciones. Y cómo la vida rasga el telón de las hojas de cálculo en las que se la intenta atrapar como un insecto en un ámbar. En Las noches de la luna llena , Louise (Pascale Ogier), como otros personajes de las obras de Eric Rohmer, tiene establecida como pauta un guion de vida que convierte a ésta en un escenario, lo cual implica que los componentes que la conforman (los otros) se ajusten (adapten) a ese modelo o diseño como réplica adecuada (asertiva). Las fricciones surgen cuando las otras voluntades (o los otros planteamientos de escenarios) no se pliegan a un consenso tramado sobre las concesiones, por lo que la ilusoria reciprocidad (por su forzado consenso) se diluye tarde o temprano en la divergencia irreparable. La comedia según Rohmer es poner en cuestión ese entramado mental, o constitución de modelo de realidad, al que los otros, y la propia realidad, deben plegarse con incondicional aceptación. La vida como hoja de cálculo que entrará no sólo en colisión con la voluntad de los otros y el azar, sino con las propias contradicciones, entre la palabra (pensamiento o discurso) y las acciones (los sentimientos). Louise, por tanto, es una bella durmiente, más bien, ensimismada, que despertará bruscamente cuando la realidad no se ajuste a su particular diseño. En el cine de Rohmer la palabra es un componente clave, pero no como explicitud, en consonancia con la supuesta transparencia de su puesta en escena. No son transparentes las palabras, como no lo son los propios personajes, ni para sí mismos. Por eso, esa transparencia de estilo es también equívoca, pues esa impresión de cotidiana realidad está poniendo en evidencia la condición de dramaturgos y actores de los personajes (muchas veces inconscientes de que lo son). Esa es la ironía subyacente en el cine de Rohmer. Es una transparencia con abismo. La forma de plantear y habitar la realidad, las relaciones, está tramada sobre un artificio, cual escenario, aunque el tratamiento formal se asemeje al registro de una realidad cero.

Louise mantiene una relación con Remy (Tcheky Karyo), pero quiere marcar unas pautas que espera sean aceptadas por él. Necesita su espacio y su tiempo libre de cualquier control ajeno, demanda que entra en fricción con lo que ella considera tendencias posesivas de Remy. No tienen por qué hacer todo juntos, o decir dónde ha estado o volver a una determinada hora, pero aunque Remy lo acepte, no logra encajar, por ejemplo, que cuando acude a reuniones con amigos de ella, Louise parece más bien que le rehúye, como si fuera un elemento ajeno, periférico. Ambos tienen una visión de un escenario de relación disímil que provoca tensiones e incluso estallidos de desencuentros. El planteamiento de Louise para lograr dotar respiración a la relación (para que se afirme el consenso) es que tenga otro piso en la ciudad, su espacio propio, para sentir que él no la ahoga con el marcaje de su escenario (lo que determina que sea él quien se adapte al de ella). Louise remarca tanto su espacio propio que su propósito se confunde con la interposición de distancia ¿Su actitud refleja la firmeza que posibilite el respeto de sus convicciones, inclinaciones y deseos, o hay en ella un obcecado empecinamiento en querer ajustar o adaptar la vida a su guion, cual control de aduana?. Louise declara que sólo ama o amará a quien le ame a ella, si hay una receptividad (¿se enamora del hecho de que le amen o deseen?¿Ama que le amen más que amar al otro, es decir, ama primordialmente que tengan en prioritaria consideración su voluntad y sus necesidades?). Amar a quien no le ama parece asemejarse a una inversión económica desperdiciada. Sin duda, una capitalista forma de amar. Como dice su petulante amigo escritor, Octave (Fabrice Lucchini), parece siempre elegir hombres más vulgares que ella, que parecen estar por debajo de ella en cuanto cualidades distintivas (un Octave , por su parte, que acepta plegarse a su condición de amigo aun cuando esté también enamorado de ella, siempre a la espera de que un día lo considere como pareja, lo que no obsta para que efectúe puntuales intentos, o asaltos).

Tras un irónico interludio, una serie de secuencias en la que vemos a Louise en la soledad de su otro piso, intentando infructuosamente citarse con amistades (el azar no parece corresponder a sus planteamientos; ¿irónias del azar que indican que su mirada no enfoca dónde o cómo debe en su empecinamiento?) se produce un irónico también cambio de escenario, aquel que pone en evidencia las contradicciones de Louise.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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19 de septiembre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La insatisfacción que yace en el corazón de Louise se debe a su agria relación sentimental. Su pareja, un aburrido y soso deportista, no puede satisfacer sus anhelos vitales, y ella saldrá cada noche con su pálido rostro al amparo de la luna llena ha divertirse y a bailar por encima del bien y del mal.
Algunos contamos con el don del brillo en los ojos, de la mirada soñadora y ausente, etérea. Es por ello que no podemos conformarnos con las reglas de una vida mundana y unas relaciones esteriotípicas, y siempre andamos en la búsqueda de algo más, quizás de la trascendencia.
Louise, bajo su aparente dureza y desapego, guarda un alma romántica e insegura, un alma demasiado henchida como para aceptar los favores de compañeros demasiado ramplones, pero, ¡ay! ¡es tan difícil encontrar a alguien que pueda llenar tan vasto recipiente!
La búsqueda continua.
Marcos 'La Joven Promesa'
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