Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera

En cuatro estaciones se nos presenta la vida de un hombre, desde su tierna infancia a la dura realidad de la vida. Una película preciosa, muy pausada y con pocos diálogos, una película para ver más que para oir. En esta película encontraremos un lugar alejado del mundo, una pequeña casa flotante de un monje en mitad de un lago rodeado de imponentes montañas. Una película en la que saborearemos la niebla de la mañana y nos sumergiremos en las frias aguas del lago, donde encontraremos bellos paisajes y reconfortantes charlas entre maestro y aprendiz.
No es apta para momentos en los que necesitemos algo de acción sino para ver acompañada de una buena manta y a ser posible un buen té, cualquier cosa para sumergirnos en la calidez de la película :).

Esta cinta es el tope de lo que se puede lograr con la magia de las imágenes y símbolos. No me podía esperar menos de una obra con tanta belleza. Es tan simple y tan compleja a la vez. Una mezcla de cuadros que semejan lienzos sutiles como obras de arte de un gran artista. No es una obra para todo tipo de público, hay que saberla apreciar, disfrutar y digerir. Todo finamente realizado, los movimientos de cámaras, las tomas, los escasos diálogos perfectos, el juego de luces, se mezclan cual amalgama para dejarnos una magnifica obra de arte.

Nota: los invito a pausar la cinta en cualquier momento. Se encontraran con un cuadros inolvidables. Toda la cinta es un pintura plasmada en escena.

Todo lo que se puede decir con el silencio se refleja en esta película. De apariencia extraordinariamente sencilla y con una complejidad y profundidad muy marcada en su análisis, esta joya del cine coreano es para empezar, una delicia desde el punto de vista fotográfico, ya sólo la localización es una maravilla que espoleada por la técnica y la pericia de este director consigue derretir los sentidos del espectador en cada uno de los planos. Los colores y el juego con las estaciones, la exaltación de la naturaleza y la soledad del hombre en este espacio alejado del mundanal ruido hacen ya, por sí solo, que la película gane muchos enteros con respecto al cine convencional. Si además, la historia que se comenta, con enormes elipsis temporales para reflejar la vida de un hombre desde su niñez hasta su vejez (primavera, niñez; verano;adolescencia; otoño,madurez, invierno,vejez), nos deja una historia de amor, un asesinato y algunas relaciones complicadas, en una película en la que aparentemente la dulzura y la estética predominan, eso ayuda a ensalzar este filme. Además de en su estética, el filme se reviste de un toque filosófico oriental, budista más concretamente (la reencarnación aparece en un papel destacado) y el misticismo y la espiritualidad del filme le dan un toque mágico. La vida en general es otro de los temas de la película, el amor, los celos, las tensiones, el ajetreo de la vida moderna, la religión, todos forman en pinceladas el universo que kim ki-duk dibuja aquí con maestría. Grandes trávelling, picados y contrapicados, elipsis, secuencias entrecortadas, y dobles panorámicas a través de las puertas convierten también esta película en un gran artificio técnico que redunda en la complicidad con el espectador, con la capacidad para emocionar, hacer reír y llorar, despertar sentimientos encontrados, revelar preguntas más allá de la propia película y conversar interiormente con el espectador, un diálogo entre la película y el visualizador que apela a los sentidos más primarios del hombre.

Es de una belleza descomunal y arrebatadora y sobretodo está cincelada con virtuosismo llevada a cabo con una delicadeza extrema, todo parece de cuento, aunque lo que narre sea en realidad un drama bestial pero todo se difumina tanto en el entorno que asusta por su sencillez.

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Bella, preciosa, hermosa – y todos los calificativos que quieran colocarle – película surcoreana que sorprende con sus escenarios simples, pocos personajes (sólo aparecen seis), escasos diálogos y su profundo simbolismo. Para el espectador occidental y occidentalizado como nosotros, resultará sospechoso e incomprensible la existencia de puertas donde no hay pared y la presencia de animales emblemáticos en cada estación del tiempo que la película desarrolla. Todo en ella, está supeditado a la observación, cada imagen, cada sonido, cada trazo del color invoca una absoluta reverencia y admiración motivando la necesidad de comprender el por qué Ki-duk colocaría tal o cual elemento en momentos específicos de la película.

Desafortunadamente estamos mal acostumbrados a la inmediatez de los tiempos actuales donde todo se nos da explicado y masticado para que nuestra conciencia no sufra un esfuerzo “innecesario”, pero viendo este tipo de cintas uno nota que nos estamos volviendo intelectual y emocionalmente paralíticos al percibir que, lo que se aprecia en la película, debe contener un mensaje muy interesante, pero no logramos entenderlo. Un ejemplo de esto: ¿por qué los protagonistas cruzan una puerta que no está en ninguna pared?, le queda de tarea entenderlo para el futuro espectador. Simplemente maravillosa.

Estamos ante una película deslumbrante en sus cualidades audiovisuales; vamos, en su valor intrínsecamente cinematográfico. Además, su estructura construyendo un paralelismo entre el desarrollo humano y las estaciones del año con un círculo cerrado convence e hipnotiza.

Pero si vamos más allá en esta fábula moral estéticamente impoluta, comienzan a aflorar algunas reflexiones en mí que entiendo no gocen con el beneplácito de la mayoría, pero que es de ley remarcar. Kim Ki-duk erige un canto religioso elevado, propagandístico a más no poder escondido entre la evocación natural.

Toda obra artística, lógicamente no está exenta de ideología, pero aquí es rabioso el canto a una vida de retiro, de penitencia, de ausencia del placer y donde, además, quien elige vivir, experimentar o equivocarse, lo paga. El castigo como sublimación absoluta y la renuncia como elogio de la existencia.

Claro que como esto te lo hace la religión budista, con lo exótica y "cool" que nos parece a los occidentales, todo vale, está bien o nos no queremos dar cuenta. Evidentemente si naciera fruto de la herencia pesada y castrante de "nuestro" catolicismo o del demonio musulmán, otro gallo cantaría, le caerían críticas por todos lados.

Pero no, esto sólo es un grácil cuentecillo. Ya.