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Mirando al mar

Drama Sasha, una mujer treintañera, está de vacaciones con su bebé en la costa. Entonces aparece Tatiana, una joven misteriosa, estableciéndose una curiosa relación entre ambas. (FILMAFFINITY)
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
18 de agosto de 2007
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el cine de François Ozon siempre me ha gustado creo que es porque prefiere subordinar el texto hablado al poder de las imágenes. Por eso en sus películas los personajes no hablan demasiado, no se explican a sí mismos a base de palabras, sino mediante un encuadre concreto, una composición del plano insólita, un sutil desplazamiento de la cámara cargado de intención. No son sus frases las que los definen, sino sus acciones. Su cine es francés en esencia, pero difiere (y eso es lo que me llama la atención) del resto en su apuesta por las imágenes puras como principales portadoras de sentido, al contrario que las otras, tan dadas a la verborrea y el diálogo constante como motor de la narración.

Las películas de Ozon (especialmente las de su primera etapa, como es el caso) son también provocadoras, rezuman erotismo y mala baba, poesía impregnada de bilis (muy influida por el surrealismo y la obra de Buñuel). Y son siempre perturbadoras, protagonizadas por personajes complejos, turbios en sus intenciones, que suelen cambiar (para descubrir su verdadera piel) cuando un hecho inesperado –en forma de individuo misterioso, por lo general- se cuela en sus vidas, tal como ocurría en Gotas de agua sobre piedras calientes, Amantes criminales o Swimming pool.

Bien, pues de todo esto hay en el primerizo mediometraje del autor galo, una enigmática incursión en el cine de suspense que es freudiana en su concepción (esa necesidad de maternidad reñida con el dolor físico que conlleva) y muy decadente en su resolución visual, plagada de apuntes eróticos malignos que dejan en cueros los extraños anhelos de sus dos protagonistas, una encantadora Sasha Hails y una desconcertante Marina de Van, que repetiría con Ozon en su siguiente juguete siniestro, Sitcom. El resultado final es puro magnetismo visual, tan estimulante que hasta se le perdona ese deseo de epatar por epatar (tan propio de la juventud) que se le intuye en muchos momentos.

Lo mejor: su enrarecido clima.
Lo peor: sospechar que en el fondo todo es únicamente una provocación.
nachete
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