La cáscara

Ritmo moroso, una hisotria tan mínima que se podría fácilmente haber contado en un cortometraje, un protagonista poco empatizable y altamente apático, digresiones narrativas varias y conclusiones poco satisfactorias bañadas en diálogos abundantes.

Para ver y olvidar.

Mejor: para no ver.

Lamentablemente, La cáscara se queda tan sólo en el intento en su voluntad de emular el humor sutil, gris y agridulce de la también uruguaya Whisky, cumbre de la cinematografía sudamericana obra del fallecido Juan Pablo Rebella y de Pablo Stoll. Es el tono surrealista que adquiere en su tramo final el aspecto más personal de la ópera prima de Carlos Ameglio, en la que el actor Juan Alari da vida a un mediocre creativo publicitario cuya creatividad, paradógicamente, es más bien escasa, por no decir inexistente. Inexpresivo y pusilánime hasta la exasperación, el protagonista no logra despertar en el espectador más que desapego, efecto seguramente buscado hasta cierto punto por el realizador.

Luego de verla me quedó una sensación de vacío, de una historia en donde uno espera que algo sorpresivo suceda y finalmente termina en la nada.
Creo que no vale la pena siquiera entrar en los detalles del argumento. Mi consejo es que para evitar mi misma decepción no se gasten, no vale la pena perderse casi dos horas en esto.
PD: Como si fuera poco, al niño que aparece en varios pasajes junto con el protagonista no se le entiende ni medio.

Narrativa cinematográfica deplorable. Lamento que se haya subvencionado con dinero público un producto tan malo. La cáscara es lo sobrante del fruto. En este caso no hay fruto. El conjunto es sobrante. La interpretación del protagonista merece una mención aparte. Su aspecto y aptitud impiden creer que pueda desempeñarse como creativo publicitario. Otro buen ejemplo de lo que es una cáscara.