El Loro y el cisne

Una historia de finales.
Y de margenes.
De alternativas.
De anti masas.
Una historia en la que los protagonistas son parias.
A veces por elección, otras por el azar del destino, por temor,
muchas tantas por omisión.
El loro existe (¿existe?) en las notas técnicas de un guión.
Como si viviera a través de un aparato, o de varios, de micrófonos,
de consolas, de grabadores.
El filtro que le permite mantenerse a salvo de las traiciones, los abandonos, las crisis económicas, hasta de sí mismo y su apatía.
Aunque una indiferencia solo de conductas, pues dentro de esa aparente intranscendencia corre un caudal de pasión y conductas espontaneas, un riesgo que debe ser motivado
por algo, por un sentimiento, por una promesa, por un cambio de paisaje o hasta por fuerzas que el mismo desconoce y habitan dentro de sí.
Al costado de las historias, él relata la suya propia tartamudeando, dubitativamente, casi pidiendo permiso y hasta dejando que otros terminen de contarla por el.
Hasta que Luciana, un cisne de movimientos poco ortodoxos aparece desbaratando todo.
Incluso la comodidad de su falta de protagonismo.
Luciana y sus propias inseguridades, sus sueños indescifrables, sus huidas, sus regresos inesperados y sus sorpresas.
Luciana es la chispa que enciende el fuego que permanece congelado bajo la gélida apariencia de Loro.
Pero Luciana también tiene mucho por resolver. No puede darle soluciones a Loro, ni las tiene para ella misma.
Y en esta historia de finales, se encuentran, se persiguen, se convierten en algo.
En medio de la caótica y ciclotímica vida de ciudad.
También flotando en la apacible cotidianidad del campo donde las estatuas parecen moverse mas que las tradiciones y los prejuicios.
Así, como saliendo de un hechizo, Luciana se convierte en mujer y Loro en protagonista.
Y lo que parecía un final, se vuelve un inicio.
Tal vez como la muerte.