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Ainur

Drama Víctor, que perdió en un accidente al amor de su vida, Ainur, joven kazaja, vuelve en busca de sus huellas a ese país con su amigo Pablo, enamorado en secreto de Ainur, y su nueva novia, Olivia, que prepara un documental sobre la ciudad, mezcla de tradición y vanguardia.
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13 de noviembre de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Айнұр, o Айнур (rayo de luz de luna, en kazajo), es el nombre "soñado" del "eterno femenino", en una película experimental de Gonzalo García-Pelayo (1947), rodada en la capital de Kazajistán, Астана, rebautizada como Нұр-Сұлтан (Nur-Sultan), en homenaje al primer presidente del país, Nursultan Nazarbayev (1940), que tuvo la idea de construir esta ciudad como nueva capital (1997) del país independizado de la URSS (1991), lo que no impide que la lengua común siga siendo el ruso, idioma en que transcurre la mayor parte de este film bilingüe y cosmopolita.

Esta obra de García-Pelayo es antinarrativa, y se construye sobre la belleza visual de la ciudad del futuro, que produce a los tres protagonistas castellanoparlantes -la pareja formada por Víctor (Víctor Vázquez) y Martina (Olivia Cábez), y el amigo de éste, Pablo (Pablo Piedra)- una "sensación de irrealidad", "un lugar que no existe" -como dice Víctor en una crucial secuencia filmada en contrapicado con el fondo del mapa de la nación y una cita de Nazarbayev, y los tres viajeros caminando de un lado a otro, y entrando y saliendo del plano. "¿Cómo habitar un lugar que tiene borrada cualquier idea de identidad?" pregunta Pablo, con su acento argentino. En ese diálogo entre "identidad" y "alteridad" en torno al urbanismo, Víctor, un andaluz culto y explorador de mundos, afirma: "tal vez que nosotros venimos de ciudades que sabemos cómo se han ido haciendo, y esto es como una ciudad que se ha pensado. Probablemente sea la ciudad del futuro". "Claro, pero a mí eso me parece que la dota de mucha identidad... Ese carácter del futuro, de ciudad nueva, ya le dota de una identidad que no tiene ninguna otra ciudad" objeta Martina, que porta la cámara, con la que ha filmado a las mujeres kazajas hablando del amor, la maternidad y la vida. "Siempre nos imaginamos el futuro como un lugar parecido a éste. Y yo me pregunto por qué esa idea del futuro como un lugar abstracto, geométrico, gélido... no lo entiendo" reflexiona Pablo, fuera de plano, mientras el espectador ve un mapa vacío de Kazajistán en la pared. Que esta sea la escena más importante de la cinta desde un punto de vista filosófico es innegable. Incluso el realizador ha querido dotarla de una grandeza plástica y simbólica: el contrapicado, el movimiento pendular del paseo, el mapa vacío con las palabras del fundador de la ciudad... "Un lugar regido por la razón" apostilla Víctor entrando en plano. "¿El futuro?", pregunta Martina. Luego ya Víctor aclara que esa "razón científica, nosotros nos la imaginamos numerológica, geométrica, no sé si necesariamente fría...". Martina, la más "terrenal", expresa esta idea: "la gente tiene un carácter tan cercano, tan abierto, que no consigo ver la ciudad fría...". Martina se enreda con su argumentación, pero los personajes ya están fuera de campo, y el espectador ve el techo del museo, con un ave imponente de alas desplegadas hecha de madera...

Esa "ciudad del futuro" con la que se inicia y termina el largometraje, vista desde un dron: rascacielos iluminados en la noche, y la voz en off del "espíritu" de Ainur, del "eterno femenino".

Y la ciudad, o el "espacio habitable", es el lugar al que Víctor acude, sin que sepamos muy bien por qué, acompañado de su nueva pareja, Martina, "buscando" las "huellas" de Ainur, su antiguo amor, fallecida, nadie sabe cómo ni cuándo. El encuentro con la familia de ella es una muestra de la hospitalidad kazaka.

El "eterno femenino" (das Ewig-Weibliche) es un "arquetipo psicológico y un principio filosófico que idealiza un concepto inmutable de mujer", y está "encarnado" acústicamente en la voz en off de Ainur, que habla a través de cualquiera de los personajes. Ainur es ese "espíritu ficción", con el que el director describe el género de su largometraje. "En todas las mujeres a las que pueda amar estarán siempre las que amé primero" recita la voz lírica, con acento extranjero, del "espíritu" de Ainur, pero manifestando el sentir de Víctor, y de Gonzalo García-Pelayo, y el de éste que escribe...

"Ainur" es una película osada, en la que se "borran" los "límites" entre ficción y documental. Algunos de sus mejores momentos son un testimonio antropológico sobre la cultura y valores kazakos, expuestos con infinita belleza y serenidad por sus mujeres. Aunque dos hombres -Víctor y Pablo- aparentemente piloten la nave, es Martina, la que maneja la "cámara", en otro de esos "límites" superados por García-Pelayo: la distinción entre imagen y palabra. Las palabras "profundas" de los dos hombres son demasiado "occidentales" (?), pero las imágenes que "crea" Martina, y las entrevistas que realiza, tienen más "verdad", es decir, más "vida". Que este proyecto sea resuelto con una clara belleza es triple mérito del director, la ciudad y las gentes kazakas

Francisco Huertas Hernández
AcorazadoCinefilo
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