Recuerdo una época donde pasados unos años podías comentar con tus amigos las películas ganadoras de los Oscar y disfrutábamos de ello. Todo el mundo las había visto y lo que es más importante todos las recordaban perfectamente. Aquello era como saberse de memoria la alineación de la Quinta del Buitre.

Ahora ya no pasa eso. Han pasado tres años. ¿Es que alguien recuerda a “Crash”? No se engañen, no es así. Y cada año que pasa menos lo harán.

“Crash” no perdurará más que como una mera estadística de ganadora de estatuillas, porque nadie en su sano juicio cuando le pregunten que te diga sus diez, veinte o cincuenta películas favoritas la incluirá.

Pero más allá de eso, lo interesante es la banalidad con la que intenta acercarse al complejo tema del racismo.

Señores, señoras, el racismo es intrínseco al ser humano, como lo es la envidia o el fanatismo. Plantear el asunto desde un punto de vista emocional para resolver dudas y provocar actitudes es de una gran perversidad moral inducida por argumentaciones conductistas de psicólogos de poca monta.

Paul Haggins puede decir lo que quiera. Y la gente creérselo. Pero Samuel Huntington en su libro sobre el peligro de las minorías lo explica de forma y manera más lúcida y sin necesidad de echar lágrimas.

“Crash” es una película menor, a años luz de “Munich” por ejemplo que competía con ella ese mismo año. Pero tocaba mensaje social para hacer sentir bien a una parte de la población que se ve amenazada por “los otros”.

Probablemente cuando las hordas hayan destruido América y estén pisoteando la cinta de Haggins alguien se dará cuenta que se nos lleva engañando muchas décadas con lo de que “todo er mundo e güeno”.

Y es que encima de todo “Crash” es aburrida...