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Ventajas de viajar en tren

Thriller. Intriga. Comedia. Drama Helga, editora en horas bajas, acaba de internar a su marido en un psiquiátrico. En el tren de vuelta, un desconocido se le presenta como Ángel Sanagustín, psiquiatra que trabaja en la misma clínica investigando trastornos de personalidad a través de los escritos de los pacientes. Durante el trayecto, Ángel le cuenta a Helga la historia de Martín Urales de Úbeda, un enfermo paranoico extremadamente peligroso obsesionado, entre otras ... [+]
La broma (de bromas) infinita
Son muchas las ventajas de viajar en tren, pero por supuesto, hay una que destaca por encima de las demás: la invitación a un contacto humano que muy fácilmente tiende a degenerar en transmisión. Resulta que la disposición de butacas en un ferrocarril, nos puede obligar a mirar a la cara a nuestro compañero de viaje, y por ende, a conversar con él. Todo lo demás (la duración de un trayecto partido en diversas paradas, el traqueteo de los vagones cuando se ha alcanzado la velocidad de crucero...) suma también su granito de arena a la hora de reforzar el puente con ese extraño que está a punto de perder dicha condición. O no.

De esta confusión, incomodidad y tentación surge el primer largometraje de Aritz Moreno, adaptación de la novela de mismo título escrita por Antonio Orejudo... y claramente una de las películas españolas más sorprendentes de la temporada. Presentado con una música y una paleta de colores que nos remiten a aquel logro estético y estiloso que era la serie televisiva ‘Utopia’, creada por Dennis Kelly, el conjunto luce, en todo momento, una auto-conciencia tal, que llega a asustar. Ahí está la gracia de esta broma... que en realidad es el recipiente de otra broma... que en realidad contiene otra broma.



Pasado al caso que ahora nos ocupa: una mujer toma asiento, y descubre que delante tiene a un hombre que padece un caso agudo de verborrea incontenible. Él habla y ella y nosotros escuchamos. Lo que nos propone es un cuento que nos presenta a un personaje que, sorpresa, también quiere contarnos otro cuento. Y así. ‘Ventajas de viajar en tren’ es una película que se comporta como una colección de muñecas rusas, y que precisamente nos recuerda que el encanto de una matrioshka consiste en su estructura, y no tanto en un interior que, en realidad, no es más que una petición para perpetuar, ad eternum, una acción que a fin de cuentas está vacía de contenido.

Por suerte, el cineasta donostiarra da sentido a este absurdo, acercándose en ocasiones a las cotas alcanzadas por Wes Anderson en la que seguramente sea su mejor película hasta la fecha: ‘El Gran Hotel Budapest’. Aquella deslumbrante casa de muñecas (qué casualidad), recordemos que en realidad era un virtuoso monumento a la figura del narrador. A ese autor en la sombra que, como tal, era capaz de apropiarse de una historia que no había concebido, pero que desde luego le pertenecía. Este tomaba posesión de esta a través del tono de voz, de las pausas más o menos dramáticas, y de una serie de miradas muy oportunamente arrojadas a la audiencia.



Esto mismo hace Aritz Moreno con el material que le proporciona Antonio Orejudo. En esta ocasión, el despampanante artificio cinematográfico se reivindica como una de las pruebas más irrechazables en lo que se refiere a la paternidad de la criatura. Viendo ‘Ventajas de viajar en tren’ sin el apoyo previo de la fuente (literaria) de la que bebe, cuesta entender que tamaño dispositivo no fuera originalmente concebido para existir única y exclusivamente en la alocada nebulosa de estímulos sensoriales que solo puede ofrecer el séptimo arte. Y volvamos a Wes Anderson, porque el hombre llevaba razón, como de costumbre.

Las formas (en esta ocasión, fílmicas) no solo son una llamativa superficie que actúa como reclamo para los sentidos del espectador, sino que también es un deslumbrante método para llevar al terreno propio, el material ajeno con el que se está trabajando. Todas las adaptaciones, se muevan en el formato que se muevan, deberían tener esto muy presente. El despliegue cromático, sonoro y de piruetas con la cámara al que nos somete Aritz Moreno durante poco más de hora y media actúa, tanto en frío como en caliente, a modo de testigo irrefutable de la comprensión con la que el director de cine se acerca al escritor.



He aquí un eco que no teme (al contrario) sonar más fuerte que el grito (de gritos) que lo originó. Una canción conecta con otra, y un escenario nos lleva al siguiente, y Pilar Castro se transforma en Luis Tosar, y este muta en Belén Cuesta, y esta se convierte en Ernesto Alterio... El tren pilotado por Aritz Moreno disfruta adentrándose, de forma inesperada, en túneles oscuros. En pasadizos terroríficamente divertidos, que se hunden y se pierden en recovecos que, en realidad, son la materialización de ese sótano (metafórico) en el que guardamos todos los traumas, miedos, verdades y mentiras que nos definen.

El síndrome de Diógenes como apetitoso lodazal en el que bucear y ahogarse. Por el gusto malsano de hurgar en la intimidad ajena, pero también por el interés potencialmente doloroso de conocernos mejor a nosotros mismos. La propuesta supera la etiqueta de “Relatos salvajes a la española” que tan fácilmente se le podría colgar, concatenando y haciendo trasbordo entre todas las capas narrativas que puede llegar a proponer cualquier tren. Lo hace con comicidad surrealista y oscurecida por aquellas caras que intentamos tapar en público, pero que inevitablemente mostramos cada vez que abrimos la boca. Queda claro, al final de este trayecto episódico, que el impresionante repertorio de anécdotas a través del cual se vertebra, es verdaderamente un lúcido estudio sobre la abrumadora capacidad para desnudar (tanto al narrador como al oyente) inherente en toda buena historia.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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