Paul Higgins es un buen guionista. No genial, como dicen algunos, pero si lo bastante bueno como para que sus textos sobresalgan entre la tibieza general que inunda las carteleras, y más todavía si están dirigidos por alguien como Clint Eastwood (caso de “Million Dollar Baby”). “Crash” es su primera película como director. En ella trata de crear un entramado de historias y personajes que se van entretejiendo conforme avanza la trama hasta alcanzar un nexo más o menos común que le da una unidad al conjunto. El tema capital de su nueva obra es el racismo y la intolerancia, como bien se encarga el director de subrayar una y otra vez a lo largo del film por si alguien no se había dado cuenta.
La película comienza con una fuerza bastante arrolladora, presentándonos de manera muy acertada los personajes principales y las situaciones de las que Higgins luego se servirá para subrayar las tesis principales que trata de plantear con sus historias. El problema es que a medida que avanza la película ésta se va deshinchando como un globo pinchado, los personajes no parecen despegar del estereotipo y muchos de ellos y las subtramas en las que están inmersos (como la de Sandra Bullock y Brendan Fraser) acaban perdidos y confusos en medio de ese mare mágnum de narraciones que no terminan de cuajar del todo. En otras palabras, Higgins lanza sus cartas sobre la mesa con abrumadora consistencia, pero después no consigue recogerlas todas con igual fortuna, dejando más de un fleco por ahí suelto
Además el dibujo de los personajes y la evolución de sus caracteres a lo largo del film son de una simpleza bastante inusual en un escritor de su talento. La mayoría de las escenas que tratan de provocar un cambio en la personalidad de los protagonistas dejan bastante que desear y se apoyan principalmente en el trillado recurso de la sensiblería para justificar ante el público esa pretendida progresión dramática que aleja a los personajes de la caricatura. Por ello no todas estas evoluciones son lo creíbles y contundentes que uno desearía, sobre todo porque en ellas descansa el postulado temático central de la obra.
No obstante, la película es entretenida y en ningún momento se llega a hacer pesada. Es un film altamente recomendable, pero no os dejéis embaucar por los que la saludan como una de las grandes genialidades del año, porque en el fondo no es para tanto. Flaco favor le hacen a esta película los que la comparan con “Vidas Cruzadas” de Robert Alman o, sobre todo, “Magnolia” de Paul Thomas Anderson, obra maestra indiscutible del cine reciente a la que “Crash” no puede ni mirar a los ojos. Se hace demasiado pequeñita en comparación.

La película arranca de manera bastante interesante, pero a medida que avanza y comienza a desvelar los “secretos” de la trama, digamos que decepciona un poco. Lo que podía haber sido una buena película sobre la soledad, la locura, las relaciones entre familiares, la infelicidad… se convierte en un anodino y melodramático telefilm que, en determinado momento, amenaza con derivar hacia los aburridos folletines sobre superdotados con problemas emocionales (tipo “El Indomable Will Hunting”). No obstante, los guionistas se apiadan de nosotros y dejan a un lado todo ese rollo matemático que tanto miedo nos da a los que somos de letras, para tratar de elaborar complejas relaciones entre los personajes y dotar a la película de un barniz más dramático que enganche a todos aquellos poco avezados a cuestiones científicas. Lamentablemente nada de lo que narra está tratado en profundidad, solo son breves bosquejos apuntados con mayor o menor fortuna sobre el guión, pero que en ningún momento consiguen transmitir casi nada. Lo mejor de todo, si es que se puede sacar algo positivo, las escenas que comparten Gwyneth Paltrow y Anthony Hopkins. Lo peor, lo insustancial y completamente prescindible que resulta la historia.

A veces uno se pregunta como es posible que semejantes engendros se puedan llegar a comercializar en salas de cine. Volvemos a otra horrorosa adaptación de un famoso videojuego (para los que entiendan de esto, vamos), moda hollywoodiense que ya empieza a irritar más de lo debido, con un trilladísimo argumento mezcla de “Aliens” y “Resident Evil” (otra que tal baila), en el que un grupo de marines, cachas y vacilones, se las tienen que ver con unos bichos muy feos. La cosa va degenerando de una manera bastante espectacular, siendo el clímax del film el no va más en disparates argumentales, con dos secuencias que por derecho propio merecen entrar en la antología de las chorradas más impactantes del nuevo milenio. Concretamente hay una que puede llegar a entusiasmar a los seguidores de la Play Station (de todo hay en la viña del Señor), pero que a mí me dejó los pelos como escarpias. Ya son ganas de hacer las cosas mal.
Afortunadamente rodaron las tres cuartas partes de la película con la luz apagada, así que el espectador puede cerrar los ojos si se aburre mucho sin perder nada de información en el supuesto caso de que le interese lo que está pasando en pantalla. Si no, con un poco de suerte puede hasta dormirse.
Hablar de personajes e interpretaciones en este tipo de películas es presuponerle un nivel artístico al que ya le gustaría poder llegar, pero entre tanto aprendiz de mago es obligatorio resaltar el trabajo de The Rock, que haciendo honor a su nombre ofrece una variedad de registros faciales a la altura de la esfinge de Gizeh. Es terrible pensar que el género de machotes rellenos de esteroides pueda estar volviendo al cine actual. Algunos dirán que siempre es mejor eso a que se conviertan en senadores de algún estado norteamericano por falta de trabajo.

Sam Mendes es un director con una tendencia al eclecticismo que, de seguir así, irá convirtiéndose en una marca de fábrica no muy del gusto de todos. Su nueva película es un poco difícil de clasificar dentro de una filmografía un tanto atípica. Si me dijesen que este iba a ser el próximo proyecto del realizador de esa joya que es “Camino a la Perdición” me costaría creerlo. La historia navega errática sin profundizar demasiado en la insulsa cotidianeidad de una serie de soldados norteamericanos en la guerra del Golfo, sus anhelos, miedos (que se reducen principalmente a la posibilidad de que sus novias les puedan estar poniendo los cuernos) y obsesiones, tratando de establecer un dispar juego de lecturas que no logran cuajar en ninguna de sus variantes. Personalmente no la calificaría como una película antibelicista, más allá de la evidente conclusión de que la guerra es una pérdida de tiempo para la mayoría de los soldados que acuden a ella, un irrecuperable paréntesis en sus vidas que con el paso del tiempo se irá haciendo cada vez más inútil e innecesario. Como espectador tienes esa misma sensación hacia la mitad de la película, más o menos coincidiendo con el primer vistazo al reloj.
El desarrollo de los personajes es bastante pobre. Solo un par de ellos parecen tener algo de entidad propia dentro de la película, y eso que sus caracteres no dejan de ser meros prototipos ya mil veces vistos en este tipo de filmes. El resto gritan mucho y se comportan como chimpancés, básicamente.
Salvo algún que otro momento más o menos logrado, el transcurso de la película es lento y anodino, centrando su atención en diversos pasajes de la historia que no tienen mucho interés, por sobados y repetitivos. Vamos, que la película no tiene nada nuevo que ofrecer, y lo que ofrece tampoco es que sea demasiado interesante.

Hubiese preferido ver toda la película en catalán y no doblada al castellano para poder entretenerme intentando traducir los diálogos de los personajes. En vez de eso me quedé dormido por lo apasionante del argumento, la impecable puesta en escena y los maravillosos actores. Otras películas de Ventura Pons tienen su punto. Ésta no. Monumental castaña.