No deja de llamar la atención que en pleno siglo XXI nos encontramos, lejos de reformulaciones innecesarias y cambios de paradigma impostados, productos casi anacrónicos hechos con cariño y cierto talento, como esta “Un hombre fiel”.

La película respira (y transpira) Nouvelle Vague, hay quien ve como referentes directos al Truffaut de “Besos robados”, pero también ciertos toques de Godard y algo de la chispa eléctrica en los diálogos que sólo sabe imprimir Woody Allen. Para mí, sin embargo, existe otro referente espiritual (y conceptual) en el desarrollo de la historia, y no es otro que Èric Rohmer, veo una estrecha relación entre esta película y las que nos regaló el maestro francés en la década de los 80, principalmente.

Louis Garrel, actor-director, homenajea sin ambigüedades al cine francés más naturalista y humanista, sin complejos, desde una óptica de alumno respetuoso que conoce los clásicos y sabe articular el discurso desde un prisma moderno y actual. No en vano, es heredero directo de una dinastía de artistas franceses, de la cual es la tercera generación que se dedica a esta maravillosa locura que llamamos cine. Imborrable su estreno como rol principal en la deliciosa “Soñadores” del maestro Bertolucci.

Garrel sabe rodearse de dos actrices magnéticas en absoluto estado de gracia, Laetitia Casta como contraparte amorosa y Lily-Rose Depp, hija de Depp y Vanesa Paradise, a quien no he tenido el placer de disfrutar previamente pero que apunta maneras. Ambas están excelentes, naturales, frescas y muy creíbles. Mención especial para el joven Joseph Engel que interpreta un papel misterioso, divertido y un pelín escabroso.

La historia es simple, relaciones cruzadas en un triángulo (habrá quién diga cuadrado) amoroso, donde los celos, la confianza, la atracción y la sexualidad jugarán un papel principal.

Obra pequeña para disfrutar sin complejos.