A Seinfeld la recuerdo de verla de pasada, cuando la echaban por canal plus, allá por los finales de los noventa o principios de siglo, si la memoria no me traiciona, y recuerdo no sentir excesiva simpatía hacia ella: no me hacía gracia el monólogo inicial, salvo contadas excepciones, no empatizaba con los personajes, apenas conectaba con el humor de la serie. Siempre la consideré un producto muy inferior a la más divertida Friends o a la elitista Frasier.

Los tiempos han cambiado, y hoy no soporto Friends, por ejemplo, y adoro Seinfeld. Seinfeld es una forma de ver el mundo, una manera de enfrentarse a la vida, es toda una filosofía sobre lo que pasa cuando no pasa nada. La protagonizan individuos de dudosa ética, un tanto rastreros, un poco miserables, que se abren camino a base de golpes. No son héroes ni pretenden serlo, no son guais, no tratan de caerte bien, sus vidas no son particularmente interesantes. Son gente corriente que se limita a sobrevivir.

Cada capítulo presenta una trama para cada personaje, tramas que se mezclan unas con otras y que, milagro, tienen un final satisfactorio. Seinfeld es un prodigio de escritura, una lección de humanidad, una serie que merece verse.