Es una extraña sensación. Para mí, que tanto he disfrutado con la literatura de Sir Arthur Connan Doyle, el sentarme a visionar cualquier adaptación cinematográfica de las aventuras de Holmes y Watson termina convirtiéndose en un placer no del todo completo. Es como ver a Jack Palance o a Henry Silva haciendo de buenos tipos. Algo falta. Y eso que, sin duda, no habrá ningún actor que interprete al caballero inglés como Basil Rathbone.

Nacido para el papel, dio vida al detective en más de una docena de producciones y a lo largo de cinco incesantes años. Sin embargo, y a pesar del excelente protagonista, resulta casi imposible trasladar a la pantalla líneas y líneas de detalles, intrigas, inteligencia...Y esto es lo que ocurre una y otra vez en todas y cada una de las adaptaciones que se han llevado a cabo. Creo que mucha parte de culpa la tiene la propia idiosincrasia de la obra literaria, que consigue ocultarte siempre y hasta el último momento al asesino. En la pantalla en cambio, aparece camuflado entre la normalidad, despierta la desconfianza del espectador y boicotea cualquier atisbo de sorpresa.

De todas maneras, y para no ser injustos, decir que el ingenio y los toques de humor tienen cabida, sobre todo en la figura de Basil Rathbone quien acapara evidentemente toda la atención. Un metraje corto y un ambiente lúgubre para sacar a Holmes de su despacho en la Londres victoriana, sirven para enfatizar ese aroma misterioso que sirve de principal envoltorio para la historia. Gran facilidad de visionado, que es inversamente proporcional a la adicción que provoca la lectura de los casos del detective más famoso e infalible de la historia. Totalmente recomendado...leer a Sir Arthur claro.