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Voto de M R Glez:
7
Drama Un aspirante a escritor regresa a su pueblo natal en Turquía, pero se siente abrumado por las deudas y problemas que tiene su padre.
24 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vemos semejanzas con la “Trilogía de Yusuf”, del también turco Kaplanoglu: con “Huevo” (2007), y “Leche” (2008); ya no tanto con “Miel” (2010) por motivos obvios. No es que creamos en diferentes formas de hacer cine según la nacionalidad; más bien estamos con Erice (YouTube) cuando afirma que entre él y Kiarostami, p. e., hay más cercanía que con otros cineastas de su país. Así, la semejanza entre los filmes de Kaplanoglu y el presente no lo es tanto por ser turcos como por la relación del protagonista con la literatura y la poesía, por un lado, y con su tierra natal, su terruño, por otro, y con el agobio que éste supone para él, además de la relación paterno-filial; y también, claro, por el cruce entre lo onírico-simbólico y lo que la gente suele llamar “lo real”. En ambos autores ese simbolismo está muy vinculado a “lo natural”: el perro de “Huevo” y el de Ceylan, árboles (bosque, peral), el pozo, los peces de “Leche” (el que pesca y el que tiene ante la madre no son el mismo), el pájaro, el asno... En Ceylan también vemos símbolos de otro orden, relacionados con el sueño: la sirena de metal arrojada al río, el caballo de Troya. En ambos los libros, o la edición, y las librerías. Además vemos en “Leche” al poeta buscando consejo en el maestro, y en “El peral...”, la conversación con el escritor. Todo eso merecería un análisis comparativo detallado.

Por otro lado, Ceylan nos regala dos pistas que arrojan luz sobre el protagonista: las fotos pegadas en su armario (Cioran y Camus, entre otros), y los créditos, donde dice que ciertos fragmentos se han tomado de Dostoievski (en la escena de los imanes, probablemente), Chéjov, Nietzsche (la cita “del maestro” cuando habla con el escritor: no hay hechos, sólo interpretaciones), y otros autores conocidos en la cultura turca y oriental o musulmana, cabe suponer (¿el poeta citado por el padre, el autor citado por un imán,...?).

No estamos sin embargo de acuerdo con la valoración positiva de la escena de la chica bajo el árbol. La actriz no parece la más adecuada, ni por sus movimientos (morder el trapo es más torpeza que otra cosa), ni por su expresión facial; no vemos que consiga comunicar lo que el autor pretende, se muestra desmañada. Y la escena en general también falla, aunque no la idea. La luz y los colores (la vi en casa...) no parecen conseguidos ni naturales, y el momento del movimiento de las hojas y el pelo de ella, como idea, nada que decir, pero el resultado es mejorable. Creemos que esas valoraciones positivas se deben más a lo que el crítico ha querido ver que a lo que realmente se ve.

La conversación con los imanes la rncontramos demasiado larga, y en ocasiones, al menos para los europeos occidentales, anticuada y más propia de los cincuenta-sesenta. Y es confusa: no siempre se sabe cuál de los tres está hablando. Al llegar al bar hay un fallo de “raccord”: bajo el porche está ocupada la mesa, y en la que ellos eligen la revista está en cierta posición; en el siguiente plano, bajo el porche no hay clientes, y la revista está en otra posición. En la escena con el escritor, otro fallo similar: mientras hablan fuera llueve copiosamente; al salir al poco, el suelo está seco.

En el mismo capítulo de lo negativo (¿problemas de presupuesto?) incluimos también las escenas nocturnas, por excesivamente amarillas (como en “Érase una vez...”). La pregunta es si el autor lo quiere así o qué (todos hemos hecho fotos de noche o en interiores oscuros). Y en la conversación final con el padre, tal vez por el tijerazo dado a un film aún más largo, el diálogo en algún momento parece no casar, como si faltase algo (cuando el padre pasa a hablar de la oveja que pare, creemos).

(Entre el siete y el ocho, ya que nos obligan a cuantificar).
M R Glez
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