Que nadie piense mal. Ya he visto que muchos comentarios anteriores en la ficha de esta película tienen que ver con la extraordinaria fisonomía de la actriz protagonista, pero yo voy a centrarme en una serie de atributos (no necesariamente un par) que creo que hacen digerible esta cinta.

Por un lado, el constante tono kitsch, que la hace bastante llamativa. Ayuda mucho el ser una película ochentera, con ciertos clichés de la época que vistos ahora proporcionan un encanto especial a la película. Gusta mucho también el homenaje al cine de terror de serie B del que la protagonista es una entendida. A partir de ahí, la película es cierto que no tiene nada más, más allá de un argumento trillado sobre herencias, brujas y fantasía, pero medianamente divertido y típico de su época.

Lo que me sorprendió mientras la veía era el constante abuso de chistes y referencias sexuales, algunos bastante brutos (¿cuántas veces tocan los pechos a Elvira?, ¿y qué decir de ese plano de su trasero?), usando como antagonistas, además, a una panda de puritanos típicamente estadounidenses. Durante el filme no podía dejar de pensar en cómo una película así sería inviable en nuestros días, con una mujer haciendo gala de su poderío sexual y haciendo las delicias de muchos de los espectadores, dado su imponente aspecto. Los tiempos han cambiado, el sentido del humor ha desaparecido y cualquier atisbo de picantería está visto como algo sucio, discriminador, o vete a saber qué. Cuando veo a las quemabrujas puritanas del filme no puedo dejar de pensar en esa nueva ola de corrección impuesta en la sociedad actual, venida precisamente de EEUU y sus universidades más elitistas.

Más allá de esta reflexión, la película no es gran cosa y Cassandra Peterson va pasadísima de vueltas (lo cual no deja de tener su gracia), pero no deja de ser una cinta con un encanto especial, el de una época donde todo era más sencillo y la gente pretendía evadirse. Objetivo cumplido pues.