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España España · Zaragoza
Críticas de Juan Solo
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Críticas 267
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
14 de abril de 2024
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo muy bien la decisión de convertir en una comedia a la que para empezar no le encuentro excesiva graciala historia del profesor Enrique Muñoz y la hazaña de sus alumnos del zaragozano y humilde instituto Marcos Frechin al ganar contra todo pronóstico el campeonato de España de ajedrez de 2018. Puede, sí, que el género sea el idóneo para contar una vez más la historia de David frente a Goliath, pero tal vez el tema elegido en esta ocasión requiriese más sutileza y menos brocha gorda. No se entiende tampoco que la edad real de los verdaderos protagonistas del suceso, 12 años, se altere de manera oportunista para que por obra y gracia de la ficción los personajes se nos presenten ahora en versión teen, pero claro, así se le puede sacar partido al catálogo entero de tópicos existentes acerca de la denominada Generación Alfa. Con el juego que da.

De resultas de estas - malas- decisiones nos encontramos, lo dicho, con una comedia sin gracia, con chistes y gags, unos más vistos que el tebeo y otros de dudoso gusto, más propios de una sitcom televisiva que de una producción cinematográfica (Velilla, chico tele5 desde sus inicios ha sabido manejar mejor estos recursos en otras ocasiones). Detrás también de un tono en apariencia amable y blanco se esconde un mensaje claramente reaccionario y conservador. Lástima, porque, como digo, a mi paisano Velilla le he visto torear en mejores plazas,. Los actores, pobrecillos, hacen lo que pueden.

Así que entre cosas como ésta y las producciones de la factoría Segura vamos camino de perpetuar en nuestro cine un modelo de comedia que recuerda mucho a la españolada más rancia y más casposa. Y encima ahí afuera tenemos un panorama que haría salivar a Azcona y a Berlanga. Estamos como para desperdiciar.
Juan Solo
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7
11 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De entrada, parece algo injusto que “Jeremy” no haya corrido la misma suerte de, por ejemplo, su coetánea “Love story” con la que comparte temática y género. Mientras una permanece instalada en el imaginario colectivo, se sigue recordando la frasecita de marras y continúa generando mares de lágrimas, la otra ha caído en el olvido más absoluto. Sorprende además que éste sea el único título en la filmografía de su director, y que ninguno de sus dos actores principales, novatos también en la profesión por aquel entonces, lograra completar después una carrera más o menos apañada en el cine.

De acuerdo, Jeremy y Susan no son especialmente glamourosos ni especialmente guapos – como sí lo eran de hecho los personajes de O´Neill y la McGraw-, pero su más modesta “love story” termina por conquistar al espectador susceptible de sentirse si cabe más identificado con las vivencias de los protagonistas en esta ocasión. Todos nos hemos sentido Jeremy o Susan en algún momento de nuestras vidas. Más allá de la primeriza historia de amor que nos relata, la película se adentra en los terrenos de la adolescencia, el tiempo de las inseguridades y de los miedos, la época en la que parecía que el mundo entero conspiraba contra ti y los granos de arena se convertían en montañas. Y todo se nos cuenta con aplastante sencillez y sin aspavientos, rezumando verdad y haciendo gala de una sensibilidad exquisita, sin necesidad de recurrir a frases cursis ni rimbombantes.

De ”Jeremy” me gustan esos aires de película independiente, ese gránulo tan setentero, ese jugar a ser una película europea aunque transcurra en una high school de Nueva York. Me gusta ese estilo casi documental, y esa cámara que se pega a los personajes para, a golpe de primer plano, hacernos partícipes en todo momento de sus reacciones. Y definitivamente me gustan también sus dos protagonistas. Ella, dulce e inocente, él, generoso, bonachón, y tímido hasta lo enfermizo. En una de sus últimas escenas, se pone a imitar a Gene Kelly y a bailar y a saltar entre los coches, y no puedes evitar que se te meta algo en el ojo. Él, cuyo nombre de pila sirve para dar título a la película. Que una poco afortunada traducción castellana del original no nos impida recordar siempre cómo se llama. Jeremy, se llama Jeremy.
Juan Solo
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6
8 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “La montaña sagrada” conviven elementos típicos del cine de los setenta con otros más propios del primer surrealismo cinematográfico. Antes que nada, deberíamos pararnos a reflexionar acerca de lo alegremente que utilizamos siempre el concepto “surrealismo”. Decimos que algo es surrealista cuando en realidad estamos queriendo decir que es grotesco, estrafalario, o que simplemente está fuera de lugar. Y no. El surrealismo tiene sus propias normas específicas. También el surrealismo cinematográfico.

A través de sus imágenes perturbadoras y de sus inclasificables argumentos que partían del mismo subconsciente, Buñuel y los suyos buscaban incomodar y escandalizar a las clases más pudientes de su tiempo, dejar en evidencia los preceptos de la moral biempensante. Su ambicioso proyecto de cambiar la sociedad y el mundo fracasó como así se encargarían de constatar décadas más tarde ellos mismos. En un contexto diferente, surge años después la figura del mexicano Alejandro Jodorowsky; su obra cumbre, nunca mejor dicho, se emparenta de manera reconocible con estos principios surrealistas. Detrás de “La montaña sagrada” está también la llamada cultura de las drogas y la espiritualidad característica de las religiones orientales y precristianas cuyos mantras tan buena acogida hallaron entre la comunidad hippie.

La imagen del viaje en tanto que experiencia alucinógena y casi religiosa sirve a Jodorowsky para construir una fábula cargada de simbología no siempre accesible que apunta en varios frentes. Hay, siguiendo el ejemplo de los surrealistas, un deseo por meter el dedo en el ojo a los poderosos que pretenden manejar el mundo, referencias a la religión, el sexo o la violencia con claro afán provocador, hay ataques al consumismo, hay alusiones a la escatología como metáfora de la corruptibilidad humana. Y un mensaje final que apunta al cine como la tabla de salvación definitiva.

Pero ante todo, “La montaña sagrada” supone un ejercicio de imaginación desbordante por parte de su creador. Gracias a su fuerza visual y al deslumbrante trabajo en materia de puesta en escena, Jodorowsky consigue que su película pueda ser disfrutable al margen de otras consideraciones. Eso sí, el ritmo irregular del que adolece la película puede provocar que en ocasiones la borrachera de imágenes termine por hacerse incluso algo indigesta, y lo que a priori era la principal baza de la obra acabe convirtiéndose también en su mayor hándicap. ¿Cosas del LSD?
Juan Solo
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8
2 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un año después de llevar al cine “Las uvas de la ira” John Ford vuelve a ambientar otra de sus películas en los años de la Gran Depresión norteamericana. Si en la adaptación de la novela de Steinbeck el maestro describía de una forma absolutamente desoladora aquella época tan oscura, en “La ruta del tabaco” opta por un tono en apariencia más ligero y por registros tragicómicos en los que el recurso del humor ayuda a hacer más digerible el drama. En su película, Ford define a sus personajes con trazo grueso, rayando incluso en la caricatura, pero ese humor tan particular suyo, tan naif y simplón en el fondo, está más justificado que nunca en una obra que se adentra en los terrenos del gótico sureño y abraza en ocasiones el surrealismo de una forma nada disimulada.

Apenas hay épica en “La ruta del tabaco”, tampoco hay lírica. Los elementos más típicamente fordianos brillan prácticamente por su ausencia. No hay ni siquiera dignidad en unos personajes que parecen abandonados a su suerte, dejados de la mano de Dios en un lugar en el que es posible que una vez existiese el paraíso. Los Lester no tienen el arrojo de los Joad para moverse a tierras más prósperas a ganarse el pan una vez son expulsados de ese paraíso. La tiranía del moderno capitalismo actúa a modo de antigua maldición bíblica, y ante eso nuestros protagonistas deciden quedarse a verlas venir. Estos pobres diablos no merecerían el perdón divino que reclaman de manera constante y cansina, y en cambio, Ford termina por redimirles dedicándoles una mirada condescendiente y convirtiéndoles a nuestros ojos en seres entrañables (o casi).

Desde luego, no hay ninguna garantía de que al final sean felices y coman perdices. Ofrece incluso más esperanza el mensaje final de “Las uvas de la ira” con aquel vehemente alegato de Mama Joad en favor de la clase campesina y trabajadora que el contenido en el título que nos ocupa. Que no quepa duda de que los bisnietos sus protagonistas, nietos de los 16 ó 17 hijos que dicen tener, seguirán votando hoy a Donald Trump.
Juan Solo
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4
20 de marzo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De acuerdo. Estamos ante un producto tan ochentero y tan deliberadamente freak que a la fuerza hay que mostrarse un poquito condescendiente. Sólo un poquito. Hoy en día, gracias a Nolan, pero sobre todo gracias a los Daniels, a Tapón y a Jaime Lee Curtis, sabemos mucho de viajes interdimensionales, pero en los ochenta era otro cantar. “Las aventuras de Buckaroo Banzai” se sumerge en los terrenos de la parodia y de la sátira, aunque las cintas a las que pretende parodiar ya resultan suficientemente parodiables per se. Es añadir parodia a la parodia. Lo que menos soporto de esta clase de películas es que decidan tomarse en serio a sí mismas. Y eso es lo que le sucede al film del que hablamos en un determinado momento, que se pone de repente demasiado estupendo.

Y eso que la cosa empieza razonablemente bien. La película te propone un juego y unas reglas y a ti no te cuesta nada aceptarlas. Resultona esa presentación de personajes con un Jeff Goldblum que parte la pana, o con un multidisciplinar Peter Weller que lo mismo te opera a corazón abierto que se arranca por Aerosmith en un concierto de su grupo. O un John Lithgow en plan villano loco a la altura del Joker de Nicholson o del Luthor de Hackman. Sin pies ni cabeza todo, demasiado absurdo como para tomárselo en serio y para saber hacia dónde te quieren llevar. Sin embargo, llega el clímax y Buckaroo decide que hay que salvar el mundo y que a partir de ahí tonterías las justas. Y la cosa se vuelve convencional y aburrida también. Y hasta el villano ya no es tan molón. Moraleja: si quieres hacer una parodia o una comedia absurda, llévala hasta las últimas consecuencias y no me digas que no tienes modelos en los que fijarte, chico.

Es que la película incluso tenía algo de precursora, adelantando lo que iba a ser el fantástico ochentero en la segunda mitad de la década. Ahí teníamos dentro nada menos que a La Mosca, a Robocop y por si fuera poco un prototipo del Delorean de Mc Fly y Doc. Una lástima que al final todo terminase en ese gatillazo que resume muy bien el anuncio en plan James Bond durante los créditos de cierre. “Buckaroo Banzai volverá. No se pierdan su próxima aventura” declama una voz en off mientras salen los letreros. No, no volvió; después del batacazo en taquilla los productores debieron pensárselo mejor. Eso sí, después Buckaroo se convertiría en un título de culto y en un clásico en las estanterías de los videoclubs. Por cierto, yo era de los que rebobinaba siempre los VHS antes de devolvérselos al de la tienda.
Juan Solo
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