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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 846
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
22 de mayo de 2024
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cineasta lituana Marija Kavtaradze me subyuga con su valiente, iconoclasta y provocadora película “Slow”, un film magnífico en su planteamiento y resolución y que logra hacerme levitar en algunos momentos del mismo. En los tiempos del sexo en Tinder convertido también en pulsión consumista, la cinta nos habla de una relación asexual; en los tiempos de las relaciones normativas y el neoconservadurismo en las costumbres que vivimos, nos plantea que existen tantos tipos de relaciones como seres humanos. Sí, “Slow” me parece una maravilla y un enorme descubrimiento. Un film de apariencia sencilla para relatar una historia profundamente compleja.

Llevo mucho tiempo afirmando allá por donde quieren escucharme que el sexo está sobrevalorado y que me parece enfermiza esta necesidad de “consumo sexual” que existe en la sociedad actual, más tendente al usar y tirar que a fomentar relaciones sentimentales serias y sólidamente construidas. El personal anda por ahí con necesidad de sumar muescas en su cuenta sexual. El protagonista de este portentoso film, Dovydas, es traductor de lenguaje de signos y asexual; un día conoce a una bailarina de danza contemporánea, Elena, que se enamora perdidamente de él y que tendrá que hacerse a la idea de que a su novio no le interesa el sexo. Ante esta tesitura, pronto son conscientes de que los cánones ortodoxos de relación no sirven para su situación de pareja y tendrán que pactar una normativa propia.

La majestuosidad de la cinta se sostiene en dos elementos fundamentales: el extraordinario y profundísimo guión de la propia directora lituana y la interpretación inconmensurable de su pareja protagonista: si lo de Kestutis Cicenas es fantástico, la forma en la que la maravillosa actriz Greta Grineviciute encarna a Elena es de esas que dejan poso y una huella indeleble en el corazón del espectador, que no puede dejar de prendarse de una chica que ha logrado ser bailarina profesional sin tener el cuerpo adecuado para ello y un novio sin que éste responda a los cánones establecidos para una “pareja normal” aceptada por la sociedad.

Sus 104 minutos de metraje vuelan sin que te des cuenta y te dejan con ganas de muchísimo más. Cuando termina y dejas pasar el rato, vas comprendiendo la profundidad de la propuesta, portentosa propuesta, que se alzó con el galardón a la Mejor Dirección en la edición de 2023 del mítico Festival de Sundance.
Sergio Berbel
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4
21 de mayo de 2024
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Hay determinados elementos que hacen que el cine de Carla Simón y yo no conectemos de ninguna manera. Lo cual no quiere decir que no sea una buena cineasta, sino que sus propuestas las percibo mucho más dentro del género documental que del cine de ficción. Como testimonio real de una forma de vida rural que el capitalismo está asesinando impunemente, “Alcarràs” no tiene precio; como film de ficción, me resulta anodino, simple y pesado por no contener emoción alguna.

En una cinta de vocación coral, no me acaba interesando el arco argumental de ninguno de sus personajes. Todos me terminan resultando indiferentes, ninguno me cala ni me toca la fibra sensible. Para mí, el guión, de la propia cineasta catalana y Arnau Vilaró, es terriblemente plano, no formula ninguna encrucijada que me conmocione y me aburre a través de situaciones repetidas una y otra vez en sus insufribles 120 minutos de metraje, que bien se hubieran podido quedar en la mitad fácilmente.

Estéticamente, Carla Simón nunca me aporta nada con su caligrafía visual, ni me gusta la fotografía de Daniela Cajías. Profundamente deudora del cine documental, sus planos fijos y sus rutinarios movimientos de cámara me dejan indiferente. Recogen el testimonio de unos agricultores que quieren seguir siéndolo por más que la especulación urbanística, la llegada al pueblo de una empresa de placas solares y la extorsión a la que son sometidos por las cadenas de distribución de las grandes superficies lo conviertan en imposible. Esta diatriba ya la contó un dios llamado Rodrigo Sorogoyen en una obra maestra de la dimensión histórica de “As Bestas”.

Carla Simón nos muestra la dignidad de un proletariado luchando en guerra desigual contra el todopoderoso capitalismo. Pero eso ocupa un bajo porcentaje de la cinta; el resto, se centra en la vida de una familia anodina en torno a la que poco o nada pasa y cuyos personajes me terminan resultando bastante desdibujados. Simón consigue que “Alcarràs” me importe aún menos que “Verano 1993”. Tiene mérito.

En cuanto a su elenco actoral, tan absolutamente naturalista y no profesional, sin duda hubieran podido ser magníficos protagonistas de un documental, pero no de esta cinta de ficción, aunque sí destaco las aportaciones de la joven Xènia Roset y de la niña Ainet Jounou, que me despiertan del sopor generalizado en el que me embarca el film de principio a final.

Me resulta seriamente inexplicable el Oso de Oro conseguido en el Festival de Berlín en 2022 y sus 11 nominaciones a los Premios Goya de la misma edición. Este cine no es mi cine.
Sergio Berbel
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5
17 de mayo de 2024
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Existen dos modelos contrapuestos de afrontar la narración cinematográfica: desde la cercanía para causar en el espectador la misma emoción que viven los personajes o desde la frialdad de la distancia y la narración de un demiurgo omnisciente. El cineasta León Siminiani apuesta siempre por la segunda opción y por eso su cine me suele transmitir entre poco y nada y sus propuestas me dejan más frío que sus propias intenciones.

No es una excepción “Arquitectura emocional 1959”. La idea de la que parte resulta fantástica: contar el nacimiento de una relación sentimental entre dos estudiantes universitarios en pleno franquismo a través de la arquitectura de Madrid en la que habitan. El problema es la forma elegida para narrarlo y la distancia tozuda que el autor impone y que impide empatizar en ningún momento con sus personajes y situaciones.

Un obstáculo que en realidad es doble: por un lado, por una voz en off constante que lo narra todo, incluso imponiéndose en volumen sobre las voces de la pareja protagonista para relatarnos hasta el contenido de los diálogos que están teniendo y que se me acaba haciendo insufrible. Por otro lado, la infografía, mapas y flechas para contarlo todo como si de un proyecto arquitectónico se tratase, asesinando toda posibilidad de emoción.

En el paroxismo de semejante artificio narrativo, Siminiani incluso se permite rodar la única escena de sexo habida en este mediometraje de 30 minutos, que se hace largo, sin la concurrencia de sus actores protagonistas, tan sólo a través de los espacios vacíos y la ropa que va apareciendo en el suelo. Falta carne por todas partes y en todos los sentidos. Mal asunto.

Me hubiera gustado disfrutar de las interpretaciones de Marta Carmona y Manuel Egozkue, pero el narrador en off no nos deja apenas escucharlos y los planos generales de los que está cuajada la cinta apenas nos permite reconocer sus rostros. Ésta propuesta no es mi propuesta a pesar de su indiscutible originalidad.
Sergio Berbel
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10
16 de mayo de 2024
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Para mí, Jacques Audiard es el gran cineasta del cine francés contemporáneo. Es el director más atrevido, intenso y alejado de la comercialidad de la industria gala. Me ha deslumbrado como cinéfilo con magistrales piezas como “De latir mi corazón se ha parado” o “Un profeta”, pero, por encima de todas ellas, la favorita en mi corazón es “De óxido y hueso”. La propuesta radical es la misma, pero ésta además emociona, es lo más cercano a un film de amor que puede rodar Audiard y lo logra por la puerta grande. “De óxido y hueso” es una joya ineludible del cine actual.

Como siempre, la belleza de las imágenes que rueda Audiard es hipnótica. En este caso, me enamoran hasta el tuétano esos planos quemados por la luz del sol, sea en casa de la protagonista o en la playa. Es que, seamos sinceros, la escena de la playa pasa por ser una de las mejores que se hayan rodado en el cine europeo contemporáneo, puro mito instantáneo del cine.

Pero más allá del virtuosismo en lo formal, la cinta se eleva sobre el resto por dos elementos que la sostienen como magistral:

1 Su historia: el guión, del propio Jacques Audiard y Thomas Bidegain, adaptando una novela de Craig Davidson, es absolutamente magistral. La historia de dos perdedores, de dos seres marginales, de dos personas que se salen de todas las normas se conocen y comienzan algún tipo de relación, tan anormal como ellos mismos, árida pero afectiva a la vez. Él se llama Alí y no tienen nada en la vida más que un hijo de cinco años que tiene que cuidar y mantener como sea; ella, Stéphanie, trabaja como domadora de orcas en el acuario Marineland haciendo un espectáculo diario para turistas y se encuentra vitalmente desnortada hasta que un accidente cambia su vida para siempre. Cuando se encuentran, todo se va a complicar mucho más allá de lo imaginable. Están fraguando una tragedia al cuadrado y conformando un rumbo vital imprevisible que siempre sorprende al espectador. Todo ello en un relato seco, donde los sentimientos cuesta que afloren, donde se radiografía el dolor en pantalla como pocas veces se ha visto.

2 Su pareja protagonista: la rudeza violenta pero sensible que transmite en su interpretación Matthias Schoenaerts resulta inconmensurable. Pero todo cede y languidece ante el festival interpretativo de cierta divinidad cósmica que responde al nombre humano de Marion Cotillard, quién sabe si en su mejor interpretación. La complejidad física y emocional que levanta en su personaje no tiene precedentes en la historia del cine y el milagro interpretativo que obtiene de todo ello es “cum laude”. Porque la cinta es ELLA, Marion Cotillard.

Si unimos a todo ello la hipnótica partitura musical del gran Alexandre Desplat y una portentosa dirección de fotografía de Stéphane Fontaine, estamos con absoluta seguridad ante una obra cinematográfica cumbre.
Sergio Berbel
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10
15 de mayo de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás estemos ante la película que mejor retrata la vejez como antesala de la muerte de toda la historia del cine. Y es que estamos hablando de Michael Haneke, uno de los más grandes cineastas jamás habidos en el Séptimo Arte. Sus propuestas siempre son profundamente incómodas pero lúcidas, terriblemente misántropas pero veraces, en cualquier caso perfectas. Ha marcado el cine y mi vida con obras maestras incontestables como “La pianista”, “La cinta blanca”, “Caché”, “El vídeo de Benny”, “Funny Games” y, desde luego, “Amor”.

Apenas poco más que dos personajes, un matrimonio de ancianos; un único espacio, el añejo piso fuera de moda y que rezuma antigüedad en el que habitan; tan sólo un conjunto de situaciones concretas que pudieren parecer anecdóticas vistas de forma individualizada pero que, unidas todas ellas en conjunto, suponen el fresco más aterrador sobre la vejez jamás rodado al mostrarnos hasta dónde puede llegar un matrimonio cuando uno de sus cónyuges comienza una imparable cuesta abajo de deterioro físico y mental hasta la muerte, implacable muerte. El guión del propio Haneke es terrible, pura metafísica de lo ineludible, terrorífico, la vida misma. Se trata de Haneke, un dios y, aunque jamás lo parezca, ésta es una película de terror, del peor terror posible, es que es real y diario.

Jean-Louis Trintignant es un anciano que lleva toda la vida habitando el mismo piso parisino junto a su esposa Emmanuelle Riva. Ella fue profesora de piano y viven en un mundo de alcanfor rodeados de viejos recuerdos. Pero, un mal día, la esposa sufre un accidente cerebral y, a partir de ahí, comienza un deterioro continuo imparable que va a poner a prueba la resistencia física y mental de la pareja.

De vez en cuando se asoma por el piso su ajetreada hija, ni más ni menos que Isabelle Huppert (musa hanekiana), a la que el matrimonio anciano prefiere mantener al margen de su drama para que pueda sentirse libre vitalmente.

Una historia seca y árida que encaja como un guante con el estilo igualmente agreste de Haneke. Un film rodado prácticamente en planos fijos y fueras de campo, ambas señas de identidad del genio austríaco, con una fotografía acartonada y sucia de Darius Khondji que encaja a la perfección con la terrible historia que se relata, mientras que la música ambiental no existe para que todo resulte mucho más incómodo, ominoso silencio tan sólo roto con las composiciones de música clásica, sobre todo de Schubert, que escuchan sus protagonistas.

Como no podría ser de otra forma, ganó el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa y fue Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2012. Una obra maestra incontestable.
Sergio Berbel
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