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Voto de Sergio Berbel:
5
Romance. Drama He aquí la historia de amor de Sebas y Andrea, universitarios primerizos, en el curso 1958-1959. He aquí como clase social e ideología se convierten en obstáculos ¿insalvables?... He aquí la arquitectura marcando, inadvertida, la línea de puntos que acabe dictando su emoción.
17 de mayo de 2024
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Existen dos modelos contrapuestos de afrontar la narración cinematográfica: desde la cercanía para causar en el espectador la misma emoción que viven los personajes o desde la frialdad de la distancia y la narración de un demiurgo omnisciente. El cineasta León Siminiani apuesta siempre por la segunda opción y por eso su cine me suele transmitir entre poco y nada y sus propuestas me dejan más frío que sus propias intenciones.

No es una excepción “Arquitectura emocional 1959”. La idea de la que parte resulta fantástica: contar el nacimiento de una relación sentimental entre dos estudiantes universitarios en pleno franquismo a través de la arquitectura de Madrid en la que habitan. El problema es la forma elegida para narrarlo y la distancia tozuda que el autor impone y que impide empatizar en ningún momento con sus personajes y situaciones.

Un obstáculo que en realidad es doble: por un lado, por una voz en off constante que lo narra todo, incluso imponiéndose en volumen sobre las voces de la pareja protagonista para relatarnos hasta el contenido de los diálogos que están teniendo y que se me acaba haciendo insufrible. Por otro lado, la infografía, mapas y flechas para contarlo todo como si de un proyecto arquitectónico se tratase, asesinando toda posibilidad de emoción.

En el paroxismo de semejante artificio narrativo, Siminiani incluso se permite rodar la única escena de sexo habida en este mediometraje de 30 minutos, que se hace largo, sin la concurrencia de sus actores protagonistas, tan sólo a través de los espacios vacíos y la ropa que va apareciendo en el suelo. Falta carne por todas partes y en todos los sentidos. Mal asunto.

Me hubiera gustado disfrutar de las interpretaciones de Marta Carmona y Manuel Egozkue, pero el narrador en off no nos deja apenas escucharlos y los planos generales de los que está cuajada la cinta apenas nos permite reconocer sus rostros. Ésta propuesta no es mi propuesta a pesar de su indiscutible originalidad.
Sergio Berbel
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