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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 832
Críticas ordenadas por utilidad
1
12 de marzo de 2023
90 de 131 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni tan siquiera la puedo considerar una película. Es pura basura. No tiene pies ni cabeza ni pretende tenerla. Se hace pasar por lista pero los tontos no somos quienes no entendemos nada de lo que pasa en su interminable metraje, los imbéciles son quienes la han parido sin pudor. No debería haber existido nunca. Es lo más infame que he visto en muchos años. Siento que se me ha faltado al respeto como espectador y como ser humano racional.

Sólo dos pequeños detalles entre sus 139 minutos de tortura para entender la dimensión de esta infamia: cuando uno de sus personajes secundarios se quita los pantalones para dar pataditas propias de las películas chinas del Todo a Cien, desarrolla toda la pelea con la parte central de su cuerpo pixelada; la otra es aún peor: a los personajes, en un momento del metraje, se les convierten los dedos de la mano en salchichas y hay guantes en las tiendas de disfraces con mucha más dignidad que las manos que se ven en pantalla. Creo que con esto está dicho todo. Sólo cabe salir huyendo de la película a vomitar.

Sobre su argumento, también firmado por los delincuentes Daniels, no se puede sintetizar ni tratar de explicar. Sencillamente porque esta excrecencia NO TIENE ARGUMENTO alguno. Si no lo has entendido, no te preocupes, los tontos del culo son los Daniels, no tú. Dicho sea de paso, cuando se entiende, es aún peor, porque estamos ante un caso más de “la familia que afronta los problemas unida permanece unida”. Sí, en serio.

El elenco actoral es vomitivo en su integridad. Meros personajes de cómic sin aristas, sin credibilidad, sin vergüenza. No salvo a ninguno de ellos, porque no lo merecen. Sobre la música y la dirección de fotografía, prefiero ni hablar. No vale la pena. Necesito olvidarla cuanto antes.
Sergio Berbel
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10
2 de octubre de 2023
67 de 107 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ocurre con Woody Allen o con el maestro José Ignacio Lapido, da igual el tiempo y la distancia que haya entre una obra suya y otra, las esencias son tan inmutables y la capacidad tan absoluta, que siempre vas a encontrar lo que buscas y te vas a saciar de ello. 40 después de “El sur” y 50 desde “El espíritu de la colmena”, Víctor Erice, el gran poeta de nuestro cine, reaparece en la ficción a lo grande con “Cerrar los ojos”. Porque, cuando abandonas la sala de cine y cierras los ojos, evocas al genio conservado en formol que te ha regalado otro trozo de tu vida como si de una celebración hipnótica de la continuidad se tratase.

Y todo comienza a cobrar sentido cuando entiendes que “El espíritu de la colmena” es su visión sobre la infancia; “El sur” es la descripción del despertar iniciático de una adolescente (para mí, su gran obra maestra, superior al resto); y “Cerrar los ojos” lo ha aterrizado en la vejez. Es una pena que la edad madura no tenga film referencial en Erice, o quizás es que fuera su documental “El sol del membrillo”, mostrándonos a un Antonio López en la cumbre de su capacidad artística.

Pero “Cerrar los ojos” es, sobre todo, una carta de amor al cine, porque su historia versa sobre cine, porque sus personajes son muy cinematográficos y porque todo da una y mil vueltas alrededor de su cinefilia que es la nuestra. Una película perfecta en sí misma y como ejercicio de metacine a la que sólo le pongo una pega: el poco protagonismo que alcanzan sus personajes femeninos, porque de todas ellas necesitas saber más y lo ansías, especialmente del que encarna la maravillosa Soledad Villamil, que me deja en los labios una historia que yo necesitaría conocer y el momento cumbre de este clásico instantáneo.

Porque la cinta se funda, sobre todo, en el festival visual pausadamente estético de Erice y en la interpretación magistral de su elenco actoral. Por supuesto, por encima de todos, el andaluz Manolo Solo que, junto con Antonio De la Torre, son los mejores intérpretes que haya dado Andalucía nunca. Ante Manolo Solo hay que rendirse en cualquier caso, pero especialmente en “Cerrar los ojos”. Erice le entrega el protagonismo absoluto de la cinta y el sevillano responde de manera inigualable. El resto, ante él, entran en la categoría de secundarios.

José Coronado me sorprende, mostrando la parte más vulnerable de su capacidad actoral, en un personaje tan alejado de los rudos que le han dado fama, y sabe hacerlo de manera soberbia. Ana Torrent reaparece ante la cámara de Erice 50 años después y parece que no hubiera pasado el tiempo y pudiera seguir aguantando, como lo hace, un primerísimo plano durante más de 5 minutos de un monólogo apasionante. María León está luminosa y rotunda como ella es siempre. Josep María Pou sostiene el ejercicio de metacine en el que consiste el film de manera espléndida. Pero…

… tenemos que llegar a Soledad Villamil. Por desgracia para el espectador (no te lo perdonaré nunca, Erice), apenas aparece diez minutos en pantalla, pero qué diez minutos, los mejores del film, el momento cumbre. Yo quiero saber más sobre la historia de desamor que le une al protagonista y me quedo con las ganas. Ella mira directamente a cámara y no necesito nada más en la vida. Es esa mujer de la que todo el planeta se enamoró a la vez que Ricardo Darín en la magistral “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella. Es justo esa mujer. Ella. No hace falta decir nada más. ELLA me deja una escena eterna brincando por mi cabeza a perpetuidad.

Erice juega al despiste y comienza la cinta, después de un homenaje al cine a través de un ejercicio inmersivo de cine dentro del cine, con un formato de thriller que me desorienta y no me gusta. Pienso que Erice ha entrado en territorios que no domina y que está tirando de fórmulas hechas. Me asusto. No hay nada que temer. Hay que dejar que el film evolucione, que se vaya cocinando en su propio jugo, que encuentre su propio camino. A Erice no le importa el paradero de un actor desaparecido en mitad de un rodaje 20 años antes, el maestro nos quiere hablar de lo duro que es envejecer y del páramo desolador que deja a su paso. Esa es la clave del film. Y vaya si lo logra, mientras que va homenajeando al Séptimo Arte e incluso a sí mismo.

Sus 169 minutos pasan como un suspiro, sin apenas darte cuenta, mientras que te asomas al abismo que te espera en una película, por cierto, profundamente granadina, porque en Calahonda y en el Valle de Lecrín se desarrolla buena parte de su trama y, sin duda, la más importante (Segovia aparte donde refulge Soledad Villamil). Ya se sabe de la vinculación de Erice con esta parte de Andalucía que aquí explicita sin tapujos.

Suena la música siempre sutil de Federico Jusid y se despliega la belleza de la fotografía de Valentín Álvarez frente al espectador, para demostrar que nada ha cambiado desde “El sur”, que fue norte de mi vida.
Sergio Berbel
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10
12 de marzo de 2023
28 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
MELANCÓLICAMENTE BELLÍSIMA Y SUBLIME, “THE QUIET GIRL” DE COLM BAIRÉAD ES UN CLÁSICO INSTANTÁNEO INOLVIDABLE SOBRE UNA INFANCIA IRLANDESA DIFÍCIL A TRAVÉS DE UNA LECCIÓN MAGISTRAL INTERPRETATIVA DE LA JOVEN CATHERINE CLINCH.

El cine era esto. Contar una historia aparentemente sencilla pero que esconde una profundidad insondable, hacer fácil lo difícil, emocionar y atrapar, embelesar y permitir la reflexión posterior. Eso debe ser el cine y eso es “cum laude” “The quiet girl”, una obra maestra, un clásico instantáneo del irlandés Colm Bairéad, que alcanza el cielo directamente con su ópera prima.

La esencia de la naturaleza humana irlandesa se expande por cada fotograma, por cada poro de la piel de los protagonistas de un film rodado en gaélico y que nos muestra la dificultad para vivir a principios de la década de los 80 de Cáit, una niña de 9 años que ha tenido la mala suerte de pertenecer a una familia desestructurada donde nota cada día que estorba, que es un lastre, que sus padres no la quieren, sobre todo ahora que su madre vuelve a estar embarazada una vez más.

Por eso Cáit es patológicamente introvertida, por eso a sus 9 años se sigue haciendo pis en la cama, por eso tiene que vivir dentro de su propio mundo interior para sobrevivir al mar de desprecio en torno al que se está desarrollando su existencia. Pero un golpe de suerte va a mejorar su vida: sus padres, ante el inminente nacimiento de un nuevo hermano, la mandan a vivir con sus tíos, que no tienen hijos, y entonces descubrirá Cáit al fin el mundo de los afectos, de la comprensión, de la humanidad, del cariño, de la estima, del respeto. Se trata de algo desconocido para ella que poco a poco va a calar en su alma.

La maestría de esta joya del cine gravita en torno a dos cuestiones básicas: la equilibrada, clásica, estática a base de planos fijos y esteticista dirección magistral de Colm Bairéad; y, sobre todo y por encima de todo, la excelsa interpretación de la jovencísima actriz Catherine Clinch, que cautiva y embelesa al espectador más gélido.

Si a esas dos cartas marcadas para triunfar en el corazón del cinéfilo, unimos un prodigioso guión bellamente minimalista del propio cineasta, una preciosa música de Stephen Rennicks y una prodigiosa fotografía de Kate McCullough, entonces sabemos que “The quiet girl” se va a quedar a vivir con nosotros para siempre, habiéndonos ganado de por vida a golpe de sencillez, calidad, honestidad y una melancólica belleza que respira y que la convierte en inolvidable.
Sergio Berbel
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8
29 de julio de 2023
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante distopía futurista bastante creíble y no tan lejana, con una visión misántropa y ácida del ser humano muy oportuna y poniendo el dedo en la llaga de las miserias del sistema capitalista que nos está asesinando sin piedad, “The architect” es una miniserie noruega de apenas 4 episodios de 20 minutos de duración cada uno de ellos que sabe mostrar las grietas de un futuro aterrador que ya se avecina con el metraje justo, sin la hipertrofia del cine contemporáneo que tanto cansa con sus metrajes inabarcables.

Y lo hace a través de Julie, su protagonista, espléndidamente interpretada por Eili Harboe (la eterna “Thelma” de Joachim Trier), trabaja como becaria en un estudio de arquitectura, pero su escaso salario no le permite acceder al alquiler de una vivienda y mucho menos a ser propietaria (la vida misma que ya está aquí y no pertenece a ninguna distopía futurista). La máquina que hace las funciones del banco le deniega la hipoteca una y otra vez. Ni tan siquiera se puede estar en la calle sin consumir algo (de nuevo parece real y no futurista). Julie no encuentra otra salida que refugiarse en una plaza de garaje de un parking, dado que los seres humanos ya no usan coches y los parkings permanecen desiertos. Allí habitan muchas más personas apartadas por el sistema, fracasados, gentes con la vida y el alma frustradas, como Julie. Hasta que…

Un interesante guión que nos avisa de todo lo que está llegando correcta y funcionalmente dirigido por Kerren Lumer-Klabbers con una fotografía oportunamente fría de David Bauer y música clásica como acompañamiento a las imágenes.

Su tono oscila entre la comedia y el drama, funcionando mucho mejor cuando se acerca al segundo que cuando transita los caminos del humor noruego, quizás demasiado soterrado para nuestro espíritu mediterráneo, pero derrochando siempre una lucidez espléndida al analizar las causas del pez capitalista que, con sus fauces abiertas de par en par, viene a comernos y que ganó como la mejor serie en el Festival de Berlín.
Sergio Berbel
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Antonio Machado. Los días azules
Documental
España2020
7,8
998
Documental, Pedro Casablanc
10
10 de enero de 2021
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que confesar que me he emocionado revisitándolo. Mucho y en varias ocasiones a lo largo de su metraje. Quizás porque Antonio Machado forma parte mi ser más interno e íntimo junto con Miguel Hernández y Lorca. Quizás porque “Antonio Machado. Los días azules” es exquisito en su sensibilidad y compromiso, así como en su empaque formal gracias al portentoso e impagable trabajo en la dirección de Laura Hojman. Quizás porque lo que cuenta es tan terrible como bello. Quizás porque es imposible escabullirse ante la figura del poeta sevillano que terminó siendo universal y el mejor símbolo de su tiempo. Alguien que insufló vida definitivamente en la poesía, exigiendo que dejase de ser contemplativa al afirmar: “La poesía es acción”.

Laura Hojman nos relata el periplo vital de Antonio Machado desde su Sevilla natal (idílica dentro de aquel patio de ensueño en el Palacio de Dueñas en el que habitó su familia como alquilada en una de sus estancias) hacia Madrid para formarse (y educarse en el más grande y mejor sentido del término) en la Institución Libre de Enseñanza de Ginés de los Ríos; su periplo juvenil en París transitando los caminos del modernismo y el simbolismo; su estancia como profesor de instituto para poder ganarse la vida en Soria y su amor cándido y casi platónico por Leonor (de final tan trágico por la temprana muerte de la amada, enterrada en el cementerio de Soria como lugar de peregrinación literaria); su regreso a Andalucía a la Baeza que tanto contrastaba con la Sevilla de su infancia (donde coincide en una célebre y única ocasión con un Federico García Lorca estudiante que tanto le llama la atención); su estancia en Segovia (y su amor terriblemente imposible con Guiomar); su apasionada y apasionante aventura personal de compromiso político, ético y cultural con la II República a través de las Misiones Pedagógicas, para llevar la cultura al proletariado al que nunca antes se le había concedido esa posibilidad para evitar que pudieran pensar por sí mismos; los terribles acontecimientos del golpe de estado fascista llevado a cabo por el criminal Franco y sus vivencias bélicas en una Madrid sitiada; su precioso exilio temporal en Rocafort y posteriormente en Barcelona, huyendo con los suyos del avance de las huestes fascistas en su avance imparable; su triste y duro camino al exilio hsata Collioure, donde fallece tres días antes que su madre en la misma pensión donde se refugiaron, exiliados de todo y de todos, abandonados a su suerte de forma tristemente injusta, frente a “Estos días azules y este sol de la infancia” (últimos versos del genio andaluz que se encuentran en el bolsillo de su abrigo a su fallecimiento); y culminando con la primera visita de un Presidente de nuestro Estado a su tumba en Collioure por parte de Pedro Sánchez en 2019 (hasta 2019, 42 años después de la restauración de la democracia, jamás había comparecido a rendir tributo al poeta ningún presidente, pero sí cientos de miles de personas agradecidas que dejan cartas en su tumba diariamente); la mejor de las opciones, dejar sus restos donde reposan para que nunca deje de ser lugar de peregrinación republicana, porque como dice su verso: “Sólo la tierra en que se muere es nuestra”.

Pero también esta obra maestra del documental, uno de los mejores que he visto en todos los días de mi vida, es la narración poética caminando por los más importantes hitos de la poesía machadiana acompasada por la voz de Pedro Casablanc, que es lo mismo que decir de la poesía en castellano. Y para ello Laura Hojman es capaz de crear visualmente a través de impolutos planos fijos una belleza gráfica atemperada con los versos de forma sublime. Y, cuando no hay imágenes, se dibujan, para que nada nunca falte ante el espectador más exigente.

Su vida y su obra poética se va reconstruyendo a través de diferentes apuntes que escritores y catedráticos van desgranando a cámara, mientras que una sucesión de bellísimas imágenes caen en cascada delante de nuestros atónitos ojos, que quieren más y más sin cansarse nunca, deseando en todo momento que el documental fuese eterno.

Pero lo más emotivo es para mí lo contemporáneo, cuando Laura Hojman nos asoma al buzón que existe junto a la tumba de Machado en el que diariamente se depositan cartas, o la marcha de los descendientes de los republicanos que tuvieron que salir a pie hacia Francia, repitiendo el recorrido de sus ancestros para que jamás vaya a ser olvidado.

Tantas heridas abiertas, tantas cuentas por saldar, tanto dolor por consolar…. “Estos días azules y este sol de la infancia” cuentan que estaba escrito en un papel en el bolsillo del último abrigo del poeta, su poema postrero e inconcluso, cerrando el círculo, evocando a Sevilla en Collioure, principio y fin de la vida nunca fácil de Antonio Machado, soñando con Sevilla en una playa del sur de Francia, ejerciendo de andaluz hasta el último aliento.

Y todo ello acompasado por una fotografía exquisita ciertamente sublime de Jesús Perujo y una música hipnótica de Pablo Cervantes. Una obra maestra imprescindible.
Sergio Berbel
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