Los amantes

Dos mejor que una, dicen. Y ante la duda, la más tetuda. Sí, sí, reíos, pero a ver quién es el guapo que no se ha encontrado en una encrucijada similar y no ha terminado sucumbiendo ante el poderoso influjo de unas curvas peligrosas. Admitámoslo… ¡Que somos hombres, joder!

Coñas aparte, lo que está claro es que el ser humano (yo aquí ya no distinguiría entre hombres y mujeres) es, sin lugar a dudas, la especie que más y mejor se complica la vida de toda la galaxia. Así pues, no debería sorprendernos que un hombre (y digo hombre porque tanto Leonard como yo lo somos) sea capaz de mandar su vida al carajo por ‘culpa’ de una mujer. Por una mujer, lógicamente, como Michelle: atractiva, inteligente, desenvuelta, independiente, misteriosa, compleja, un poco loca y un poco pendona.

Otra cosa muy diferente es que la cordura acabe imponiéndose o que las circunstancias jueguen o no a nuestro favor. Pero, repito, quién no se haya visto nunca involucrado en una situación parecida a la vivida por Leonard es que es un santo barón… o vive en otro planeta.

Coyunturas así, en cualquier caso, contribuyen a agregarle algo más de sal y pimienta a nuestra ya de por sí cómoda y apacible vida eróticosentimental y le van como anillo al dedo -desde una perspectiva puramente cinematográfica- al género romántico. Sobre todo si el protagonista de toda esta historia es un actor como Joaquin Phoenix. Un tipo que en lugar de limitarse a interpretar su papel se atreve a poner toda la carne en el asador y a regalarnos, de este modo, dolorosos y sangrantes retazos de vida. Brutal.

Gray se tomó su tiempo y su ritmo, quiso presentar ésta, su obra, tomándonos y tomándose en serio. Quiso darle al espectador algo sobrio y salido desde lo más profundo. Quizas exagere un poco, pero Los amantes lleva consigo los sueños de libertad e independencia de un hombre que se termina sabiendo amargamente limitado.

Algo flota en toda la peli, se palpa en cada relación, en cada personaje: la dependencia. El aroma familiar consume los deseos legítimos de seres desesperados por salir de la asfixia, de la imposición patriarcal y/o matriarcal. Cada personaje pero especialmente el protagonista elaboran un proceso de duelo entre dos alternativas: perpetrar su limitación o quebrar las "reglas". Entonces no hay nada extraño en estos seres tan estancadamente adolescentes; la peli los aborda desde una postura que fluctúa entre lo juguetón y lo nostálgico, sin llegar a manifestar jamás un punto de ruptura hacia todo aquello que parece consumir el óxigeno de estas criaturas.
Desde una visión apoyada en Phoenix, superlativo en su papel, Los amantes acompaña a sus restringidos seres a través de un camino que se cierra conforme avanza la trama. Y se cierra definitivamente.

Hay películas pequeñas, porque no destilan pretension alguna, poque lo que dicen, lo hacen en voz baja, porque sus virtudes laten en cada plano y no en su elevado presupuesto, TWO LOVERS es una de ellas, y a traves de sus insólitas y hermosas imágenes, James Gray logra por fin esa obra maestra que siempre parecía fluir en sus anteriores películas.
A través de una historia de amor dolorosa y apabullante, Gray nos habla del miedo a la soledad, del daño colateral existente en toda relación y el conflicto familiar tan habitual en su cine. Para todo ello se basta con una puesta en escena sobria que transmite autenticidad por todos sus poros y unos actores en estado de gracia, destacando un Joaquin Phoenix en el mejor papel de su carrera, como amante atormentado, dotando a su personaje de una aspereza y ambiguedad inhabituales.
Una película maravillosa que nos reconcilia con el cine.

O ‘El (verdadero) amor’.

Apartado de toda convención anterior en “Two Lovers” no hay una conexión directa con “Cuestión de sangre” ni “La noche es nuestra” salvo la aparición del actor principal de esta última. No hay pistolas, aunque sí disparos, a modo de flechazos de Cupido, y la tensión es meramente emocional. El drama ataña al personaje principal, un bipolar y desquiciado suicida por amores esquivos, dolorosos y pasados, y la elección enlaza con el clasicismo de “Amanecer” de Murnau o “Noches blancas” de Visconti. Se erige así una concepción de la dicotomía del propio protagonista entre la noche y el día, entre la luz y la oscuridad… pero en tonalidades grises… como si todo se sobrellevase en una salida y puesta de sol. Ambas mujeres, en este caso, tienden a confundirse. La femme fatale es rubia y denota cierta luminosidad. Sus encuentros son diurnos aunque finalmente tienden a la nocturnidad. Ella padece los mismos síntomas amorosos y cierta predisposición a las drogas y la locura. En cambio, el amor luminoso es el que nos parece más oscuro a todos. Más real y al mismo tiempo impuesto e impostado.

“Two Lovers” nos habla del amor como locura que deja tocado al ser humano arrastrándole hasta las últimas consecuencias. Esa mezcolanza de locura, desubicación del ser, principios, necesidades y tendencia a la muerte física cuando llega la expiración amorosa es interesante. “Two Lovers” sería una comedia romántica si no se añadiesen esas numerosas gotas de drama con un personaje tocado por la des-ligación del amor. Los amores no correspondidos son lo más queridos. Aquí, como en toda comedia romántica, hay dicotomía sobre la elección: amor y necesidad real. Esta última también está bien conducida con otro personaje femenino que aporta estabilidad emocional tanto a su vida como a su corazón. Pero aparece la locura. El otro amor. Es interesante como esa indiferencia de los padres de Leonard provoca cierta tendencia a pensar en el personaje de Michelle (Gwyneth Paltrow) como una invención del propio protagonista. Podría ser una fantasía para que su cerebro asimilase de nuevo el acto de enamorarse pero aparece él… el novio de ella. Y es ahí donde el manotazo sobre la realidad se apodera del desgraciado protagonista. Todos los personajes tendrán que hacer sus elecciones y todas traerán consecuencias a los mismos. También nuestro corazón resulta adicto al drama y a la tragedia. Deseamos instintivamente que un vagabundo recoja el guante del protagonista, por ejemplo, como punto final… pero los derroteros aquí resultan ambiguos e inusualmente tan positivos como perturbadores. Como una sonrisa congelada por la desdicha interior.

Aquí no hay mafias, ni tiros ni sangre derramada salvo la que emana los desligues amorosos. Ese siseo del viento en azoteas en las que se construye y se consuma, poco a poco, el nuevo amor. No hay salto al vacío… pero sí un amor suicida que da todo como vía de escape.

Joaquin Phoenix es un tipo rarito de tendencias suicidas y vida insulsa que compagina su afición a la fotografía con el trabajo en el negocio familiar, dedicado al apasionante mundo de la tintorería. A pesar de todo, el tipo es un rompecorazones y tiene loca a una amiga de la familia a la que parecen ponerle los frikis. En esto, llega al vecindario una nueva inquilina, la Patro, secretaria ella muy digna pero con algún que otro vicio, liada con un ricachón. Tras un encuentro casual, Joaquiniyo se encoña con la rubia, que, como no podía ser de otro modo, solo le quiere como amigo.

Más que amores, hay desamores: JP pasa de su pretendiente, la Patro pasa de JP, el novio de la Patro pasa de ella… y yo paso bastante de esta película, cuyo elemento más atractivo me parece la cuidada fotografía. Dato demoledor.

En fin, un drama romántico de lo más bobalicón y blandengue al que las caras de cólico nefrítico con que nos obsequia el galán protagonista no bastan para convertirlo en obra maestra. Que una mediocridad como ésta haya sido elevada a los altares me lleva a pensar que la crisis nos está empanando el entendimiento, no solo en cuestiones políticas.