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Refugiado

Drama Matías (Sebastián Molinaro) y Laura, su madre (Julieta Dìaz), se ven obligados a abandonar precipitadamente su casa tras la enésima reacción violenta de su padre. Matías tiene 7 años y Laura está embarazada, pero no tienen más remedio que deambular en busca de un lugar donde puedan sentirse protegidos y amparados. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
4 de noviembre de 2014
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director de “Tan de repente” (2002), “Mientras tanto” (2006) y “La mirada invisible” (2010) ratifica con “Refugiado” su capacidad como riguroso narrador para encarar un tema tan delicado y vigente como la violencia de género. que en otras manos, podría haber caído en una mera denuncia políticamente correcta, se convierte en un interesante thriller psicológico que excede el marco de la mera concientización, para proyectarse como una película inteligente y necesaria.

Con una buena construcción del suspenso y la tensión, “Refugiado” condensa en pocos días una historia sobre el periplo recorrido por una madre y su pequeño hijo, impelidos a huir de su propio hogar en un monoblock de Lugano, uno de los barrios más densamente poblados de la ciudad de Buenos Aires.
El film comienza con una fiesta de cumpleaños infantil, de esos ruidosos y despersonalizados que transcurren en un lugar alquilado, con chicos aturdidos entre saltos, corridas y música. Al final nadie viene a buscar al pequeño Matías (Sebastián Molinaro) y cuando lo acercan hasta su casa, en un enorme complejo suburbano, encuentra la puerta abierta y a su madre (Julieta Díaz) desvanecida y lastimada entre astillas de vidrios. Ese es el comienzo de una larga noche que sigue en un refugio para mujeres golpeadas.
En realidad se trata de una doble fuga, de los golpes externos e internos, acompañados de la ciclotimia emocional que caracteriza a estos conflictos. La dupla debe luchar con las propias contradicciones: primero el niño y luego la madre hasta que finalmente se rompe el círculo. El film se divide entre momentos de distensión excelentemente logrados gracias al pequeño Molinaro y sus juegos solitarios o en compañía y otras secuencias bastante tensas en las que se percibe el acecho del victimario desequilibrado.

El film sigue siempre de cerca el constante deambular de los dos protagonistas y resulta un conmovedor registro sobre el miedo generado desde el círculo más íntimo, precisamente el que debería proteger y no expulsar violentamente. Para suavizar, existen dos claves de la puesta en escena: el punto de vista, que es el del niño; y el fuera de campo, donde se mantiene la figura del golpeador, un esposo/padre iracundo, del que no vemos el rostro pero sentimos su permanente acoso, su voz y sus reclamos. De esta forma la película desplaza el conflicto desde la violencia a sus secuelas, tematizando el corte del vínculo parental enfermizo pero también el intento de reconstrucción posterior.
En el registro de cómo madre e hijo viven esa huida, que es al mismo tiempo un viaje de búsqueda y cambio, el espectador comparte su incertidumbre y fragilidad, mientras ellos recorren hoteles y refugios o regresan furtivamente a la vivienda para buscar lo más imprescindible. El chico deja la escuela y ella el trabajo en una fábrica textil, donde las compañeras hacen una solidaria colecta para ayudarlos a pasar esa instancia de mayor desamparo.
En este film de aprendizaje e iniciación, es precisamente la fuga lo que domina la tensión dramática: un derrotero frenético de dos víctimas de la violencia de género, que además de ser un eficaz relato de escape al modo clásico, conforma también a sus personajes por los gestos, miradas, silencios y pequeños detalles.

Marcando un hito en la línea del cine de autor con factura industrial, Lerman construye el relato poniendo en claro la diversidad de conflictos, exhibiendo el miedo pero también la solidaridad. Los encuadres tienden a ser cerrados en correspondencia con el acorralamiento de ambos protagonistas. Hay un excelente manejo de los espacios y la banda sonora: la arquitectura opresiva de los complejos urbanos contrasta con la libertad del contexto y colores en una isla de El Tigre, donde se reencuentran y restauran otros lazos familiares. Allí, el niño descubre juegos y colores diferentes a los que inician la película.
Al gran trabajo de cámara y de la iluminación se suma una adecuada banda sonora que aprovecha al máximo los sonidos ambientales y se amalgama con música sutil y nunca invasiva.

Es importante que “Refugiado” no queda en el esquema de un film de denuncia: es una historia que parte de un daño físico y sicológico para terminar hablando de las relaciones que rescatan desde el afecto y cómo se puede salir adelante aunque las circunstancias parezcan cerradas y adversas.
rouse cairos
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30 de octubre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Matías está en un cumpleaños infantil cuando de repente se hace la hora de finalizar la fiesta y su madre no aparece. Pasan los minutos y no hay noticias de ella. Cuando una de las madres se ofrece y lo lleva a su casa se encuentran con una imagen desagradable: Laura, su madre, en el suelo, lastimada entre astillas de vidrios. Otro día en la vida de ellos dos, marcada por la violencia del hombre, el macho de la casa.

Lo que bien podría haber sido una película predecible y con golpes bajos, lo que uno puede suponer en un primer momento al saber de qué va Refugiado, Lerman lo tira por la borda y decide mirar la historia a través de los ojos de un niño. Laura se da cuenta que esto no puede seguir así, que no sólo pone en peligro su vida, sino la de su hijo, quien es el verdadero amor de su vida. Entonces se van, abandonan la casa, pero este hombre, que sólo aparece a través de su voz y de su sombra, no tiene rostro, no se los va a hacer tan fácil. De un refugio para víctimas de violencia doméstica en el que Matías empieza a sentirse cómodo, o al menos a salvo, Laura decide que necesitan irse, que no pueden quedarse en ese lugar. Pero cuando pensamos que está volviendo a recaer en aquello que muchas mujeres en su lugar no pueden evitar hacerlo, es que se inicia una travesía a través de la ciudad. Laura y Matías vagan por las calles de hotel en hotel, incluso en un momento de desesperación quedando varados en el cuarto de un hotel transitorio, hasta llegar quizás al lugar que necesitaban llegar.

El trabajo que realiza Julieta Diaz interpretando a la mujer protagonista es realmente sublime pero es el pequeño Sebastián Molinaro quien logra destacarse con su naturalidad y su mirada, a veces llena de miedo, a veces de amor. Así, Refugiado es una película que apuesta, no a denunciar algo que ya todos conocemos y sabemos cómo es, sino a mirarlo desde otros ojos. Invita a la reflexión pero de una manera diferente.

Publicada en visiondelcine.com.ar
enjoyjessica
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12 de noviembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Relata la huida de una mujer con su hijo posterior a una agresión física que sufre por parte de su pareja. Las intenciones del film son muy claros, da dos perspectivas de la historia, la mirada comprensible pero siempre inocente del niño, que no logra comprender toda la dimensión de lo sucedido. Es la visión principal del film.

Luego está la de la madre, con su propia historia interminable a la que le cuesta ponerle el punto final. Es la historia de ella y muchas mujeres que no logran cerrar un ciclo, aquí se ve expreso en la funcionalidad que tiene un aparato tan banal como lo es un celular, nexo con el agresor.

El realizador da entender la problemática social que toca su film, mostrando ese albergue de mujeres agredidas, un espacio para recuperarse y sobre llevar dichas agresiones. Algo llamativo de Refugio es la ausencia en pantalla de ese "malo", el agresor solo se escucha y apenas por unos segundos se ve de forma difuminada. Una ausencia visual pero que sin duda se deja sentir y acentúa el accionar de madre e hijo a lo largo del metraje.

A partir de lo que yo veo, saco dos lecturas en torno al personaje de Matías (Sebastián Molinaro) el niño que se ve envuelto en esta lamentable situación, que es embarrado por la madre e incluso utilizado por el padre. Dos apreciaciones que pueden sonar tanto contrarias como complementarias al tener la visión de un niño.

La primera va de acuerdo a ese entender y no entender del chico, el sabe que lo que pasó fue algo malo, sabe que su madre se ve afectada, sabe que están huyendo. A pesar de esto está la inocencia del juego, que encuentra en el refugio con la amiga que hace, saben donde están pero aún así ese sentir inocente se mantiene (cuando les llaman la atención cuando comienzan a jugar diciendo palabras soeces es brutal).

La segunda y más interesante, es el carácter de Héroe que el realizador le pone a Matías, recordando, primera escena madre-hijo, el niño viene de estar jugando y es llevado a casa porque su madre nunca aparece, él lleva una capa roja cuestión que simboliza al héroe, ve a su mamá, se preocupa por ella, la atiende en lo que puede, es el que está un paso adelante y rehusa a dar uno atrás cuando se lo indican.

Sobre el final hay dos elementos en esta misma línea, uno muy evidente cuando es lanzado en el juego y grita: Super Matías. Además de los últimos minutos, lo que hace para salvar a su madre, cómo vuelve a la casa solo con una seguridad y un alivio por haber cumplido con el “deber”, ayudar a su mamá.

Refugiado es una propuesta bien hecha, cumple con su objetivo de concientizar al público sobre el problema, existe un vacío enorme en la historia que es la familia de los protagonistas, los cuales parecen estar solos en el mundo, lo que no es un problema tan grave del relato porque se omite totalmente y la historia se centra totalmente en madre e hijo, pero no es algo que se ve del todo bien.
10P24H
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29 de diciembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alguna vez tuve la oportunidad de visitar a un grupo de mujeres que habían sufrido maltrato a manos de sus parejas. El asunto se había convertido en casi una moda mediática en aquel momento y todos los días era bombardeado por historias de violencia de género. La curiosidad y la casualidad me llevaron a reunirme con esas mujeres. Lo que me encontré allí fue muy distinto a lo que los medios habían dibujado en mi cabeza. Estas mujeres no eran víctimas indefensas y sumisas; eran personas recias en una compleja lucha interior contra una patología que en muchos casos las impelía a correr de vuelta a los brutos brazos que tantas veces las habían apaleado. Como polillas enamoradas del fuego, estas mujeres habían desarrollado, a fuerza de años y años de maltrato físico y psicológico, una especie de enfermiza dependencia narcótica. Así pues, en el proceso de cambiar sus vidas, debían no solo huir física y emocionalmente de sus agresores, sino también de ese vínculo patológico. Allí vi vergüenza, miedo y cansancio, pero también una tenacidad rotunda.
Víctima mediatizada, la mujer maltratada se ha llegado a convertirse en muchos lugares en herramienta de propaganda y en un faro de identificación fácil que ha producido representaciones, reales y ficticias, reduccionistas y maniqueas. Según como yo lo veo, esto implica menosprecio, injusticia y falta de respeto hacia esa clase de mujeres que conocí en aquella visita.
Cuando me senté en el cine a ver Refugiado, la nueva película de Diego Lerman, estaba más que prevenido, puesto que temía ver ese tipo de representación de la mujer maltratada que me resulta pobre y molesta. A fin de cuentas lo único que sabía de esta película era que narra la historia de Matías (Sebastián Molinaro) y su madre Laura (Julieta Díaz), quienes tienen que escapar de su propia casa porque Fabián, el padre de Matías, ha cruzado la raya en sus maltratos hacia Laura quien ya no aguanta más y por fin ha reunido el coraje para dejarlo atrás.
Por fortuna, me llevé una muy grata sorpresa al ver la forma en que Lerman abordó el tema en cuestión y al gozarme su propuesta narrativa y audiovisual.
A través de una fotografía magníficamente expresiva a cargo de Wojtek Staron, en la que destacan el contraste y los agobiantes planos cerrados, se nos presentan los dos personajes protagónicos sumidos en una oscuridad opresiva cuyas fronteras hacia la luz están muy cerca, al alcance del tacto de los personajes que, a pesar de ello, no pueden cruzarlas. A esto se suma una constante tensión comunicada mediante los puntos de vista de esa madre y su hijo que escapan de un hombre despersonalizado que no es más que una presencia, una voz, una sombra que les pisa los talones (escapa así el director de ese discurso feminista deformado e innecesariamente incendiario en el que el género masculino se sataniza como enemigo).
Lerman se sirve de recursos del cine y la narrativa de terror, especialmente del de la figura del miedo, para materializar no solo la angustia del perseguido, sino también el conflicto interno de atracción, liberando así este asunto delicado y espinoso de toda sensiblería, condescendencia y lugares comunes. Le añade a esto una interesante propuesta narrativa, que bebe incluso del cine de aventura, llevándonos a recorrer con los personajes una sucesión de espacios que conducen a la meta del escape y liberación física y emocional. Logra entonces alcanzar un realismo profundo en unos personajes cuidadosamente dibujados y materializados mediante actuaciones innegablemente virtuosas (qué potente está Julieta Díaz, por ejemplo, en esa secuencia en que hace su denuncia por maltrato; confundida, titubeante, aterrada, desconfiada) que da cuenta de ese proceso serio de investigación y escritura que tanto se echa de menos en el cine de muchos realizadores actuales.
Lerman alcanza además momentos de sensibilidad estética francamente impresionantes especialmente al jugar con el punto de vista de Matías, ese niño de siete años quien comprende el peligro que corre su madre, lo que le genera terror, pero quien a la vez extraña a su padre. Ese niño que a pesar de su situación de desarraigo y tensión puede evadirse y ser feliz donde lo pongan porque aún interpreta la realidad con la inocencia encantada del juego.
Andrés Vélez Cuervo
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25 de septiembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño, testigo silencioso que todo lo ve, todo lo oye, de todo se entera, presencia que pasa desapercibida pero todo lo devora, perenne esencia volteada como maleta sin equipaje a quien nadie pregunta, todo en su cabeza, engullido y mezclado, difícil saber qué piensa, cómo se siente realmente, lo único claro es lo que le hace daño, lo que le perjudica, lo mucho que no entiende y lo poco que sí sabe, que su papá pega a su mamá, que su mamá llora, que no puede volver al colegio y que se perderá los cumpleaños de sus amigos, que siente mear la cama y que está cansado de correr, que promete portarse bien y que quiere volver a casa, que todo sea como antes, antes de que papá pegara a mamá y mamá no dejara de llorar..., círculo vicioso que parece no tener final en el que se encuentra sumida y encerrada una desesperada y asustada madre que no deja de caminar, de moverse, que no sabe dónde esconderse y que, con todo, aún duda si ha hecho bien, si debería pensarlo, si debería perdonarlo, si realmente es sincero cuando se disculpa, le pide que vuelva y le dice te quiero.
Diego Lerman retrata con maestría y veracidad de sentimiento absorbido el caos mental, el revoltijo emocional, la confusión constante que reina en la cabeza de un crío que es cogido de la mano y arrastrado de lugar a lugar, entre gente nueva que va y viene, que desaparece y nunca vuelve y donde todas sus cosas están en su habitación a la que no entiende por qué no puede regresar, con sus devoradores ojos fijos que atraviesan tu pena, con su mirada pasiva que todo lo indaga, con sus dedos aburridos que no tienen con que divertirse, con sus lágrimas ausentes -pues ya llora bastante su madre- en un cuerpo cansado, con su rebeldía ocasional que ya no aguanta, protagonista exclusivo de cómo afecta a un vástago el comportamiento de los padres, esa herencia de crecimiento no elegida que toca sin jugar boleto y que marcará quién seremos, cómo sentiremos, cómo nos comportaremos, educación familiar a base de disgustos, golpes, chillidos y ausencias, incomprensión en las manos de un crío que debería estar jugando a fúlbol en el patio del colegio pero que va de ambulancia a hospital, de comisaría a albergue, de juzgado a calle ¡ya no sabe dónde!, durmiendo por las esquinas, comiendo dónde se puede, ocultándose si ven algo extraño, agonía de vida que nadie merece, menos un criatura inocente que debería estar rodeado de amor, alegría y abrazos.
Es dura e intransigente por lo que narra, perpleja sinceridad y doliente conformismo con la que se expresan y aceptan, los retoños, lo vivido, cruel lenguaje para voz tan temprana e infantil que ya ha pasado por situaciones horribles de despiadada emoción que se van acumulando en esa caja fuerte de memoria que, aunque a simple vista no lo parezca, causa estragos y desolación en tan sensible y tierno corazón.
Te involucra, te afecta, implica a tu sensibilidad y convoca comparecencia de tu alma, reunión afectiva de tus sentidos que siguen a esta víctima, sin protección ni amparo, con preocupación y desaliento de qué está haciendo, de dónde le llevan sus pasos, de esa angustia de solicitar y rogar por un refugio donde sentirse a salvo y criar a su hijo.
Humana, social y conflictiva, el maltrato a la mujer y a unos niños que, desconcertados, sobreviven y asumen la nueva situación, violencia de género como fondo de un argumento sólido y conmovedor, que no abusa de la explotación atroz en imágenes, que se desentiende de las escenas humillantes, que nunca muestra al maltratador -ni necesidad de ello hay-, pues la cara de terror de las víctimas ya lo expresa todo.
Drama inteligente y severo, cuyas pocas palabras engrandecen la indispensable unión madre e hijo, emotiva, cálida y acelerada, camina con firmeza en su loable retrato natural de una realidad que nos rodea, impregna y con la que se convive.
Excelente Julieta Díaz y Sebastián Molinaro en una destreza de guión que incomoda y revuelve tu tranquilidad, tensión e incertidumbre de quien es presa de un incógnito cazador nunca visto/siempre sentido, golpea y hiere en su proceso evolutivo de buscar cobijo, no deja indiferente, su habilidad práctica impresiona y perturba, su reflejada pericia escénica te adopta y consume.
"En la vida todo tiene solución excepto la muerte", pero ¿qué clase de vida es la que se vive con incesante miedo, constante duda y valor siempre firme, pero agotador por el escaso rendimiento que aporta a tan desgarrador sacrificio, que merece mayor recompensa?
Refugiado, amarga tristeza de quien necesita asilo urgente, aún no sonríe pero va camino de hacerlo.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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