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Le meraviglie

Drama Se termina el verano en un pueblo en Umbria, Italia. Gelsomina vive con sus padres y sus tres hermanas pequeñas en una granja destartalada, donde producen miel. Las chicas crecen al margen de la sociedad, pues su padre, que cree que se acerca el fin del mundo, prefiere que estén en contacto con la naturaleza. Sin embargo, las estrictas reglas que mantienen unida la familia se relajan con la llegada de Martin, un joven delincuente alemán ... [+]
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
8 de diciembre de 2014
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de haber tenido sensaciones encontradas al término de la película, es curioso el sabor que deja “Le meraviglie”, que fue premiada en los festivales de Cannes y Sevilla entre otros y por ahora, convirtiéndose para algunos críticos, sobre todo extranjeros, en un film de culto. Y no lo digo porque gire en torno al mundo de la apicultura y nos acabe empalagando, nada más lejos. A pesar de que en su narración, a veces, no se deje bien definidas las circunstancias y propósitos de los personajes más adultos, son las menores las verdaderas protagonistas, y ellas se mueven con desenvoltura en la historia que se plantea, cuya escritura puede parecer a ratos ilegible y en otras es transparente, pero lo que realmente importa, lo meritorio del guión son las sugerencias que la película en sí provoca.
Es como si se tratase de un relato íntimo, que se desarrolla en un paisaje rural, con un ambiente cercano al neorrealismo, pero con intenciones poéticas más que críticas. En Cannes, nada más empezar el orden de preguntas en la rueda de prensa, lo primero que aclaró Alice Rohrwacher, su directora, es que “Le meraviglie” no es un film autobiográfico, que es lo que puede sonar a priori con estos ingredientes y aunque ella se “haya encontrado” a algunos de esos personajes a lo largo de su vida. Sus momentos más íntimos o poéticos son más estéticos que nostálgicos, por lo que no se ve ni con pesadumbre ni de forma trágica. El hecho de que en el entorno donde se desarrolla (sobre todo se rodó en la Toscana) casi no aparezcan aparatos tecnológicos, donde reina el campo, los animales… puede chocar a un público habituado a una vida de ciudad frenética o al cine comercial. Se trata de un film cercano a una austeridad y a un “primitivismo” al que pocos hoy día se adentran. Por ello nos ha evocado al cine de Olmi o los Taviani pero visto con una perspectiva de Tanner, más que al Rossellini que a ella le gustaría parecerse. Se nota un punto germano (o suizo) mezclado con un punto italiano, y no lo digo porque en su versión original se manejen ambas lenguas, sino porque queda reflejado tanto en su historia como en su tratamiento visual.
Uno de los momentos más frescos, que a su vez ubica al espectador en qué época se desarrolla la acción, es su breve secuencia, donde Gelsomina y su hermana hacen el playback del tema “T´Appartengo”, siguiendo la coreografía de la propia Ambra Angiolini, incógnita que no se nos aclara cómo se la saben. Pero bueno, son dudas leves. Sus actores, sobre todo las menores, hacen un buen trabajo, donde la naturalidad prima sobre la simpatía, incluyendo a la Bellucci en un breve cometido pero más enjundia de lo que puede parecer. Espero que no se la compare con “El apicultor” o sobre todo con “El espíritu de la colmena. Todas se engloban dentro del mismo mundo pero nada les une, incluso convendría aclarar que su directora descubre tardíamente el film de Erice, ya habiendo acabado “Le meraviglie”, una película inusual, con momentos como hemos dicho, logrados y que hace que veamos en Rohrwacher una directora que en un futuro podría brindarnos más sorpresas.
Maggie Smee
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5 de mayo de 2015
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
El país de las maravillas nos hace convivir durante un par de horas con una familia neorrural, dominada por la figura del padre: un hombre de origen alemán, hosco e inestable, que piensa que una vida autosuficiente en el campo representa la única alternativa de supervivencia ante la inminente quiebra del sistema.

El título, claro, es irónico: la visión de la vida rural que ofrece esta película no tiene nada de idílico. Muestra cómo esa vida está hecha de trabajo y obligaciones permanentes, que afectan específicamente a la hija mayor, Gelsomina, a la que su padre (una especie de Zampanò cuya violencia es psicológica) esclaviza a cambio de mantener su posición de hija predilecta. Junto a ello, llama la atención cómo la representación de la campiña toscana se aleja por completo de la postal turística. La misma forma de la película, con una composición tosca llena de reencuadres, secuencias rodadas cámara en mano, etc. rehúye toda idea de belleza formal.

El empeño de la directora no es la belleza, sino alcanzar una cierta verdad psicológica; para ello, la planificación está concebida en función del trabajo de los intérpretes, que no parecen actuar, sino ser ante la cámara. La mirada de Alice Rohrwacher se centra en Gelsomina, y a través de su punto de vista descubrimos algunos fragmentos de su mundo. La narración no es ingenua, aunque tampoco incluye ningún juicio directo; la directora podría suscribir, en definitiva, el planteamiento del escritor portugués Camilo Castelo Branco de pintar la verdad tal cual es, “fea y repugnante”.

El país de las maravillas es una película dura de ver, triste como su protagonista, hecha de tiempos muertos, de escenas en que no sucede nada relevante pero que muestran de forma convincente el ansia de reconocimiento que va unida al sentimiento de responsabilidad, la complicidad, el cansancio, el deseo y el miedo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
el pastor de la polvorosa
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27 de febrero de 2015
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me contaba hace unos años un amigo agricultor que veía cercana la desaparición de su pueblo porque él (próximo ya a la jubilación) era el habitante de menor edad. Había presenciado la llegada de algunos jóvenes con la intención fugaz de instalarse, a los que pronto habían apodado como los jipis, pero era rasgo común de estos originarios urbanitas su impericia para el cuidado del ganado, que terminaban perdiendo rápidamente y abandonando el lugar.

Me viene este recuerdo a la mente ahora que la comedia española de principio del 2015, «Las ovejas no pierden el tren», aboga por la solución rural como salida frente a la desoladora crisis laboral. Porque no conviene menospreciar las dificultades para salir adelante como agricultor o ganadero.

De hecho, viene de antiguo la existencia de una corriente idealista atraída por el mito de la vida salvaje, opuesta a la tendencia modernizadora que ofrece comodidades, aunque también unifica el tipo de ocio, llegando incluso a globalizar hasta los alimentos que podemos tomar. Una tendencia que vivió un cierto esplendor en los 60’ y llevó a multitud de jóvenes a reflotar localidades previamente desaparecidas por despoblación, como el pueblo de Patones, en Madrid, u otros lugares del Pirineo español.

Uno de estos soñadores protagoniza la segunda película de la italiana Alice Rohrwacher, «Le meraviglie», que relata la cotidianidad de una familia de apicultores en la Italia rural, a la que han llegado como respuesta a ese ímpetu de lucha contra lo establecido. Una familia poco convencional formada por tres adultos, de los cuales dos son pareja, más sus cuatro hijas. El único varón de la casa es un alemán de firmes convicciones contracorriente, en las que mantiene al grupo contra viento y marea, fiel a su ideal de vida salvaje que le llevó a convertirse en un hombre de campo, tan trabajador como tosco.

El principal conflicto en la superficie del film es doble. Por un lado, la escasez económica, el reducido valor moneda de su actividad, y su terrible fragilidad frente al empuje del mercado, representado aquí por las exigencias crecientes de las normativas para la fabricación de miel. Igual que queda clara la fantástica libertad de bañarse en un mar cálido cuando uno lo desee, se muestra la servidumbre de atención diaria de las abejas y el huerto.

En segundo lugar, y tal como detalló la francesa «Vida salvaje», se revela la imposibilidad de transmitir una elección propia tan radical a los hijos. Porque es inasumible que una vez llegados a la edad de decidir, acepten las renuncias que implica la opción sin experimentar otras posibilidades, que son más comunes y a cuya exhibición de atractivos están inevitablemente expuestos. Un choque generacional en el que ya incidió, de manera muy diferente, la sorprendente «Mujeres en el parque».

Desde un punto de vista menos centrado en el argumento, el cual presenta el interesantísimo debate ya aludido, me intriga la forma en que se ha construido este film. Me pregunto si se han filmado multitud de escenas, de las que luego se ha incluido sólo parte del material en el montaje final. Si se ha cambiado el argumento y las tramas secundarias durante el rodaje, o si siempre tuvo la estructura que se presenta como definitiva. La duración es de 110 minutos y en mi opinión, el mensaje habría llegado igual de bien en un metraje más corto, al que le ayudaría un ritmo menos descriptivo. También se podrían eliminar escenas que o bien son irrelevantes de cara al argumento definitivo, o bien no han quedado suficientemente claras para que se aprecie su importancia.

Del mismo modo, la inserción de ciertas secuencias fantásticas en un conjunto absolutamente realista es difícil de aceptar si no se explica muy bien. Y no creo que el final sea en absoluto elocuente.

Son puntos débiles, a mi juicio, de una obra que no es redonda, pero contiene otros aciertos como la creación de Cocó, la tercera de los adultos, un tipo de personalidad dependiente, que no suele tratarse cinematográficamente. Y como la mirada plena de afecto de un padre hacia su primogénita, en la que vuelca sus esperanzas y su saber. A la que teme perder y con ella, su apuesta de alternativa social.

En cualquier caso, «Le meraviglie» pertenece a un tipo de cine muy poco habitual en la cartelera, e introduce con valentía temas de sumo interés. Genera debate, expone puntos de vista no dominantes y, pese a su defectos, abre la mente. La recomiendo.
Inaki Lancelot
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14 de febrero de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gelsomina (Maria Alexandra Lungu) es una joven que vive en el seno de una costumbrista familia italiana que vive en el campo, pero además de eso, su padre Wolfgang (Sam Louwyck), un tipo agreste, terco, mal encarado, figura dominante y tosca quien trabaja como apicultor, vive encerrado en un pensamiento retrograda, no cree en la funcionalidad del dinero, rehúye a buscar mejores condiciones, repele todo lo referente a la sociedad, teme que esta se acabe.

Gelsomina es la mayor de tres hermanas, vive también con su madre y con Cocò (Sabine Timoteo), es decir, esta especie de clan está compuesta en una amplia mayoría por mujeres, el hombre intenta dirigir su “rebaño”, les enseña estricta y metódicamente a trabajar su oficio, las cría conforme lo que piensa, se ensaña en ellas si debe llamarles la atención. Esta actitud comienza a cansar a la protagonista, se denota incómoda, está entrando a la adolescencia, comienza a pensar diferente.

Dicha irritación se ve aumentada por dos aspectos, el primero y principal, es en lo referente a un programa de televisión que se va a grabar por donde viven, programa de concursos donde participan familias del campo. Su interés por él se da inmediatamente, no le interesa la “fama” que podría traer, lo que le interesa es salir de donde está. Su padre, como es de esperarse, le lleva la contraria.

Si bien es cierto este es un anhelo completo de parte de las chicas y en especial de Gelsomina, el segundo aspecto por incongruente que parezca viene de parte de Wolfgang, al permitir que Martin (Luis Huilca) un chico con problemas con la ley llegue a la finca como parte de un programa donde buscan que se reinserte. Quizá pensando el padre en la inocencia de sus hijas busca tan solo que le ayude en las tareas del trabajo. Sin embargo, la aparición de este chico quiebra totalmente el imaginario de la familia.

Le meraviglie fue el film ganador del Gran premio del jurado en el Festival de Cannes del 2014, obra escrita y dirigida por Alice Rohrwacher, se plantó de frente y su triunfo fue visto como una gran sorpresa al competir contra verdaderos gigantes de la cinematografía mundial. Alice logra concretar una historia muy bien amarrada, estos diversos elementos ya mencionados están muy bien integrados. Lo mejor de todo es que logra empatar la fealdad del contenido (todo lo relacionado al padre) con la belleza de las imágenes (lo referente a las chicas y más aún, la naturaleza y las abejas).

Una obra intimista con un personaje muy interesante como es el de Wolfgang, que si bien está claro que es un patán, sobresale exponiendo ese sentido de la vida que tiene, ese temor por lo que la sociedad representa. De hecho, algunos de sus pensamientos no están del todo errados, tiene cosas de gran valía alrededor de ellos, no es solamente quejarse por quejarse, lo más llamativo la funcionalidad de lo material y el respeto hacia la naturaleza.
10P24H
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27 de febrero de 2015
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Cannes, el pedigrí parece pesar mucho más que en cualquier otro sitio. De hecho, las malas lenguas hace tiempo que vienen hablando de lo fácil que es ser programador de su Sección Oficial; de la prioridad de un pasado que muy a menudo se pone por delante de un presente al que, obviamente, todavía le hace falta ese prestigio apriorístico que tanto gusta en la Croisette. Pero sucede que incluso en LE Festival, hay sitio para las sorpresas. La que ahora nos ocupa, pasó prácticamente inadvertida el día de su presentación oficial. Es más, fueron muy pocos quienes pudieron / quisieron cazarla (y por cierto, fueron muchos, casi todos, los que no se perdieron, aquel mismo día, la decepcionante participación del sagradísimo Bertrand Bonello). Poco importaría, cuatro días después, dicha película se quedaría a las puertas de la gloria, haciéndose con el Gran Premio del Jurado de la 67ª edición del Festival de Cine de Cannes. Ni más ni menos. Hablamos de 'El país de las maravillas', dirigida por la semi-desconocida (hasta ya, y a esto íbamos) Alice Rohrwacher.

En un lugar inconcreto de Italia, en plena noche, irrumpen tres vehículos todoterreno que llevan a unos cazadores con aparentes ganas de llenar de plomo al primer bicho que se cruce en su camino. Reina el color negro, cuyo manto protector se rompe por los haces de luz furtivos que emanan de las linternas de estos hostiles intrusos. Seguimos a uno de ellos, hasta que nos topamos con los miembros más pequeños de una familia con aparentes problemas de desórdenes varios. Uno de ellos se despierta, y ya estamos dentro. Los invasores ahora somos nosotros... los cazadores del principio, por cierto, ya han desaparecido de la escena sin que nos hayamos dado cuenta. Primer truco ejecutado a pocos centímetros de nuestros ojos, y sólo hemos podido apreciarlo cuando éste ha estallado en nuestras narices. Como si se tratara de una grabación (a veces de carácter semi-documental) filmada a caballo entre la década de los 70 y los 80, Rohrwacher nos clava en la primera fila del patio de butacas para ver el día a día, tenso y extraño, de una familia de la Italia rural que se dedica principalmente a la apicultura.

La narradora semi-silente que nos ayudará a entenderlo todo un poco mejor, responde al nombre de Gelsomina (espectacular Maria Alexandra Lungu), y por mucho que su padre, iracundo y despótico (y aun así, cariñoso) cabeza de familia, no quiera aceptarlo, se está convirtiendo en una mujer. Contraviniendo a la biología, lo que empieza como un atípico retrato de la atipicidad (fíjense), deja que la fantasía tome cada vez más posesión de una película que, quedándonos con lo fácil, merece, como muy pocas lo han hecho, el calificativo de ''maravillosa''. Estaba escrito. Las lecturas que entrañan más dificultad vendrían a delatar las auténticas intenciones del clan Rohrwacher, esto es, destilar la mismísima magia del séptimo arte. Ni más ni menos. Y va y lo consigue. Entre Fellini y Erice; entre los dos pilares fundamentales del realismo -precisamente- mágico, este mundo de maravillas se apoya durante unos breves segundos en algunos de los gestos más identificables del país de origen tanto de la autora como de la historia, para que a continuación se borren las barreras (de repente, los protagonistas parecen dominar tanto el italiano, como el francés, como el alemán) y nos asentemos así en un reino que en algún momento de nuestras vidas quizás llegamos a intuir por nuestra cuenta... pero que en pocas ocasiones se nos había presentado tan bien.

El paso de la infancia a la edad adulta visto (y explicado) a través los ojos libres de prejuicios de una persona que parece estar pasando realmente por este proceso. ¿Efectos colaterales? La creación de un universo precioso, misterioso, personalísimo e igualmente rico, con un pie en el frío suelo y el otro en las nubes. Y en el momento más inesperado, un camello espera en el jardín, la cultura etrusca resurge de sus cenizas, Monica Bellucci pide paso como hada madrina y una chiquilla de mirada triste pero despierta (y quien resulta ser la indiscutible reina de la colmena), se tapa los ojos para a los pocos segundos regurgitar una abeja. El cine, por su parte, nos recuerda que cuando lo manejan las manos adecuadas, está a un solo barrido de cámara para fusionar la realidad con los sueños. Y no es una ilusión, es una de las más palpables constataciones de que en los pequeños detalles; en el propio lenguaje empleado, se encuentra la respuesta a la pregunta más dulce: ¿Por qué razón podemos salir enamorados de una sala de cine?
reporter
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