Ana Tramel. El juego (Miniserie de TV)

Esta serie, que se llama mini porque empieza y termina en una temporada de seis capítulos, me parece que es un producto muy bien elaborado, con actuaciones creíbles y buena dirección. Es de agradecer que, por una vez, el escritor de la novela en la que se inspira haya participado en el guion, lo que nos priva de los llantos póstumos que suelen hacer los autores una vez vista la lectura del director de turno.

En conjunto, es una serie entretenida y solvente que parte de un problema tan antiguo como la ludopatía y ,a la vez, de uno tan actual como la proliferación de medios al alcance de los ludópatas en nuestro país. A partir de esto, la trama va a intentar convencernos de que la ludopatía es una enfermedad como cualquier otra adicción, y mezcla sub tramas de distinto tipo, que no quiero desvelar para quien no haya visto la serie completa. En resumen, se ve con ganas y reconociendo sus defectos, es un producto muy recomendable.

Es una serie que se ve con interés, sin ser una obra de arte. Para ser un thriller no hay grandes persecuciones de coches ni tiroteos; en esto resulta más realista y quizá por eso, más innovadora. La historia engancha y discurre casi apaciblemente. Maribel Verdú en su esencia. El resto, bien.

Destaco que, lógicamente, si la protagonista es una mujer, será la heroína de la historia. Algunas críticas que leo aquí parecen escandalizarse d que "las mujeres sean las buenas y los hombres, los malos". Lo cierto es que esto no es así, ya que también hay mujeres "malas" y hombres "buenos"... Que alguien destaque negativamente el detalle de que haya muchas mujeres como personajes principales en la serie, sólo evidencia que todavía queda mucho rancio que añora las típicas historias donde los grandes protagonistas son hombres y el papel de las mujeres es ser víctimas, acompañantes o simples seres secundarios.

Miniserie de carácter no procedimental que sin ser excesivamente brillante ni destacar por alguna singularidad o característica excepcional, convence y se sigue con interés, puesto que presenta una investigación sobria, cuida los detalles y no llama la atención por desatinos clamorosos. Me la vi en un día.

Las seis horas que dura permite familiriazarse con sus personajes y aunque el guión tampoco ofrezca una profundidad psicológica digna de reseñar, mentiría si dijera que la ficción me ha disgustado. Mantiene un corte 'clásico' -el carácter serio y austero de la narración es más característico de una ficción de quince o veinte años atrás,- que me ha convencido.

Respecto a la trama, aunque sea perceptible que hace especial hincapié en hostigar la ludopatía porque el partido político que ahora está en el poder mantiene esa tajante postura (me desagrada que la televisión pública cumpla cada vez de forma más fehaciente la función propagandística de los ideales del gobierno de turno, no nos merecemos ser aleccionados de este modo, es como si cada vez nos vieran más idiotas), está abordada con la suficiente sensatez como para no reparar constantemente en ello.

Asimismo me llaman la atención las denominaciones que se utilizan de manera continua para referirse a la ludopatía, con términos como 'enfermedad' o 'adicción'. En mi opinión merece tal designación y hallo la raíz de su nacimiento en la incapacidad del cerebro del paciente de asumir sus equivocaciones, su falta de lucidez, su incapacidad de haber predecido un factor o calculado las probabilidades de un suceso. Es un estado muy engañoso, puesto que nace de la abusiva exigencia que le pedimos a nosotros mismos y el fracaso suele estar más motivado por el viciado estado de embotamiento en el que pasamos a encontrarnos cuando mantenemos una actitud obsesiva, debido a la extrema presión a la que nos sometemos, que de la propia falta de habilidades o intelecto en sí, siendo el resultado parecido al que se obtiene cuando fuerzas algo más de lo permisible, de lo que uno puede dar de sí. Perder supone un grave insulto para la inteligencia, es un certificado oficial de estupidez, un agravio que llega a la profundidad de nuestro orgullo, dejándolo herido de muerte, y a la víctima, como un ser en estado catatónico, despojado de esa llama interior que le hace a uno sentirse vivo. Se trata en efecto de una afección, pero invisible, que proviene de la mente, de su constante necesidad de sentirse superior, una sensación que es en efecto terriblemente adictiva, la cara más oscura y autodestructiva a la que nos somete nuestro propio ego.

La serie gira en torno a partidas de poker, el único juego de establecimientos de azar que me interesa y que 'conozco' con relativa profundidad y de cuyos mecanismos de funcionamiento me declaro un ferviente apasionado, ya que es de los muy pocos, por no decir el único en el que el éxito no pasa únicamente por el azar, sino que la psicología y la astucia juegan un papel fundamental.

Personajes. Muy bien todos. Verdú es una de esas protagonistas que siempre parece encontrarse bajo un continuo estado de gracia, su tour-de-force en el capítulo final, ese recital de letrada polivalente de discurso impetuoso, fluído y coherente es un espectáculo de altura. Luis Bermejo está también muy convincente en ese rol de especie de detective privado, discreto, frío, distante y profesional, el hombre de las mil y un fuentes secretas. Pero el que mantiene un habla envidiable y prodigiosa es el personaje del dueño del casino Tomás del Estal, desconocido para mi, un auténtico depredador en el talento de la expresión verbal. El que también sorprende es Juanma Cifuentes (Friman), que pasa del caricaturesco y estridente desproposito de 'Gym Tony' a desenvolverse en esta serie con una frialdad, aplomo y empaque asombrosos. Tiendo a dibujarme una impresión de los actores por uno o dos trabajos suyos con los que me tropiece, cosa que creo que nos pasa a muchos, pero luego esa inocencia es la que nos hace disfrutar con mayor intensidad al encontrarnos con esos cambios de registro tan brutales.

El drama de la ludopatía y la estrecha relación de las empresas carroñeras de casinos, bingos y otros garitos expuesto de una forma valiente por la televisión pública. Buen planteamiento y genial elenco de la serie.

Maribel Verdú soporta en sus espaldas esta serie. Es una gran actriz y quizás la mejor, más versátil y preparada en el panorama actual. Además es muy bella. Y generalmente vestida de forma muy elegante. Esta serie es una historia convencional que arranca con un asesinato. Y uno espera que le cuenten la historia de qué pasó. Técnicamente bien, la mayor parte de intérpretes bien. La historia sin embargo es muy corta y los guionistas van incorporando subtramas a cual más ridícula. Por una de ellas obligan a Maribel Verdú a llevar un aparatoso vendaje tipo fantasma de la ópera para fastidiar su belleza. La excusa es otra, claro, pero el hecho es este. Por lo demás, como otros comentaristas señalan, las subtramas son muy maniqueas, además de aburridas. Y por supuesto con la guía de algún comisario político para ir subrayando la agenda del poder en relación al feminismo. Este es el problema: es una agenda que fluye desde el poder, no una reivindicación como fue en su momento. Y es altamente destructivo, como puede verse, entre otro lugares, en esta serie