Los Testigos tiene todos los mimbres para convertirse en una película testimonio de un tiempo y de una generación. Testimonio del escalofrío, el dolor y la angustia de toda una generación de homosexuales que ve cómo de un día para otro una enfermedad desconocida que tiene algo de plaga bíblica arranca de cuajo no sólo sus vidas, sino sus formas de vida. Los encuentros furtivos en los parques, las fiestas alegres y desinhibidas, el sexo sin los prejuicios atávicos de la moral, la alegría de vivir, todo ahora se ve amenazado por el fantasma del contagio, y probablemente también por el fantasma de la culpa, la culpa de la homosexualidad, la homosexualidad como un castigo.
A mi el filme ha conseguido helarme la sangre, porque me ha transmitido el tormento que debió pasar la comunidad gay a mediados de los ochenta, un tormento que era doble, por una parte el enorme sufrimiento físico de una enfermedad tan misteriosa como mortal, y por otra el estigma de la exclusión social que acarreaba el padecerla.
La película, narrada a través de cuatro personajes muy bien desarrollados, en cuyo centro se encuentra Manu, un adonis que enamora básicamente por su belleza de ángel sexuado, nos cuenta la historia de unos seres sufrientes para quienes realidad y deseo casi nunca son una misma cosa. Téchiné tiene una sensibilidad especial para contar la dosis adicional de amargura que conlleva el amor homosexual, un amor que no se atreve a decir su nombre, un amor muchas veces oculto en un mundo macho, heterocéntrico y brutal. En esta ocasión el dolor adicional viene en forma de enfermedad física, una espina más en un camino lleno de espinas.
A Los Testigos sólo le podría achacar algunos problemas de ritmo, sobre todo hacia el final del metraje, que tal vez se alargue un poco. Por lo demás me parece una película excelente, un testimonio del sufrimiento de toda una generación. No me cansaré de recomendarla.

El gran Claude Chabrol esta vez no ha hecho una buena película...
Borrachera de poder es una película tan lenta que no avanza. Chabrol cuenta la historia desde todos lo puntos de vista (el de los mafiosos y el de la jueza), y yo creo que la película habría sido más interesante si sólo tuvieramos el punto de vista de la protagonista, la maravillosa Isabelle Huppert, alter ego fílmico de nuestro incansable Garzón. Si sólo tuvieramos el punto de vista de la protagonista nos podría sorprender lo que le va pasando..., pero nos lo han anticipado "los malos" en la secuencia anterior.
Los personajes que hacen de "malos" están muy estereotipados: financieros malversadores con puro y con modales de mafiosos exquisitos, que en todo momento le cuentan al espectador lo que le va a pasar a la pobre jueza. Los malos son malos de película, y por si fuera poco nos anticipan demasiada información. Creo que los americanos saben radiografiar mejor a los halcones financieros sin escrúpluos: de Wall Street a Pretty Woman (incluida). Chabrol es un maestro en despiezar a la burguesía de provincias, pero creo que no le ha cogido el punto al mundo de las finanzas, que es más yankee.
La relación de la jueza con su marido, que podría haber sido lo más interesante de la película, es absolutamente plana, no evoluciona y no engancha. El marido es cinematograficamente inexpresivo y no se sabe muy bien cuál es su papel en la película. Sólo me ha interesado la relación de la jueza con su compañera de trabajo: "con el dinero que han robado les vamos a compar unos cojones nuevos". En borrachera de poder sólo hay momentos puntuales de destello, sobre todo algunos diálogos, firma de la casa Chabrol, pero la película es francamente aburrida.
Estoy de acuerdo con una crítica que he leído en esta página: Si no fuera por la palabra Chabrol la puntuación media de esta película habría bajado un par de puntos.

Con Buda explotó por vergüenza asistimos al excelente debut de una jovencísima directora, la iraní Hana Makhmalbaf, hija y hermana de gentes de cine.
La línea argumental de la película es tan sencilla como prodigiosa: una niña que se empeña en ir a la escuela para que le cuenten cuentos bonitos. Por el camino nuestra entrañable protagonista se tendrá que enfrentar a la barbarie de los otros niños, cruel reflejo del mundo adulto de un Afganistán pobre, desesperanzado, tribal. Y aquí reside en mi opinión el gran valor de la película, en la brillante idea de convertir a los niños, como émulos de sus padres, en portadores de los más abominables valores de una sociedad enferma y emborrachada de prejuicios.
En un tono semidocumental, casi naturalista, con el vergonzoso hueco que dejó la figura de Buda reventada por los talibanes como permanente telón de fondo, una niña prodigiosamente expresiva nos muestra en qué ocupan el tiempo los niños que no van al colegio, y nos sugiere a qué se van a dedicar en el futuro. Y la escuela que busca la niña con tanto empeño se antoja como una meta vital, como el único lugar posible en medio de ese insoportable desierto que puede arrojar un poco de esperanza a un pueblo desesperado, bonita metáfora de la búsqueda de la supervivencia, y más aún vista desde nuestro confortable Occidente, donde las escuelas no son precisamente un valor en alza.
Como valores cinematográficos yo destacaría la prodigiosa interpretación de la niña protagonista y de todos los niños que se cruzan en su camino, que parecen haber sido filmados por una cámara invisible en sus correrías diarias. Su naturalismo hiela la sangre.
Si eres de los que te gusta que el cine te sacuda por dentro, no dejes de ir a ver el debut de Hana Makhmalbaf, no lo lamentarás y seguramente pondrás la otra mejilla.

¿Por qué nos gusta tanto Mataharis si habiendo detectives no hay una trama de cine negro?. Porque hay algo mucho mejor, un gran talento y una gran sensibilidad para tratar temas profundamente humanos.
Bollaín nos cuenta la historia de tres mujeres trabajadoras que tienen que hacer juegos de malabares para conciliar sus asfixiantes jornadas laborales con su vida personal y familiar. Que sean detectives es lo de menos.
La conveniencia o no de contarle a tu pareja un secreto inconfesable. La incomunicación que hay una vieja relación devorada por el tedio, el abismo que se abre cuando en esa relación aparece otra persona. El difícil trago de tener que elegir entre un trabajo sin ética o una ética sin trabajo… Mataharis está llena de aristas que nos invitan a reflexionar. Desde el principio del filme y casi sin darse cuenta uno se adentra en las menesterosas vidas de las protagonistas y está sufriendo sus conflictos como propios. Se sufre con ellas y se aprende de ellas, aunque se equivoquen.
¿Cuáles son los mimbres que utiliza Bollaín en esta inmensa película?.Un guión excelente en su sencillez y una dirección de actores que eleva a la autora al olimpo de nuestros cineastas. Los que amamos el cine siempre buscamos una buena historia bien contada, limpia de sentimentalismos y de pirotecnia, como Mataharis. Ahora sólo nos queda darle las gracias a Itziar Bollaín.

Paradise now nos cuenta la historia de dos jóvenes palestinos que han sido elegidos para la gloria: atarse un cinturón de explosivos e inmolarse en algún lugar concurrido de Tel Aviv.
La película palestina me ha parecido excelente porque cuenta muy bien lo que hay en la cabeza de un kamikaze: odio, pobreza, agravio, ocupación, vida sin esperanza y una religión envenenada que te promete un viaje instantáneo al paraíso si decides vengar a todos los mártires que te precedieron. ¿Es posible contar todo esto sin caer en el dramatismo o en el morbo?, la respuesta es afirmativa, la película de Hany Abu-Assad lo consigue. No hay nada artificial ni impostado en la historia, todo fluye limpiamente, sin sobresaltos, sin música dramática, sin efectos especiales, sin pirotecnia audiovisual. Sólo hay un buen guión y unos actores genialmente dirigidos: ¿qué más se puede pedir?.
La película tiene muchos mensajes políticos, pero yo me quedo con uno: mientras haya agraviados habrá terrorismo. Los dueños del mundo deberían ver Paradise now, si quieren evitar que alguien les incendie la casa.