De acuerdo con el alto duelo de protagonistas.
De una parte el ladrón, Neil McCauley (De Niro), tranquilo, cuidadoso de sus hombres, conoce su oficio, filósofo a su manera, discreto, "No es que me sienta solo, estoy solo". De otra el policía perseguidor, Vicent Hanna (Pacino), agresivo, violento, obsesionado con su trabajo que le ha costado ya tres matrimonios.
Magnífica escena en la cafetería hablando los dos frente a frente: "Hago lo mejor que se hacer, atracar; y tu haces lo mejor que sabes hacer, perseguir a tipos como yo".
Excelente análisis de los personajes. Ojo, no solo los protagonistas, sino de todo el amplio reparto. A Mann le interesan todos, sin excepción, y de todos se ocupa.
Pero hay un tercer protagonista importante a la altura de Neil y de Vincent: la ciudad de Los Ángeles. Un buen guion nos lleva a conocerla de noche, a vista de pájaro, con sus infinitas luces que recuerdan ciertas algas del otro hemisferio. Pero también contemplamos su costa o circulamos de día por sus calles y avenidas, visitamos los extrarradios y los barrios periféricos.
Son tres los protagonistas, como tres mosqueteros.
Técnicamente impecable con abundancia de colores fríos, azules y grises, como son las madrugadas angelinas.
Lo mismo que todas las interpretaciones. Pero, si nos permiten, en el duelo personal se impone claramente el ladrón al policía, tal vez un poco sobreactuado. Resultado: De Niro, 2 - Pacino, 1.
Cinta magistral de acción trepidante que no impide un brillante análisis de los personajes.
No se la pierdan.