Tratándose del gran director Kenneth Branagah podría haberse esperado dos versiones: una aggiornada que, por ejemplo, le adjudicara aunque más no sea un tinte algo contestario al terrible trato a que es sometida la protagonista mostrando algo de rebeldía ante su madrastra y ante las hijas de ésta; O, por el contrario, optar por una relato bien clásico que honrara el espíritu reaccionario de los cuentos de hadas y a las producciones de la casa Disney. La elección fue esta última —cabe acotar que es muy legítima en tanto decisión de un creador— y nos entrega un personaje central con los tics propios de una tontuela bobalicona que gracias a la magia de una hada madrina y al amor de un príncipe es rescatada del suplicio.

Está muy bien contada, el libreto es bastante sobrio y no cae en lugares comunes, con un portentoso vestuario y una fotografía plena de brillos (al estilo del recordado technicolor) es un placer visual que la hace más o menos entretenida. El plato fuerte es la extraordinaria Cate Blanchett que compone una muy mala, malísima, malvada que a la vez de exhibir elegancia maneja con maestría las miradas diabólicas.

Una duda: ¿qué truco utilizaron para que la cintura de Lily James midiera alrededor de quince centímetros?