Es una pena que esta película no la hubiera dirigido Luis García Berlanga porque hubiera sido una obra maestra, porque el guion sangrante queda desaprovechado, recuerda lejanamente a los Cuentos de Tokio, pero es más cruda y directa. Esta es la película más sincera y la que tiene más sentido dramático genuino dentro de la saga cómica comercial que no fue entendida bien por el público que esperaba otra comedia bienintencionada más, acorde con los tiempos.

La película refleja los nuevos tiempos y valores de la Transición, además del ambiente y paisajes de Madrid que emocionan y ya anticipa la estética de los 80.

Carlos Alonso ya es un aparejador jubilado (Alberto Closas) y con el Padrino (José Luis López Vázquez) se imaginan una jubilación de ensueño yendo alternativamente por las distintas casas de sus hijos, pero la realidad es muy distinta.

Van teniendo problemas en todas las casas, que en realidad tampoco les reciben tan bien, ya sea porque no los quieren y se inventan excusas para echarlos, o por motivos ideológicos como que una hija va a abortar a Londres y él está en contra y se va.
La obra no tiene grandes escenas visuales, pero los desencuentros y la injusticia conque tratan a los viejos que se sienten chavales, se quedan grabados en la memoria, y la película no hace machacona.

La película es sincera y conmovedora, pero también palabrera, y melodramática. Eso les restó muchos puntos y nadie la reivindica como una obra potencialmente brillante.