Dos hombres y un destino(ojalá Santa Fe) sería su padre, la vida perra, la amistad imperecedera, por el amor de una mujer, muchas aventuras y desdichas dicharacheras, malos buenos, muchos ambiguos, dos viajes, por lo menos, idas y vueltas, huellas, memoria, balacera y un villano de opereta de medio pelo que asola.
Tiene cierta clase, algunos buenos diálogos, sutil humor y una historia bonita aunque más o menos tópica, pero los flashbacks son horrorosos, la participación del malo sirve al final de cutre deus ex machina y hay como una sensación general de flojera que comienza desde los mismos actores protagonistas tan gastados, cansados, carcomidos, castigados por el paso del tiempo y los vicios, especialmente Dean Martin que está aquí para el desguace el pobre, cine de los setenta, los años de la gran resaca, el pago de los excesos optimistas de lo sesenta, y se nota a la legua, como cierta pereza que contamina el transcurso de este argumento simpático trazado a través de los restos o despojos que dejaron los wester de antaño, tantos, que no dejará este porque ya casi que echa la persiana, el definitivo cierre, es, pues, sí, por lo tanto, crepuscular, fin de raza, acabado, como aquella Whisky uruguaya con la que nada tiene que ver apenas, pero a la que ahora, pardiez, asociaciones extrañas o fortuitas de ideas y películas, el diablo las carga, mucho me recuerda, fracaso, desolación, abandono, humor, leve fatalismo, tragedia en sordina, el más débil o poco suertudo, como él se refiere a sí mismo, no pudo aguantar la soledad que conlleva o depara el trío, que le tocara la peor parte en el reparto del triángulo o quién sabe nada nadie, que fuera demasiado experto en las mujeres, es decir, en los hombres.
No tiene mayor pega, es hasta querible, pero como que le sobran vueltas y revueltas, metraje, ello, con media hora menos sería más estupenda, casi perfecta.